Las Chicas de Izan

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Tengo la necesidad de explicarte que, aunque Marisa era mi novia, jamás fue menos o más. 


Marisa siempre fue mi amor, fue los días que me hacían falta vivir. 


Perdió a su madre a la misma edad que yo lo hice. Mientras que lo mío fue en un abrir y cerrar de ojos lo de ella fue algo lento y doloroso. Eso hizo de mi chica alguien fuerte, a veces tanto, que llegue a pensar que jamás entraría a cueva de independencia dónde se escondía. Cuidarla e ingeniárnosla para sobrevivir los días después del hospital fue..., difícil. 


Un desastre. 


Mis tías fueron de ayuda y sin ellas posiblemente yo hubiera terminado matándola de un susto o de un coraje. 


Decidí cuidarla en su apartamento, pues su padre ya era alguien mayor que apenas y podía consigo mismo. Me comí las horas leyendo sus libros favoritos, viendo sus fotos, husmeando por los rincones y encontré un tesoro, fue así como descubrí quién era, lo que más anhelaba y sus miedos. 


Nuestros miedos. 


No tenía televisor, pues decía que no tenía tiempo para ello, así que en esos días además de limpiar la casa, darle las medicinas, ayudarla a asearse y estar de cotilla por donde se me permitiera (cabe destacar que todo eso con una sola mano). Me dediqué a admirarla día y noche. 


Comencé a sumar todos los detalles, las pequeñas pistas que me llevarían a conocer quién era Marisa. 


¿Cómo no iba a enamorarme? Si tenía esa mirada que prometía contarte el final del cuento, si poseía esa risa que escapa de su prudencia y llenaba el cielo de estrellas, si sus chistes bobos te dejaban con un dolor en el vientre de los buenos (tenía pésimo sentido del humor he de informar); si esas pláticas hasta las cuatro de la mañana nos consolaron el alma, si pedir mi ayuda fue lo más difícil que ha tenido que hacer. 


Un día simplemente no aguanté más y la besé, la besé como nunca la habían besado, como jamás volví a besar, mi alma se unió a la de ella desde entonces y se negó a dejarla marchar. 


Tal vez yo la amaba desde mucho antes y mi destino siempre fue estar a su lado. 


Al día de hoy entiendo por qué y perdóname si no encuentro ningún motivo para arrepentirme de lo que pasó a continuación: 
 




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