Las Chicas de Izan

Lucía

Lucía es un desastre, si algo le puede salir mal ten por seguro que le saldrá peor.  


Es despistada, olvidadiza y nunca descubrí cómo estaba a cargo de una librería.  


La conocí una tarde cuando fui a compartir un armario que, según la caja, podía armar con mis propias manos. Cerraba la puerta de mi camioneta cuando la vi, más bien la escuché. El estacionamiento estaba lleno de víveres regados y en medio de esa calamidad se encontraba ella. 


Corrí a ayudarle y luego de recolectar todo en seis bolsas y de ella quejarse que siempre se le rompían ofrecí llevarla a casa. Dudó, lo dudó bastante y eso que no vestía como un maleante. 


Mi ley era, zapatos y dientes limpios junto a una buena fragancia. 
La lleve a casa y luego de cuatro horas por fin llegamos. Y es que estar con ella era asegurar que me pasaría de todo, hasta enamorarme. 


La lluvia nos dejó varados en medio del peor tráfico de la historia, no había donde moverse y lo único que se nos ocurrió fue platicar. Platicamos mucho, le conté toda mi vida y escuché todos desastres. Dejamos de ser unos desconocidos en menos de tres días y tarde en terminar de besar sus lunares quince semanas después. 


Me prometí demostrarle cuánto la amaba por cada uno de ellos. 
Lucía es aquella sonrisa que espera por más. Lucía es la sangre correr por mis venas.  


Ay, Lucía..., ¿qué te hice? 
 




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