Las Bebés y Tú Son Mías

No soy tan fuerte…

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Martín

Uno, dos y tres días más, se suman a la cuenta que llevo en mi cabeza. Han pasado dos semanas desde que Adriana llegó a mi vida… o mejor dicho, desde que mi vida dejó de ser normal. Cada día es un suplicio, tenerla tan cerca y no poder tener acceso a ella juro que me está volviendo loco. Siempre tengo sed y una ansiedad tremenda que solo se calma un poco cuando ella me regala por lo menos una mirada.

Miradas robadas, en eso se resumen todo lo que hasta ahora tengo permitido. ¿Cuánto más durará este castigo? Espero que no sea por mucho tiempo o terminaré en un puto manicomio.

La veo entrar a mi oficina y por más que intento ser discreto no puedo controlar mis ojos; Con más descaro del que debo, con disimulo la detallo de los pies a la cabeza, y a pesar de que su atenuando de falda y blusa es sobrio y elegante, me parece la mujer más sexi y hermosa de este planeta.

Estoy mal. Muy, pero muy mal… ¿Cómo hago para que no se me acelere el corazón cuando la veo? Si… Conozco cada rincón de su piel desnuda, por lo que mi mirada hace un escaneo como si pudiera ver más allá de su ropa, recordando incluso la ubicación de sus lunares. Esa noche en el yate mordí despacito un lunarcito negro que tiene en uno de sus senos, y justo ahora muero por hacerlo de nuevo.

—Buenos días, señor. Aquí tiene su café. — Su voz me hace reaccionar.

—Muchas gracias —intento agradecerle con la mayor neutralidad posible, pero como siempre, termino mordiéndome la lengua para no decir lo que realmente quiero: lo increíblemente hermosa que luce ante mis ojos y lo mucho que estoy deseando hacerle el amor en este escritorio.

Suelto un suspiro antes de llevar la tasa a mi boca, estoy tan distraído que me meto un gran sorbo y está tan caliente que termino quemándome toda la boca.

—¡Joder, me quemé! —me quejo, soltando groserías. Reacciono torpemente, la taza de café me cae encima, manchando por completo mi camisa, y en menos de nada estoy vuelto una completa porquería y gritando por sentir que la piel se me rostiza — ¡Me arde, me arde! ¡Esta mierda, me arde! —grito apurando intentando separar la tela de mi cuerpo.

—¡Ay, Dios! ¡Estaba muy caliente, quítese la camisa, rápido que se le va a quemar la piel! —Me pide preocupada, acercándose a mí cuando me ve apurando prácticamente brincado y repitiendo una y otra vez; me arde.

De un momento a otro sus manos están encima de mí, sus dedos se apresuran a despuntar uno a uno los botones y con afán me quita la prenda y la tira al piso. Su mirada luce preocupada, se enfoca en mi abdomen que está rojo por la quemadura, mientras su boca se afana a echarme fresco para aliviarme.

Siento que el tiempo se congela por minutos que deseo sean eternos. Ella sigue tratando de aliviarme mientras que yo… Me quedo tan embelesado con ella, aquí tan cerquita de mí, que se me olvidó hasta de que la piel se me estaba cocinando.

Mi silencio la hace reaccionar, levanta su rostro y se enfoca en mis ojos. No puedo evitar sonreír.

—Yo, voy por algo para curarlo, mientras vuelvo vaya al baño y lavase un poco. —ordena bajito, con el rostro decorado con un bello rubor.

—No, no necesito nada más, solo échame más fresquito, eso me estaba aliviando —pido, agarrando su mano cuando intenta alejarse. Me olvido de todo y de un impulso la jalo hacia mí.

—Ese alivio es momentáneo, si no se aplica algo que de verdad funcione, se le harán ampollas —advierte, sin dejar de mirarme.

Mis ojos permanecen anclados a los suyos, confesándole con mi mirada todo lo que no he podido expresarle en estas dos semanas que hemos pasado juntos, siendo para ella lo que prometí, solo su jefe.

Una de mis manos viaja a su rostro, acaricio con mi pulgar su labio inferior.

—No puede hacer eso —murmura, sin alejarme ni apartarse.

La garganta se me seca más de lo normal, me lamo los labios ansiando con locura poder probar esa boca que me tiene enfermo por desearla tanto. Me quedo ahí, ensimismado, sin decir una sola palabra, solo la miro rogándole en silencio que de por terminado ese acuerdo que me impuso, porque yo ya estoy que no aguanto.

Ella se queda quietecita, inmóvil, dejándose envolver por esto que le demuestro, confirmándome que toda esa indiferencia que proyecta, es solo una manera de eludir la realidad. No me contengo, me inclino un poco acercando mi rostro al suyo, me acerco con cuidado a su boca y rozo sus labios con los míos suavecito. Hasta que…

—Martín, llegaron los clientes de la 199 y… — La voz de Mauricio, uno de mis socios, rompe el hechizo cuando irrumpe de repente en mi oficina.

Mi asistente con su rostro a nada de estallar por la vergüenza, se aleja rápidamente de mí.

—Con permiso, voy a terminar de organizar la sala de juntas para la reunión. —Habla apenada y sale con afán.

—Eres un imprudente. ¿Por qué carajos tenías que entrar ahora? —Le reclamo al idiota que se ríe por mi enojo y se burla de mí en mi propia cara.

—Y yo qué mierda iba a saber que estabas aquí encerrado con tu tormento a punto de… —Se excusa, sin dejar de reír— Esa mujer te tiene bien jodido. Anda a la reunión, que en esa sala de juntas hay una bola de hombres solteros que te la pueden bajar —comenta lo que sabe, me va a enojar más, antes de empezar a caminar a la salida para largarse, no si antes mirarme por última vez y soltar la risa divertida.




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