Las adversidades de Sara y su fortuna

Un almuerzo inquietante y una llamada no deseada

Ese día inicié mi turno como de costumbre; papeleos, correos, llamadas, etc. La mañana se fue de volada y no me di cuenta en qué momento se hicieron las doce para ir a almorzar. 

Bajé a la cafetería y me ubiqué en el lugar de siempre, junto a Rita y Marco. Más tarde, Sonja llegó acompañada de su hermano, el mismo Julien Barthel. Era extraño que el jefe se sentara junto a nosotros, y eso lo sé por la expresión de Rita, pero sobre todo la de Marco. 

—¿Qué tal todo el la oficina, muchachos? ¿Hay algo que necesiten? —preguntó Julien. 

Era tanta la impresión de los chicos que, Marco y Rita se miraron mutuamente como haciendo telepatía preguntándose el uno al otro si estaba entendiendo. De pronto, Rita habló diciendo: 

—De momento no hay nada que nos haga falta, señor. Todo bajo control, pero gracias por mostrar interés. 

Marco intervino —Si algo llega a surgir le estaremos avisando. 

Mi jefe sonrió, yo no me atrevía a probar el primer bocado de mi sopa debido a los nervios que sentía en ese instante. Sonja, como era de esperarse, desvió toda la atención de su hermano hacia mi preguntando:

—No has comido nada, Sara. ¿Qué pasa? 

«¡Quiere verme morir esta loca!», pensé y acto seguido dije en voz alta —No tengo tanta hambre. 

Tuve que comer la sopa por la fuerza, el señor Julien me miraba constantemente y eso me inquietaba. Cuando terminé de comer, me levanté y le dije a los chicos que los veía en la hora universal. Rápidamente subí a mi puesto luego de lavarme los dientes y permanecí allí escuchando algo de música clásica. 

Minutos después mi jefe salió del elevador y al pasar por mi puesto me dijo que lo siguiera al interior de su oficina. Sin protestar ni preguntar por el motivo, lo seguí. Al entrar y acercarme a su escritorio, abrí la agenda y me preparé para anotar lo que tenía planeado para el resto de la semana. 

—¡Oh, no! Guarda eso. No estás aquí para tomar dictado de nada —dijo. 

—Con el debido respeto, señor Barthel ¿Por qué me pidió que lo siguiera hasta aquí entonces? —pregunté. 

A lo que mi jefe respondió —¿Por qué te pones nerviosa cuando estoy cerca? 

—¿Perdón? —Esa pregunta me tomó por sorpresa. 

—Lo que escuchaste. No quiero que te sientas incómoda si me acerco a tí. Eres mi secretaria y no puedes seguir actuando de ese modo. Van a creer que te hice algo malo. 

—¡No, claro que no! —dije —es que me causó curiosidad ver que usted se sentó con nosotros en el almuerzo. ¡Es todo! 

El señor Barthel me miró fijamente y de la nada preguntó —¿Qué edad tienes, Sara?

—Veintiocho ¿Por qué la pregunta? 

—Curiosidad, es que aparentas tener veinte. 

No se si en ese momento Julien intentaba entablar una conversación, pero decir que aparentaba menos edad me pareció la excusa más tonta y rebuscada de la vida. Al ver que no haría nada al interior de la oficina, le dije a mi jefe que iba a volver a mi puesto. 

—Adelante. —dijo y me retiré de su oficina. 

En varias ocasiones llegué a pensar que tal vez intentaba utilizarme para olvidar a su ex pareja, cosa que no iba a permitir en caso de ser cierto. Ya tuve suficiente con Harald como para tener que soportar que un hombre que recién estaba conociendo hiciera de mi vida un completo infierno, cuando ya estaba comenzando a sentirme verdaderamente feliz.

Le resté importancia a la actitud de Julien y me concentré en mis asuntos. A eso de las dos de la tarde recibí una llamada para el señor Barthel, la mujer era un poco grosera, su educación estaba por el piso. 

—Comunícame enseguida con Julien. 

—¿Puede indicarme su nombre, por favor? —dije con suavidad a pesar de que sus malos modales me tenían fuera de casillas. 

—¡Eso no es de tu incumbencia! 

—Disculpe señora, no quiero ser grosera, pero no puedo transferir la llamada sin notificarle al señor Barthel quien lo solicita. 

La mujer se puso histérica, yo solo respiré profundo y le pedí que permaneciera en la línea. Como enviado de Dios, Barthel iba saliendo de su oficina. 

—¡Disculpe, señor! —hablé llamando su atención —Una mujer al teléfono quiere hablar con usted, pero se rehúsa a darme su nombre. 

El señor Barthel se acercó y tomó el teléfono —No acepto llamadas de personas que se niegan a dar su nombre ¿Está claro? —hizo una pausa y luego gritó —la metiche como le acabas de decir es mi secretaria y está en todo su derecho de preguntar los nombres de quienes me llaman antes de transferir la llamada. —hizo otra pausa —¿Sabes qué? ¡Vete a la mierda! —colgó abruptamente y luego me dijo —La mujer que acaba de llamar se llama Bettina, no quiero llamadas de esa maldita bruja. 

«Vaya ogro es cuando se enoja», pensé.

Recuerdo que ese día salió de la oficina quien sabe a donde. Sonja, quien estaba en su puesto me miró y cuando su hermano ingresó al elevador, me miró diciendo:

—Esa maldita zorra, ¿todavía se atreve a llamar a mi hermano después de lo que hizo? 




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