Las Chicas de Izan

12

No negare que era un hombre sensible y que al ver el pequeño botón que era mi hijo, lloré. Acaricie los cabellos de Gala, besé su sien e incontables «Gracias» de mi parte se escucharon en el consultorio.

 

Preso de la emoción bese su vientre y por primera vez me dirigí a él. Era real. Había alguien ahí esperando lo mejor de mi, que le dijera que el mundo era bueno, que se podía ser feliz. Que lo estaría esperando con los brazos abiertos y la garganta llena de miedos.

«Papá te ama», dije y desde entonces jamás deje de hacerlo.

 

La doctora nos confirmó lo que ya sabíamos y la fecha probable de parto, aparentemente todo estaba bien con mi chica y fue ingeniosa al darnos posibles soluciones para controlar los ascos en su trabajo. Oler a pescado todo el día no era algo que estuviera manejando muy bien.

 

Hicimos planes, muchos planes, dijimos nombres, hablamos de colegios, de caricaturas que le permitiríamos ver, de aquello que estaría prohibido y de lo que nunca haríamos; imaginamos una vida para él. Dios, yo nunca me vi en el papel de padre y se sentía bien. Jodidamente bien.

 

Demasiado para ser verdad.

 

Estaba loco por enseñarles el ultrasonido a mis tías, pero sabía que si quería ser padre una vez más, debía guardarme esa información como clasificada, aun así ellas no dejaron de mirarme extraño esa tarde que desayuné con ellas.

 

—Te hace falta un corte de pelo.

—Y la barba.

—Y la barba -repetí yo.

—Pareces hippie, no sé cómo te siguen contratando en ese trabajo tuyo.

—Y esa sonrisita, ¡míralo Josefa, míralo!

—Te veo más delgado.

—Estás raro.

—¿Qué hiciste ahora niño?

—Estas muy inquieto.

—¿Por qué no vino esa niña contigo, terminaron?

—De que te estás riendo.

Así hasta que empezó la novela y Jorge Enrique se robó toda la atención.

—Parece algodón de azúcar con esa camisa.

—Que feo peinado le pusieron.

—¿¡Cómo va a dudar que Juana María lo engaño con su primo!?

—Debería tomar las riendas del rancho y sentar cabeza.

—Y tú también, muchachito, ¿cuándo te piensas casar? Queremos nietos.

—Pronto mis viejitas, pronto.

 

Jamás imaginaron que su deseo estaba a punto de volverse realidad.

 




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