«Han pasado más de siete años pero aquí estoy de nuevo, papá.» susurró Alec pensativo con una ligera sonrisa en su rostro antes de bajarse del avión.
Regresar de nuevo a la ciudad natal le ponía de un buen humor sobre todo porque iba a demostrar a su progenitor lo capacitado era administrando ese resort de lujo. Además todo el logro que consiguió fue sin su ayuda, sino por su talento y por su capacidad.
Los labios de Alec se curvaron en una enorme sonrisa al recordar las últimas de su padre. «Yo te quiero mucho pero si quieres que esté orgulloso de ti, empieza tu hotel desde cero. Hazlo sin usar el poder que poseo. Cuando lo logras, allí estaré para ti orgulloso de mi único hijo.»
Al principio a Alec le dolieron bastante esas palabras pero cuanto más crecía más ánimo sentía hasta el punto de convertir esa simple frase en un especial motto para él. Cuando se sentía solo en Francia, solo tenía que recordaba las palabras pronunciadas de su padre para recargar de nuevo las energías que le faltaban.
En estos momentos, él era uno de los hosteleros más privilegiados del mundo hostelero.
Abrió el maletero donde había dejado su equipaje para luego cerrarlo con un solo golpe. Después, se subió en su coche y al instante se puso en marcha dirigiéndose en su dulce y solitario apartamento.
En el camino mientras conducía en la carretera, Alec se quedó pensando sobre su padre. ¿Seguirá siendo el mismo de siempre? ¿Divertido y energético? ¿O ya habrá perdido esa fortaleza que tanto lo caracterizaba? Sea lo que sea, ya era hora de volver a mantener una relación de padre y hijo con él de nuevo.
Al llegar a su apartamento, lejos de la civilización. Era un enorme edificio con unas magníficas vistas al mar. Además por todo su alrededor estaba lleno de diferentes tipos de flores donde le daba un toque mágico.
La razón porque amaba vivir en este lugar era porque por la noche pasear por los enormes arbustos escuchando la sublime melodía de las olas era una experiencia mágica.
Alec aparcó el coche en el jardín, el cuál estaba pocos pasos de su enorme casa.
La sirvienta quién era una mujer de cincuenta años donde vigilaba desde años el hogar de su joven amo cuando éste no estaba. Ella era cálida, bondadosa y alegre. Su físico consistía en unos preciosos ojos azules con una materna sonrisa, la cuál te producía buenos sentimientos. Y la forma de su cuerpo era enana y algo regordeta.
Maggie salió emocionada encaminando directamente a él para darle su recibida bienvenida.
—¡Regresaste, jovencito! —exclamó Maggie alegre abrazándolo con tanta fuerza que Alec presentía que en este instante iba a ser su fin.
Maggie no era una simple sirvienta, sino era como su segunda madre. Después de que la madre de Alec falleciera siendo un niño, ella estuvo siempre con él tratándolo como su propio hijo mientras su progenitor estaba ocupado viajando en el mundo, disfrutando de las cosas excéntricas del planeta tierra.
Maggie dio un paso atrás bajando la mirada algo avergonzada por haber olvidado que aunque Alec era como su hijo tenía mostrarle sus respetos.
—Perdón, joven —se disculpó ella al instante.
Alec le dedicó una incrédula mirada, sin comprender porque su persona favorita —además de su padre, claro—, se disculpaba cuando no había hecho nada malo. Solo lo había abrazado en cuanto lo vio bajarse de su automóvil.
Entonces en ese segundo, él comprendió el porque de su disculpa.
Se acercó a ella con una juguetona sonrisa, mostrando sus dos hoyuelos.
—¿Por qué? —inquirió elevando una de sus cejas.
—Porque trabajo para ti, joven —respondió ella como evidente.
Entonces era por eso la disculpa pensó Alec divertido, encogiéndose de hombros.
—Creo que tú no tienes claro una cosa. Tú no eres una simple sirvienta que trabaja y vela por mi casa, sino eres como una madre donde estuviste conmigo en los mejores momentos y en los peores de mi vida.
Al momento que soltó esa declaración, Alec abrió sus dos brazos esperando que Maggie pillara la indirecta. Ésta levantó la mirada sonriendo, feliz por el simple hecho de que Alec se había convertido en un gran hombre como su padre.
Así que, sin pensarlo más, ella aceptó los brazos de Alec. Ambos se quedaron abrazados por unos momentos hasta que él decidió separarse de ella sin dejar de sonreír.
—Te has convertido en una gran persona, Alec. Tu padre estará orgulloso de ti —sinceró con él.
Alec asintió ligeramente. Eso esperaba él. Quería tener el amor y el apoyo de su padre.
—Por cierto, ¿deseas comer algo antes de descansar? Estoy segura que después de tantas horas en el avión estarás demasiado agotado.
Él sacudió la cabeza. A decir la verdad, se moría por recorrer por toda la ciudad y luego visitar el hotel familiar de su mejor amigo, James. Un joven mujeriego, quién le encantaba gastar el dinero en alcohol y fiestas.