Las adversidades de Sara y su fortuna

En París

Instalados en el hotel, me acosté ya que el cansancio por el viaje me mataba. No tenía ánimos ni siquiera para asomarme y contemplar París, solo quería relajarme, ver la televisión y acariciar mi vientre. Todo el tiempo me pregunté si iba a tener un niño o una niña, estaba tan ansiosa que incluso ya tenía planeado dos nombres; Fabian, en caso de ser niño y Victoria en caso de ser niña.

Allí, acostada en esa enorme cama para mí sola, seguía viendo la televisión mientras pensaba si pedir servicio a la habitación o no. De pronto, alguien llamó a la puerta. Me levanté y abrí —¿Otra vez? ¿No se supone que Isabel está aquí? 

—¿Quién? —habló Julien con total indiferencia y entró a mi habitación con su maleta, de la manera más atrevida posible y continuó diciendo —es aquí en donde debo estar. 

Puse los ojos en blanco, me abotoné la bata de dormir y me acosté. Julien se acomodó a mi lado, pero tenía miedo de abrazarme —¿Quieres comer algo? Debes hacerlo. No es bueno que estés tanto tiempo sin comer en ese estado. —se levantó y pidió servicio a la habitación.  

Yo permanecí en completo silencio, casi no quería hablarle. Me molestaba verlo ahí en mi habitación. Julien notó que yo estaba fastidiada y a pesar de eso, pareció no importarle. Hablaba por teléfono como si nada, yo lo miraba con enojo, pero al tiempo con amor. Ese era un sentimiento muy difícil de explicar. Para evitar seguir enojándome, me levanté de la cama y caminé hasta el ventanal para observar la ciudad.

Cuando colgó la llamada, Julien se acercó a mí. Permaneció callado un minuto y estuvo parado a varios centímetros de mí. Suspiraba mientras miraba por la ventana, parecía querer llamar la atención. Yo seguía observando las luces de la ciudad aquella noche, pero al mismo tiempo pude ver con el rabillo del ojo, que Julien se acercaba lentamente a mí. Fue tan sigiloso que cuando quise reaccionar, ya me tenía rodeada con sus brazos. 

—Quiero ver que lo intentes —susurró a mi oído al ver que yo trataba de liberarme —aquí nos vamos a quedar contemplando la ciudad, y mañana saldremos a dar un paseo. 

—¿Qué no hay trabajo por hacer? 

A lo que Julien respondió —Sí, pero no nos corresponde. Tu tarea aquí es quedarte conmigo para que pasemos tiempo juntos. Voy a recuperarte, Sara. Voy a enseñarle al mundo que solo tú eres dueña de mi ser y que eres solo mía. 

Dejé de intentar soltarme y me quedé inmóvil. Julien seguía rodeándome con sus brazos, mientras que yo lloraba en silencio. Me sentía vulnerable, estaba en una balanza y peleaba conmigo misma en mi interior. Quería abrazarlo, besarlo, decirle que lo amaba, pero no era capaz de hacerlo. 

Creí que después de la bofetada que le dí, Julien me odiaría. Por lo que veo aquello tuvo un efecto contrario porque en ese viaje, las cosas comenzaron a cambiar. Siempre hemos conocido a París como “la ciudad del amor”, pero yo diría que es la ciudad del drama. Aclaro esto último, lo digo por mi experiencia durante aquel viaje. 

Los minutos corrieron y el empleado del hotel por fin había llegado con las cosas que Julien encargó. Ambos recibimos, le agradecimos al caballero y este partió dejándonos a solas nuevamente. Julien prácticamente me forzó a comer, decía que no estaría tranquilo si yo no me alimentaba. Si era protector conmigo antes, cuando se enteró que estaba embarazada lo fue el doble. 

—Julien, ya no quiero comer más. —manifesté. 

Él sonreía tiernamente, luego limpió la comisura de mis labios con la servilleta y me dejó tranquila. Nuevamente me alejé, me acomodé en la cama de tal manera que no quedara acostada y una vez más me dispuse a ver televisión. Por momentos, Julien me preguntaba si me sentía bien, a lo que yo solo respondía que sí. Cuando terminó de comer, dio aviso y el empleado llegó para llevarse las cosas. En ese instante, Isabel aprovechó para acercarse a la puerta de nuestra habitación llamando a Julien. 

—Con permiso —dijo el empleado del hotel y se retiró. 

Isabel permanecía estática; yo la ignoré por completo y seguí viendo la televisión, su presencia me tenía sin cuidado. Para no escuchar de lo que hablaban, me puse los audífonos, los conecté en el computador portátil y puse una canción de Elvis. Aunque, poco después me causó curiosidad saber qué le decía Julien a Isabel. Así que, pausé la canción y escuché que ella le reclamaba a Julien por no estar en la otra habitación. Julien le dijo que era conmigo con quien quería y debía estar para cuidar de mí. 

—¿Qué? ¿No puede cuidarse sola? —cuestionó Isabel —tiene como treinta años. 

—Los cumplirá en unos meses —dijo Julien —Y sí, Isable. Debo cuidar de ella, lleva a mi hijo en su vientre y quiero que Sara esté a mi lado. Tú no eres mi esposa, recuerda que ese matrimonio es una farsa. 

—¿Farsa? —dijo —¿Te parece una farsa? ¿por eso nunca me tocaste? 

—¿Por qué lo haría?—cuestionó Julien con entera indiferencia — ¡Claro que es una farsa! Una que pronto va a acabar. Ahora vuelve a tu habitación y déjame en paz. 

Julien cerró la puerta aún estando Isabel allí. Yo, para disimular, volví a reproducir la canción y fingí ver la letra de la misma en pantalla. Poco a poco levanté la mirada y vi a Julien sentado en una de las esquinas delanteras de la cama, dándome la espalda. 

—¿Está todo bien? —pregunté mientras me quitaba los audífonos —¿tuvo problemas con su esposa?




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