Las adversidades de Sara y su fortuna

Un buen regalo de cumpleaños

Un año después, el ocho de agosto para ser exactos, regresamos a casa luego de cenar por motivos de mis cumpleaños. Estaba muy feliz, nada malo pasó en todo ese tiempo y aquellos terribles y amargos hechos ahora eran cosa del pasado. 

Esa noche, aprovechando que Victoria dormía con mi madre en la habitación de visitas, Julien me tomó bruscamente, pero romántica entre sus brazos. Ahí supe sus intenciones; quería cerrar la ocasión con broche de oro. 

—Muero de ganas por darte el último regalo, esposa mía —susurró a mi oído —así que te haré el amor como si fuera la primera vez, momento que no olvidaré jamás. 

Sonreí mirándolo fijamente a los ojos —créeme que yo tampoco olvidaré aquella noche, que, a pesar de estar muerta de nervios, el deseo de estar junto a ti y ser devorada por tus besos y tus caricias fue más fuerte. 

—Pero decías “no es correcto” —me imitaba de manera chistosa —siempre lo fue, Sara. Porque siempre has sido y serás mí, desde el día que te conocí, supe que tú eras la indicada y por eso mi trato especial hacia ti. Esa era la razón por la que estaba desesperado por acercarme, usando como excusa eso de ser amigos y superar nuestras rupturas amorosas juntos. ¿Y qué hay de sentarme junto a ti en el almuerzo? o De alertarme cuando Gunther te enviaba poemas. 

—¿Por eso aquel apretón de manos prolongado y su cara sonrojada? —pregunté

—¡Exactamente! —contestó y comenzó a abrir el cierre de mi vestido. Acto seguido, llevó sus manos a mi espalda y acarició aquella zona de la manera más sensual posible, al tiempo que susurraba a mi oído —Te confieso que en muchas ocasiones te imaginaba desnuda, sentía curiosidad por todo lo que escondías debajo de tu uniforme. Anhelaba verte sin censura. 

—¿De verdad? —pregunté mientras desabrochaba su camisa —eso jamás lo imaginé. Supongo que eso pasaba cuando entraba a tu oficina para organizar tu agenda. 

—Sí, y más cuando permanecías de pie frente a mi escritorio. Llegaban a mi mente todo tipo de pensamientos impuros y pecaminosos a mi cabeza, en donde imaginaba que tú y yo hacíamos el amor locamente. Otras veces me provocabas sin darte cuenta, haciéndome sentir el impulso de vaciar mi escritorio, desnudarte salvajemente y hacerte el amor en la oficina. 

Le quité la camisa y bajé mis manos hasta su cinturón, abriéndolo lentamente para después desabrochar su pantalón —ahora que lo mencionas, pudo ser interesante. Lástima que en ese entonces yo pensaba distinto. Estaba cerrada y tenía miedo de ti. —abrí su pantalón llevando mi mano hasta su miembro dándole suaves caricias —pero me gustaba sentirme así frente a ti. 

Quedamos en ropa interior, yo no llevaba puesto sostén por lo que Julien tocaba mis senos con suavidad. Luego, nos dejamos caer lentamente sobre la cama. Nuestras miradas se hallaban fijas, perdidas en los ojos de otro. Especialmente yo, que estaba hipnotizada bajo los ojos de color verde aceituna de Julien. 

—Cada vez que hago el amor contigo, siento que es la primera vez —dijo y me besó como siempre lo hace. Apasionado, como si quisiera devorarme al igual que la primera vez en su oficina —Te amo. 

Julien me despojó de mi ropa interior y luego de la suya. Sentí sus labios besar mis piernas para luego ir subiendo lentamente en medio de estas. Temblaba al sentir los labios y la lengua de Julien y explorar mi zona íntima como nunca antes. Sus manos se anclaron en mis muslos y siguieron hasta mis pechos. Más tarde, Julien subió hasta mi abdomen dando suaves besos y yo, con mi ojos cerrados, sentía mi piel erizarse como siempre cuando él se acerca a mí. 

Poco a poco llegó hasta mi cuello en donde se detuvo por unos segundos —cada parte de ti, cada poro de tu piel, cada centímetro de tu hermoso cuerpo me pertenecen. ¡Me vuelves loco, Sara! —siguió hasta mis labios. 

Entre besos y caricias, Julien se introdujo en mí mientras me miraba a los ojos. Me besaba, tocaba mis piernas y de vez en cuando mis senos causando una incomparable sensación de hormigueo por todo mi cuerpo. 

Luego, yo me ubiqué arriba. Mi abdomen no dejaba de moverse ni mi respiración de acelerarse. Me detuve y bajé hasta la entrepierna de Julien en donde me perdí por completo dominando aquella zona. Escuchaba a Julien y su respiración agitada, acompañada de un par de gemidos que se le escapaban emitiendo un mensaje de satisfacción total. 

Yo seguía como si estuviera poseída por el placer, usando mi boca hasta hacer explotar a Julien en cualquier momento. Al terminar, me subí sobre él nuevamente y sintiéndolo por completo dentro de mí, dejé escapar un par de gemidos mientras él me sujetaba por la cintura mirándome fijamente a los ojos o a mis pechos. 

Me incliné un poco para besarlo y decirle que lo amaba, que me sentía la dueña del mundo junto a él. Solo Julien tenía el derecho de hacerme suya, él era mi único dueño. Julien amaba escuchar eso, también amaba escucharme decir que solo yo era dueña de su ser, que era solo mío. Podía ser mi jefe dentro de la compañía, pero por fuera era el causante de mis desvelos, de robar mis suspiros. 

Disfrutaba estar con Julien en cada minuto de intimidad. Sé que lo he dicho cientos de veces, pero es que su sonrisa, su voz, sus ojos, sus besos y sus cálidas manos me hacían sentir muy afortunada. Creo que me habría arrepentido si nunca le hubiera dado una oportunidad junto a esa hija que tanto adora. 




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