Las Bebés y Tú Son Mías

¡Iré con usted a donde quiera!

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Adriana

El aire salado del puerto llena mis pulmones mientras camino por el muelle, mirando a unos metros adelantes los yates anclados. Llevo el teléfono pegado a la oreja, hablando con Karen. Su voz suena apagada al otro lado de la línea.

—Adri, de verdad lo siento mucho —dice ella con un suspiro entrecortado antes de empezar con una serie de estornudos que interrumpen sus disculpas—. Me levanté fatal esta mañana. Tengo fiebre, malestar general... creo que me pesqué un resfriado horrible.

—Ay, Karen, no te preocupes —le respondo, intentando no sonar decepcionada, aunque en realidad lo estoy un poco—. Dejamos el paseo para después. Lo importante es que te recuperes.

—¡Ni loca! Todo está pago: el hotel, los traslados, todo. Anda, ve tú y disfruta. No voy a permitir que pierdas esta oportunidad por mí. Disfruta por las dos, por fa.

—¿Y qué voy a hacer sola allá? ¡No iré, definitivamente no!—le replico, aunque la idea de un poco de paz lejos de todo es tentadora. Respiro profundo — Me voy para tu casa. Te llevo medicina y te cuido. Vemos películas y pedimos comida.

—Adriana, por favor, no seas tan terca… ¡te vas para esa bendita isla y la pasas bien! ¡Como vengas para mi casa te rompo la cabeza! — Amenaza, mientras estornuda.

No puedo replicar nada. Antes de que pueda decir algo, siento una sombra familiar frente a mí. Al levantar la vista veo a Mauro que está justo ahí, bloqueándome el camino.

—Te llamo luego, Karen —murmuro apresurada y cuelgo, sin esperar respuesta.

—Necesitamos hablar, vamos a casa —dice Mauro con su tono imperativo de siempre—. No puedes irte sola a ninguna isla. ¡Eres una mujer casada, no puedes andar como si fueras libre!

La sorpresa y el enojo me sacuden al mismo tiempo. Es increíble como puedes llegar a sentir tanto desprecio por alguien que pensaste era el amor de tu vida.

—¡A mí tú no me ordenas nada, así que bájale diez mil rayas a tu tono! ¿Cómo te enteraste? ¿Qué haces aquí? —le pregunto, dando un paso hacia atrás mientras él intenta acercarse.

—¿De verdad creíste que podías deshacerte de mí? ¿Crees que puedes largarte sin que yo me entere? Soy amigo del novio de tu mejor amiga. Por supuesto que él me iba a decir que mi esposa pretendía irse de libertina a una isla sin mí.

La indignación me hierve por dentro.

—Eres muy descarado —le escupo, con la voz temblando de rabia—. Sabes qué, yo hago lo que se me da la gana. Tú y yo ya no somos nada. ¡Nada, Mauro! No hay amor, no hay respeto y no hay absolutamente nada entre nosotros. Fuiste tú quien lo destruyó. Así que, ¡lárgate de mi vida y no me jodas! —exijo sintiendo que cada segundo que lo tengo frente a mí, el fastidio por él crece.

Mi corazón late con fuerza mientras espero que se largue, pero en lugar de hacerlo, avanza hacia mí con intención de agarrarme. Su rostro está tenso y sus ojos reflejan enojo, mientras sus manos hacen el intento de atraparme para llevarme a la fuerza.

No lo pienso dos veces. Mi mano actúa por sí sola al momento de estamparle un bofetón que resuena en el puerto. El impacto lo toma por sorpresa, y se tambalea llevándose la mano a la mejilla.

—¡Te pasaste! ¡En serio que con esto te pasaste, Adriana! ¡Vamos a casa de una maldita vez! —Vuelve a acercarse con más furia.

—¡No voy a ninguna parte contigo, ni ahora ni nunca! —le grito antes de empujarlo con todas mis fuerzas. No sé si fue el impulso o su torpeza, pero cae al agua con un chapoteo estruendoso.

La escena es surrealista. La cabeza de Mauro emerge del agua, escupiendo y maldiciendo.

—¡Adriana, regresa aquí! —ruge, salpicando agua por todas partes mientras intenta salir del puerto.

Yo, a pesar de la tensión, no puedo evitar soltar una carcajada. La imagen de él empapado hasta huesos, y maldiciendo furioso, es simplemente para conmemorar.

—¡Eso es para que aprendas que a mí no te me puedes acercar y que salgas ileso! —Grito desde lejos, al tiempo que mis pies se afana en huir, aprovechando que no encuentra la manera para salir del agua.

—¡Maldita sea, Adriana! ¡Esto no se queda así! ¡Juro que no te saldrás con la tuya! ¡Nadie me manda al diablo como pretendes hacerlo tú!

Escucho sus amenazas desde la distancia, giro mi cabeza y lo veo donde está próximo a salir a la superficie. Me alarmo. Sabiendo que no tengo mucho tiempo, corro por el muelle buscando un escondite. Mi corazón late desbocado y sin dudarlo subo al primer barco que me encuentro. El piso está húmedo, me resbalo y caigo de nalga, la caída me obliga a soltar el bolso que colgaba en unos de mis hombros y mi móvil cae disparado lejos de mí. Me olvido de eso por el momento, gateo rápidamente y como una pequeña, me escondo tras unas cajas. Desde mi escondite, veo pasar a Mauro como un toro enfurecido, chorreando agua y llamándome a gritos. ¡Adriana, maldita sea,! ¿Dónde estás? —Sus gritos resuenan en mis oídos, cuando frena sus pasos justo frente del yate donde estoy y mira hacia todos lados buscándome. Después de unos minutos se desespera y sigue su camino con mucha furia.

Cuando por fin desaparece de mi vista, respiro aliviada. Dibujo una enorme sonrisa de satisfacción y espero escondida el tiempo prudente para que se largue del todo. Más tranquila me pongo de pie e intento agarrar mi bolso, no puedo lograrlo porque el yate se mueve bruscamente de repente, mis piernas vuelve a tambalearse y aterrizo en el piso una vez más, esta vez caigo acostada boca abajo. Los movimientos son tan inesperados que mi cuerpo patina de un lado a otro del lujoso yate.




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