Siempre sentí la necesidad de protegerla, tan pequeña y delicada, tan sabia.
Nunca la merecí, esa fue una verdad que desde nuestro inicio supe, así como sabía que jamás dejaría de soñar con su mirada. Gala existía en el aire, en las tardes soleadas y en el pasto recién cortado.
Dentro de mí.
Sonreía aún más por las noches, sin importarle mucho las pequeñeces de la vida. Tenía la pureza de aquellos que caminan libres por la tierra. Lo tenía todo, hasta a mí.
Gala es y será el amor de mi vida, pero ella nunca fue mi novia.