Las Bebés y Tú Son Mías

Azul infinito

----࿐♡♡♡࿐----

Martín

No sé qué diablos me pasa con esta mujer, pero verla temblando como una hoja me hace gracia y, al mismo tiempo, despierta en mí una necesidad absurda de protegerla. Su cabello húmedo cae en mechones desordenados alrededor de su rostro, y debo admitir que el atuendo con el que reemplazó su anterior vestido me tiene caliente la sangre, porque solo es un pareo cubriendo su bikini, dejando poco a la imaginación. Toda la ropa que carga en su bolso es de playa, y la pobre ahora muere de frío.

No puedo evitar mirarla, está abrazándose a sí misma, castañeteando los dientes, con una expresión de orgullo y terquedad que no debería hacerla ver tan condenadamente atractiva. Pero… sin duda, es una mujer preciosa.

—¿Qué mira? —me espeta con su voz temblorosa. El frío la tiene mal.

—A ti —respondo con una media sonrisa, acercándome al compartimiento donde guardo las frazadas—. No puedo creer que prefieres morir de frío antes de pedirme ayuda.

—¡No tengo frío! —miente, intentando cubrirse más con sus brazos.

—Ajá, no tienes frío, el frío te tiene a ti — Hablo tranquilo, mientras saco una manta y me acerco a ella, deteniéndome justo enfrente.

Ella me mira como si esperara que hiciera algo estúpido, y honestamente, la idea de envolverla como un burrito, cargarla y darle un par de nalgadas, no la descarta mi mente. Sacudo mi pensamiento y opto por un enfoque más civilizado.

—Levanta los brazos —le ordeno.

—¿Qué?

—Que levantes los brazos. ¿O prefieres seguir tiritando hasta convertirte en un cubo de hielo?

—No necesito su ayuda —responde, dando un paso atrás.

—Ah, claro que no. Te creo, claro que te creo. —El sarcasmo es notorio en mi voz. Ella abre la boca, probablemente para lanzar otro de sus insultos, pero se queda callada. Está demasiado fría para discutir.

Con un movimiento rápido, le coloco la frazada sobre los hombros y la envuelvo.

—Quédate quietecita, el frío pasará poco a poco —murmuro en su oído, al tiempo que mis dedos rozan los suyos mientras ajusto la tela. Por un momento, dejo de pensar en lo molesta que es esta mujer. No lo sé explicar, pero hay algo extraño en este contacto, es como si su cercanía tuviera algún un efecto raro sobre mí.

—Gracias —murmura.

La miro, arqueando una ceja.

—¿Qué dijiste?

—Dije gracias, en realidad si moria de frío —repite, alzando su rostro y mirándome con esos ojos grandes que dicen mucho y nada a la vez.

—Vaya, la señorita sabe ser agradecida. ¿Qué sigue? ¿Un milagro? —me burlo, sin poder dejar de mirarla, porque hay algo en su expresión que me impulsa a quedarme así, por minutos eternos, dejándome envolver por su iris.

El encanto se evapora porque ella esquiva mi mirada, se aleja de mí y se acomoda la frazada para que cubra bien su cuerpo. En silencio se sienta en la banca del salón del yate. Tampoco hablo, solo vuelvo a los controles y finjo que ella no está aquí conmigo, aunque mis ojos por voluntad propia busquen su ubicación.

—¿Por qué es así? —pregunta de repente, rompiendo la calma.

—¿Así cómo? —Pregunto mirándola directamente.

—Tan arrogante. Tan insoportable, ¿por qué todos los hombres tienen que ser tan imbéciles? —Habla con tintes evidentes de decepción en su voz.

—¿Eso piensas de mí? No me conoces para juzgarme de esa manera — Replico —. ¿Y tú qué? Eres la persona más testaruda y orgullosa que he conocido en mi vida. —Me defiendo sacando un par de cualidades que he logrado apreciar en ella.

Por unos segundos, ninguno de los dos dice nada. Solo nos miramos, como si estuviéramos esperando a ver quién cede primero y le habla con amabilidad al otro. Es un juego peligroso, porque su terquedad y su resistencia está muy lejos de desagradarme.

No resiste mi juego de miradas, suspira y aparta la cara.

—Esto es un desastre —dice en voz baja.

—No te preocupes, estás en buenas manos. —Mi respuesta es espontánea.

—¿Y cómo puedo estar segura de eso? No confió en nadie, ya con haberme arriesgado a viajar sola con usted fue algo muy imprudente.

Camino hacia su punto y me agacho frente a ella.

—Porque si quisiera hacerte algo malo, ya estarías nadando con los tiburones. Haberte salvado la vida dos veces, me debe dar algún crédito. —Respondo envolviendo sus manos entre las mías para darle un poco de calor. Está helada.

Mi acción la toma por sorpresa, me mira como si me hubiese salido algún cuerno en la cara. Intenta soltarse de mí, demostrando la desconfianza que siente por los hombres. No preguntaré el porqué de su sentir, porque no es asunto mío.

Mis ojos la detallan con más intensidad, y por primera vez desde que comenzó esta locura, siento que quizá... solo quizá, este viaje a la isla será más interesante de lo que imaginé. Si es que llegamos.

—¿Falta mucho para llegar? —Pregunta, y una vez más su voz interrumpe el hechizo en el que me mantenían sus ojos.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.