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Adriana
Llego al edificio donde vive Karen, saludo al portero quien me da paso de inmediato porque ya me conoce y subo al elevador intentando dejar de lado ciertas emociones que me agobian desde que partí del puerto hace algunas horas. Tengo todo revuelto aún; recuerdos que me hacen sonreír y me ponen el corazón a mil, y un enojo extraño por creer que aquel hombre me mintió y supo manipularme para que cayera en sus redes. Y… Bien que caí redondita y lo disfrute demasiado.
El ascensor se detiene y abre sus puertas en el piso 9, salgo y camino por el pasillo soltando varios suspiros de los mucho que tengo acumulados, con la intención de relajar mis pulmones un poco para que mi amiga no note el desastre que estoy hecha por dentro.
Doy dos toques en la puerta del departamento 905 y en cuestión de segundos la hermosa morena que abre, me sonríe y como si supiera que necesito de ella se me viene encima y me abraza fuerte.
—Oye, ¿Esa carita por qué? Se supone que debías venir de esa isla renovada. Dime que no es por el imbécil de Mauro, por favor.
—No, no es por él —respondo en un susurro, dejándome guiar por ella hasta su sala. — Mauro parece que murió para mí, porque ni mi mente ni mi corazón lo recuerdan. —comento, sentándome en el sofá. — No tengo nada, no te preocupes.
—A mí no me engañas, algo te pasa porque tú no eres así, tus ojos están muy tristes. ¿Sucedió algo con Ariana, o con la bebé? —pregunta angustiada porque durante todo el duro proceso que pasó mi hermanita, me hice la fuerte solo para ser su soporte, pero, era aquí con Karen donde mi yo sensible venía a llorar para desahogarme, por eso está al tanto de la historia de mi nena.
—Ariana y la bebé están muy bien, las dos están hermosas y felices con Simón. —respondo, dibujando una sonrisa para demostrar a mi amiga que todo está genial, que no me pasa nada.
—No sonrías así, que no soy tonta, Adriana Franco, ¿Qué me ocultas? Me lo dices por las buenas o te saco la información a las malas, tú eliges —Me amenaza.
—No fui a la isla. No alcance a llegar porque todo fue una locura. Apareció Mauro, me formó un lío, lo arrojé al agua y me escondí en un yate de un hombre que… —Hablo trozo de la larga historias.
Mi amiga frunce el ceño.
—Y ¿cómo diablos se enteró Mauro que ibas para la isla? —Pregunta con rabia.
No le respondo nada, solo la miro para que en mis ojos ella misma encuentre la respuesta.
—Fue el chismoso de Juvenal, ¿cierto? —Pregunta con los ojos ardiendo de coraje.
—Sabes que son buenos amigos, lo más normal es que le contara y si no sabía lo que Mauro me hizo con más razón.
—No lo justifiques, que ese infeliz chismoso me va a escuchar. Con la vecina de enfrente que quiere enterarse hasta de la última coma de mi vida me basta y sobra en chisme, como para tener un novio metido. Yo lo mato, juro que lo mato —Se arrebata quien tiene peor carácter que yo, agarra su móvil y sale disparada para el balcón a pelear con quien no sabe en el lío en el que se metió por andar diciendo lo que no debe.
—Mira, grandísimo chismoso, ¿con qué derecho fuiste a contarle al otro cabrón que Adriana y yo íbamos para una isla? —Empieza con el regaño, y se desafora a darle la insultada de su vida al chico que está del otro lado de la línea. Supongo que él no tiene tiempo de alegar o defenderse porque ella está tan eufórica diciéndole hasta del mal que se va a morir, que no creo que pueda decir palabra alguna. — No se te ocurra venir en los próximos cincuenta y nueve años a mi casa Juvenal, porque no sales vivo de este apartamento, estás advertido —es lo último que le dice y sin más, cuelga la llamada.
—Karen, fuiste muy dura. Tal vez él no…
—¡No lo defiendas, tal vez él no, ni que carajos! A mí el hombre chismoso no me gusta, así que es mejor que vuelve lejos. ¿Sabes qué? Dejemos ese tema hasta ahí, porque si sigo hablando de ese idiota, voy a buscarlo y pobre de él si lo encuentro. —Dice, caminando hacia puerta principal, muy dispuesta a cumplir con su amenaza.
—Ven, ya, tranquilízate que apenas te estás recuperando de tu peste, además, estás en pijama, no puedes salir así. —Me pongo de pie y voy por ella.
—Pero es que me enoja ese tipo de cosas.
—Lo sé. Pero mátalo otro día, hoy no. Vine porque no quería pasar la noche en el hotel. Estoy muy cansada, vamos a dormir que mañana temprano tengo la entrevista y no quiero verme tan ojerosa. ¿Sí? —Pido, haciéndola caminar conmigo a la única habitación que tiene este pequeño departamento.
—Si no fuiste a la isla, ¿Tú donde estabas metida? ¿Por qué estás tan cansada? —pregunta cuando entramos a la alcoba y delante de ella empiezo a quitarme la ropa para ponerme una pijama — Y… ¿Por qué estás así de bronceada? ¿Dónde y con quién rayos andabas? ¡No me digas que Mauro te obligó a hacer algo, porque juro que a ese poco hombre lo vuelvo polvo!
—No me obligó a nada, te dije que me escondí en un yate y…
—¿Y qué? —Pregunta curiosa, cuando freno mis palabras y esquivo su mirada. —¿qué hiciste? Mírame a la cara que esos ojos cuando se esconden es porque no quieren que los descubra. ¿Qué hiciste en ese yate?