James se despertó con un insoportable dolor de cabeza. Sentía que le iba a explotar. Maldijo entre dientes varias veces. Será la última vez que iba a emborracharse con sus compañeros de juerga. Siempre terminaba hecho un desastre, podrido en todo su cuerpo.
Volvió a cerrar los ojos, sin ganas de despertarse. Ojalá pudiera estar todo el día tumbado en su cama, sin pensar en nada ni en nadie. Solo desconectarse de todo.
James estuvo un buen rato con los ojos cerrados. Había un silencio tan relajado que no pudo evitar volver a dormir.
Pero su paz fue cruelmente interrumpida cuando su móvil empezó a resonar por todo su cuarto. ¡Maldita sea su día! Gruñó James abriendo de golpe sus pestañas.
Cogió con fuerza su móvil contestando de mala leche sin ver quién era el remitente de la llamada.
—¿Cómo qué quiero? Debes estar aquí en diez minutos —le exijo su padre, harto de la inmadurez de su primogenitor.
—¿Para qué? ¿Cuántas veces te he dicho que no me interesa heredar tu empresa?
James no quería ser el presidente de una empresa que se dedicaba al sector de construcción. Era una profesión que le aburría demasiado. Cuando tenía dieciocho años, estudió la carrera de arquitecto por sus padres pero jamás la finalizó porque no era lo suyo. En la universidad, lo había pasado fatal sintiéndose inferior e infeliz. Sobre todo cuando veía a gente estudiar lo que él quería, la música. Le gustará convertirse en músico pero jamás tuvo la voluntad de luchar por su sueño.
—No he dicho nada de reunión, James.
—¿Entonces para qué me quieres?
—Quiero que estés presente en nuestra presentación. Es una charla sobre el arte de la arquitectura para todos los públicos. Quiero que la gente se interese en nuestro sector.
James bostezó desinteresado. ¿Por qué su padre lo odiaba tanto? Sabía perfectamente que no soportaba escuchar más sobre esos temas tan aburridos. Siempre terminaba durmiendo sobre el escritorio cuando iba a esas reuniones sosas, llenas de gente aburrida como su padre.
—¿De verdad tengo que ir?
¡Ojalá no! Rezó James para él.
—Sí, tienes que hacerlo. Y por favor, compórtate. Ya eres un hombre de veinticinco años, no un niño de cinco años —aseveró con frialdad.
James no le quedó más remedio que someterse. Su padre jamás aceptará un no por respuesta.
—Nos vemos allí —musitó antes de colgar la llamada.
James esbozó una traviesa sonrisa al pensar en lo enojado que estaría su padre ahora mismo. Éste odiaba que le colgaran y a él le encantaba hacerlo para llevarle la contraria.
Para no perder más el tiempo, se dirigió hacia el baño. Antes de comenzar a desnudarse, miró sus facciones en el espejo. Las horribles ojeras predominaban a su bello rostro. Por suerte, tenía un corrector para taparlas.
Cuando terminó de quitarse la ropa, se adentró en la ducha sintiendo como la fría agua caía sobre él refrescándolo. Con el champú con un olor refrescante y dulce, enjugó muy bien su cabello hasta dejarlo limpio y sedoso.
James era metrosexual. Se cuidaba bastante. No soportaba tener una imperfección en su cuerpo. Con el uso de un montón de cremas, tenía una piel casi perfecta, suave y sana. Varias de sus antiguas novias —casi todas modelos—, le tenían envidia por esa misma razón.
Al salir de la ducha, se tomó todo el tiempo que necesitaba para secar su cuerpo de las gotas de agua.
Aún le faltaban como cuatro minutos para que empeciera la gran presentación. ¿Y si llegaba tarde a propósito? Sería una venganza dulce. Solo comportándose de esta manera rebelde, su padre dejará de obligarlo a hacer cosas que le repugnaban.
Decidido a jugar al papel del joven despreocupado y mujeriego, James soltó varias carcajadas que se escucharon por todo la habitación. En ese instante, parecía un loco pero uno feliz.
¡Iba a pasar una gran tarde molestando a su padre!
Vestido con una ropa formal a la vez que sensual. Era un traje negro, con camisa blanca desabrochada en la parte del cuello. Para rematar al look sexy, echó varias gotas de su colonia favorita en su cuello, en sus manos.
Con pasos lentos y tranquilos, James caminó hacia su coche deportivo. Al llegar donde estaba estacionado, se subió en él cuando abrió la puerta.
Antes de encender el motor, puso sus gafas negras de sol. Ahora a toda velocidad, James recorrió varias calles de Bendigo hasta llegar a su destino.
James contempló su reloj mientras se bajaba de su coche. ¡Lo había logrado! Llegó tarde a la charla de su padre.
Empezó a saludar a todo el mundo cuando subía las escaleras de la entrada del enorme edificio. Estaba de un buen humor.
La recepcionista —una joven pelirroja de ojos verdes, alta y esbelta—, lo saludó desde lejos. James le correspondió acercándose a ella. Al estar a su lado, quitó lentamente sus gafas de sol.
—Hola, bonita. ¿Sabes dónde se encuentra mi padre? —preguntó con una voz suave y ronca.
La joven parpadeó sin poder evitarlo, sintiendo sus mejillas arder. Todo esto era culpa del cumplido de James.