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Martín
—Bueno, ya, deja esa mierda a un lado que mi estómago está desesperado por el hambre y que yo sepa tú no eres cuerpo glorioso. —Me regaña Mauricio, acercándose a mi escritorio, y a las malas, cierra mi laptop como una clara advertencia de qué, o me levanto de mi puesto y salgo de aquí, o me llevará a las malas.
Hago caso antes de que uno de los dos salga volando por esta ventana. Salimos de la oficina, subimos al elevador que nos lleva al primer piso y salimos de la empresa rumbo al restaurante que está enfrente.
Atravesamos la calle, Mauricio no para de hablarme, y yo escasamente lo escucho, porque mi mente sigue atrapada en otro espacio del tiempo.
La verdad es que, tengo el ánimo por el suelo. Mi madre y yo estamos pasando momentos difíciles, porque después de los últimos acontecimientos con mi padre, por recomendaciones médicas, él debe ser internado en un centro de cuidados especiales para su enfermedad. Mi mamá se niega a hacerlo, dice que nunca lo dejará solo. Y si soy sincero, tampoco quiero que algo así suceda. Aceptar que se aleje de nosotros no es fácil. Y como hijo tengo admitir que siento temor de que en ningún otro lugar esté mejor cuidado que en casa, bajo los cuidados y el amor de su esposa. También me aterra pensar que cuando tenga esos momentos de lucidez no estemos ahí y eso pueda ser contraproducente para él.
—Ey… Sé que es duro por lo que estás pasando, pero debes ser fuerte. Tú eres el soporte de tu mamá, por eso no puedes decaer. Las cosas van a mejorar. Sabes que tu viejo es un guerrero —dice Mauricio, dándome una palmada en el hombro.
—Lo sé… pero no puedo dejar de sentir que esta vez es diferente. La enfermedad lo está consumiendo, Mau. Es como si cada vez que lo veo estuviera más lejos… Tengo miedo, cabrón. Ver a ese hombre que me ha dado tanto así, me tiene aterrado porque no lo quiero perder, y no quiero fallarle. —mi voz se quiebra, rápidamente miro hacia el suelo para ocultar la humedad de mis ojos.
—No le vas a fallar. Tu padre siempre ha estado orgulloso de ti, y eso no va a cambiar, Martín. No te des por vencido antes de tiempo, has que las cosas pasen, dale motivos para sonreír en esos pequeños momentos que lo tienes de vuelta. Tu papá está vivo, hermano, aún tienes tiempo de cumplir esa promesa. —Mi amigo intenta subirme el ánimo a como de lugar.
Empujo la puerta del restaurante y dejo escapar un suspiro. ¿Motivos para sonreír? El único motivo que podría alegrar a mi padre sería verme rodeado de bebés, y eso es algo que, hasta ahora, parece una fantasía.
—Ya te di una idea. Es buena, y sin complicaciones sentimentales — Me insiste con lo mismo. Tiene en la cabeza que puedo alquilar un vientre para poder darle ese nieto que quiere papá, pero… Pensar en un bebé sin madre, es una idea que me pesa.
Al entrar, el lugar huele a pescado frito. Ese olor me encanta y me abre el apetito. El restaurante es pequeño y muy acogedor, con mesas de madera y unas plantas altas que separan los espacios. Escaneo cada rincón buscando una mesa y estoy a punto de decirle a Mauricio que nos sentemos cerca de la ventana, cuando mis ojos quedan hipnotizados con la imagen de la chica más hermosa, esa que no me canso de ver a diario, por horas eternas de mi vida.
Quedo como un completo idiota observando sin moverme, a Adriana que está en una mesa del fondo, riendo con su amiga. Su risa es contagiosa, tanto que por verla y escucharla sonreír de esa manera disminuye un poco de la melancolía que arropa a mi alma.
Mauricio me da un codazo para hacerme reaccionar.
—Cierra la boca que se te quedó el babero en la oficina. —Me molesta.
—Cállate. Tú no digas tanto que la demora de verte como un imbécil tras una mujer, es que Nyss aparezca. —Lo jodo con el tema de su exnovia. Eso de inmediato lo deja fuera de base.
—No menciones a Nyss, ella es una mujer casada y ya no hace parte de mi vida. —responde en voz baja, dejándome ver lo mucho que le afecta.
—Yo no estaría tan seguro. Después de que la sacaste de ese auto, la secuestraste y te la llevaste para un hotel por tu necesidad de volverla a tener, dudo mucho que tu historia con ella sea cosa del pasado. —replico. Ni él se cree ese supuesto odio que dice sentir por su ex.
Me acerco a una mesa junto a las plantas que nos mantendrán ocultos para que no puedan vernos, pero estaremos lo suficientemente cerca para escucharla
—Aquí —le señalo la mesa a Mauricio.
—¿Aquí? Tanta mesa disponible con mejores vistas y escoges esta para que quede frente a una planta. —Se queja bajito, con las cejas levantadas — ¿Y qué vamos a hacer? ¿Espiarlas? ¡Hasta donde has llegado, Martín! Estás loco. —Habla en tono jocoso.
—Por lo menos yo no soy un secuestrador. —Le tiro con mi voz casi inaudible, para que no ponerme en evidencia con la preciosura que tengo tan cerca.
Le hago un gesto con el dedo en los labios para que baje la voz. Nos sentamos, y con señas, llamo al mesero.
—Shh… Que hagas silencio que te van a escuchar. —Murmuro, cuando Mauricio se ríe algo fuerte, tanto que creo que las dos chicas que están a un costado lo escucharon.
Entre señas mudas hacemos el pedido, el mesero se marcha, y de inmediato mis ojos buscan la dirección de quien está ajena a mi presencia. Desde mi lugar, puedo verla entre las hojas de una de las plantas. Sonrío como un imbécil cuando su risa divertida me envuelve y me transporta a ese recuerdo de nosotros juntos en el yate. Ese es un lindo recuerdo que no quiero soltar.