----࿐♡♡♡࿐----
Martín
Adriana corre para escapar de mí, pero yo corro más rápido para alcanzarla. Me siento ridículo por andar en estas en mi empresa, pero, que puedo decir; Una mujer me volvió loco y en este momento solo me importa detenerla. Cada paso suyo es un desafío, y cada paso mío es una respuesta que le confirma que estoy cerca. La veo que está por llegar a la puerta principal, con la firme idea de largarse. Pero…
Yo no puedo dejar que se vaya. No después de lo que pasó en el yate. No después de todo este enredo que tengo en mi cabeza por su culpa, y no después de desearla como la estoy deseando. Ella fue quien se metió en mi mundo, ella solita, apareció en mi vida sin que yo la buscara, así que, ahora me aguanta. —Me doy razones mentalmente que justifiquen mi actuar.
—¡Clemente! ¡Cierra la puerta! —grito, con una autoridad que no admite réplica. Definitivamente perdí la cabeza. Si mi padre me viera en este momento, correteando a una chica fugitiva, y haciendo todo lo que está a mi alcance para no dejarla partir de mi vida, estoy seguro se burlaría de mí.
El portero, aunque un poco confundido, obedece al instante. La pesada puerta principal se cierra con un estruendo, bloqueándole la salida. La mujer, que frena en seco, logra poner las manos sobre el gran cristal con frustración, porque es inútil, ya no puede escapar.
Sin dudarlo me acerco a grandes zancadas, con el corazón latiéndome en la garganta. No sé si es por la carrera o por ella. O mejor dicho, lo tengo claro, por supuesto, que es por ella.
—¿Qué diablos cree que está haciendo? —reclama, girándose para enfrentarme. Sus ojos brillan con enojo, pero yo solo puedo pensar en lo hermosos que se ven incluso cuando me fulminan.
—¿Qué crees que estás haciendo tú? Pareces una niñata inmadura haciéndome correr por todos lados —replico, deteniéndome justo frente a ella.
—Estoy huyendo de usted, porque no me inspira confianza —me tira de vuelta.
—¿Cómo que no te inspiro confianza? Estás viva, ¿cierto? Sí, la señorita está completa. Pero… pudo haberte pasado algo muy malo en ese yate conmigo, porque fuiste una irresponsable al largarte a navegar con un extraño. Por ser yo ese extraño, es que estás sana y salva, ¿cierto? —Le reclamo porque pensándolo bien, si fue una irresponsable al irse conmigo sin conocerme. Aunque, yo la presioné, lo acepto.
El murmullo detrás de nosotros crece. Los empleados, que deberían estar trabajando, no se nos despegan. Algunos murmuran entre risitas, otros intercambian apuestas sobre quién ganará esta batalla verbal. Y yo estoy tan absorto en mi problema, que ni caso les hago.
—Escúchame —le digo, bajando un poco la voz—. No me importa cuanto corras y no me importa cuánto protestes, no te vas a ir porque no te dejaré.
Ella me mira como si acabara de declararle la guerra. Y en parte lo he hecho.
—¿Y cómo planea detenerme? ¿Va a encadenarme a un escritorio? —Me reta.
—Si es necesario, sí —respondo sin dudarlo, en tono serio.
El murmullo de los empleados se convierte en un susurro colectivo, de repente el espacio queda en total silencio como si todos contuvieran la respiración.
—Está loco —dice ella, sacudiendo la cabeza.
—Por ti, parece que sí. Me volviste loco el día que te apareciste en mi mundo. Yo estaba con mis planes en mi cabeza, y de la nada apareciste. Tú me encontraste a mí, y ahora, así nada más, pretendes largarte y ya… Eso no se hace —Hablo incoherencias, son reclamos sin sentidos, que no sé a donde me llevaran, lo único que sé es que por algún lado la tengo que frenar.
Mis palabras salen sin permiso de mi boca. Pierdo más la calma y sin previo aviso me acerco un poco más. Ella parpadea sorprendida, y yo aprovecho ese breve instante de vulnerabilidad para acercarme aún más.
—¡Ya basta de comportarte como una niña! ¡Dije que hablaremos y es lo que haremos! —Me impongo desafiante.
—¡Sí, ya basta! ¡Es hora de hablar! —replica alguien detrás de nosotros, uno de los tantos que tiene sus ojos puestos en lo que hacemos.
—¿Por qué insiste en perseguirme? Solo abra la puerta, yo me voy y hacemos de cuenta que nada entre nosotros pasó. —Pide, esquivando mis ojos, para ocultar de mí todas las dudas que sé que tiene, de no querer cumplir lo que dice.
—Te persigo porque no quiero que te vayas. —Confieso sin despegar mis ojos de los suyos. —Por algo estás aquí, y no tienes que irte.
—Martín… —Su voz tiembla un poco al pronunciar mi nombre — Eh... digo, señor, yo no creo que… —Mil temores puedo ver sembrado en sus ojos, cuando su frase queda inconclusa.
—En el yate me dijiste que necesitabas este trabajo —le recuerdo—. No me siento cómodo de saber que es así, y que por mi culpa decides renunciar. Así que quédate. Trabajemos juntos, como profesionales. Solo eso. —Intento convencerla.
Ella entrecierra los ojos, como si intentara descifrar mis verdaderas intenciones. Lo cierto es que ni yo mismo las tengo claras. Lo único que tengo claro es que trabajar con ella y no poder tenerla como anhelo, será una tortura, pero, ya me las arreglaré.
—¿Solo eso? —pregunta, con un tono cargado de escepticismo.