Las Chicas de Izan

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Lo confieso, me refugie en las faldas de Lucía, necesitaba de sus desastres que me suscitaban mil sonrisas. 

 

Pase a la librería antes de que terminara su turno con un par de cafés y croissant, cenamos sentados en el piso. Permanecí recostado sobre sus piernas mientras ella me leía un poemario que acababa de llegar a la librería y que la tenía loca. Escucharla hablar me relajaba, me centraba. 

 

Lucía era lava, pero también esa llama de esperanza. Lucía era ese faro en la tormenta, aunque ella misma fuera el huracán. 

 

Me dejé hacer, la vi girar y girar mientras se escuchaba alguna canción de Frank Ocean, si, estaba perdido. Más enamorado no podría estar de ella... ¿Cómo le diría a mi chica y a mi novia que tendría un hijo con alguien más? ¿Cómo se dan ese tipo de noticias? 

Fácil. No se dan. No de forma inmediata, al menos.

 

Esa era la única solución posible, guardaría el secreto, estaría a lado de Gala, me esforzaría por ser el padre que no tuve, amaría a ese pedacito de cielo. Mi corazón era grande y algo me decía que ya lo amaba, que comenzaba a entusiasmarme la idea de tener algo mío, algo especial con Gala. 

 

Ella nunca me pidió algo, ni cuando comenzó nuestra historia, es más, ni siquiera le pregunté si quería ser mi novia, un día sólo le dije que era mi chica y seguimos tejiendo el hilo del que estábamos hechos. 

Hasta hoy comprendí la libertad con la que nos amamos...

 

Ese día, con más calma, vi las cosas con una nueva perspectiva. 
Las cosas podían funcionar.
No quería lastimar a nadie y el que yo fuera padre no interferiría con nosotros, estábamos bien.

 

Todo estaría bien, ¿verdad?




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