Las Chicas de Izan

13

Estaba a punto de perder la mano y seguiría el brazo. Marisa tenía un fuerte agarre.

 

—Nena, nena, me lastimas.

—Lo siento, estoy nerviosa.

—No me habías comentado antes que te sentías mal.

—He tenido algunas molestias, pero con mi historial..., mejor prevenir.

 

Se recargó en mi hombro y ahora fui yo quien presionó su mano, su madre había perdido una dura batalla contra el cáncer que se llevó la última inocencia de mi pequeña.

 

Ella tenía miedos y yo los brazos abiertos para que se refugiara en ellos.

 

La doctora pidió análisis de rutina y otros más especializados por el antecedente familiar. No fue necesario esperar mucho pues al día siguiente nos habían mandado a llamar.

 

¿Lo adivinas?

 

Si, había embrazado a mi novia.

 

No me dejó asimilar la noticia, cuando apenas estaba entendiendo el significado de esa palabra ella ya estaba sobre la camilla con la bata puesta y la incomodidad en su rostro.

 

No podía afirmar cuál de los dos sudaba más, sentía que Marisa se me resbalaba de las manos.


Algo así como mi vida en ese momento.

 

—¡Ahí está! —dijo la doctora de forma cantarina, midió el pequeño punto que aparecía ahí y aproximo las semanas de gestación. Siete. Dos meses menos que Galatea. 
Mis hijos se llevarían nada.

 

¿Dónde tenía puesta la cabeza? Si, ya sé la respuesta. No frivolicemos esto.

 

¿A dónde me mandarían ellas en cuánto supieran? ¿Qué tan lejos? ¿Con qué rapidez? ¿Quién sería la primera en saberlo? ¿Había salidas para estas situaciones? ¿Dios querrá ayudar a un adultero como yo? ¿Cuántas horas extras tendría que trabajar para mantenerlos? ¿Me dejarían verlos siquiera? ¿Sería padre en verdad o me considerarían un donador de esperma con el pasar de los años?

 

Marisa me miró, asustada. Yo no había dicho nada. Apenas y podía mantenerme erguido.

 

Sería padre, de nuevo.

 

Con otra mujer.

 

—Cariño, ¿estás bien?  Vamos a hablarlo y si aún no es el momento, estamos en tiempo, ¿ves? No se ha formado.

 

—Claro, siguió la doctora, esta es una nueva etapa, algunos métodos fallan y es una decisión que deben discutir como pareja. Puede cambiarse y le daré una nueva cita para lo que decidan.
Prendió la luz y salió de la habitación, Marisa comenzó a limpiarse el vientre y se sentó sobre la camilla.

 

Apartó la mirada y mordió su labio, más tarde entendería que era para no llorar. Eso me hizo salir del estado de suspensión en el que me encontraba, del viaje donde me había ido dejándola sola.

 

No, yo jamás la dejaría sola. Nunca. La atraje hacia mí y miré hacia arriba. Ella siempre fue mejor que yo en todo y solo podía admirarla y agradecer que ella compartiera su vida conmigo. 
Ella era una diosa y tendría un hijo de un simple mortal como yo.

 

—Yo sé lo que quiero. ¿Tú qué quieres? —pregunté.

 

—No quiero que te sientas obligado. No quiero atarte a mí de esta forma. No quiero si no estás listo. Somos los dos o nada.

 

—Nena —le dije con una calma que no tenía. Me levante arrastrando la silla hacia atrás y con seguridad la tome de las mejillas—, atado a ti estoy desde la primera vez que te besé, jamás haría algo por obligación. No te amo por que deba hacerlo. Quiero tener este bebé. Quiero ser padre a tu lado, si me dejas. Dime ¿Me darías ese privilegio? ¿Me darías la oportunidad de ser el hombre más feliz del mundo?

 

—Sí, Izan, sí, sí, mil veces te diría que sí —pegó su frente a la mía y suspiró de alivio. Marisa siempre quiso ser madre, un secreto que descubrí mucho después, como otros que guardaba, deseaba tener algo mas que su vida por que luchar. Yo tarde un poco mas en aprender esa lección.

 

Me senté con la emoción desbordándose entre nosotros, ahí donde también se encontraban los nervios, patidifusos con mi decisión. Recargue mi cabeza en su vientre y permanecí ahí, oculto, el tiempo que se me permitió. Antes de levantarme le hice una promesa a ese pequeñín.

 

«Siempre estaré aquí, para ti, siempre».

 

¿Podría yo negarme a traer un hijo con la mujer que amaba? No. Tal vez sonara descabellado, pero entonces vi la vida como un regalo que se nos concedía y por azares del destino yo podía ofrecer el mismo obsequio.

 

Esa noche me sentí raro, en la soledad de mi dormitorio me permití pensar los pros y los contras, lo bueno de todo esto versus lo malo que se veía venir y fue como si una calma me dominara por completo. Estaba en el ojo del huracán, si, pero si me concentraba en lo importante no había temor alguno.

 

Sería padre.

Esa era la verdad más clara y absoluta.

 

Tendría en mis manos la responsabilidad de formas unos hombres de bien, alguien que seguiría mis pasos y ojalá no mis tropiezos. 

 

Sería padre. 

Me imaginaba los pequeñitos que serían, los quería idénticos a sus madres. Crecerían y llenarían mi vida de cambios. Tenía oro puro en las manos.

 

Sería padre...

 

Me dormí pensando en ellos, y en ellas, en Gala, en Marisa, en Lucía...

 

Lucía.

 




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