Las Chicas de Izan

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Lucía.

Lucía.

Lucía.

 

Si algo podía salir mal, con ella tenía la certeza que saldría peor, ¿lo recuerdas?

 

Entonces me saltare la parte de las dudas, de las pruebas de embarazo fallidas, las que se nos cayeron al retrete y las que se nos olvidaron en la farmacia.

 

Lucía.

 

Mi propia calamidad. 

 

La que había olvidado ponerse el parche.
La que no recordaba cuando le venía el período.
La que tenía dos meses de embarazo.

 

Lucía.

 

Que se acaba de lastimar el pie y se colgaba de mi cuello todo por salir huyendo de la clínica.

 

Lucía.

 

Que no sabía si lloraba por lo que el médico le confirmó o por el dolor.


Que no dejaba de pedir disculpas por el embarazo. ¡Cómo si ella fuera culpable!

Mi Lucía, que me miró como un loco cuando me puse a reír en medio de la acera.

 

¿Acaso tenía super espermas?
¿Era yo un semental?
¿Un super hombre?

 

O por fin confirmaba la ironía de la que estaba hecha la vida.

 

Era un cabrón, fue la única respuesta que hile.

—Ya... Sé que soy una tonta, lo siento.

—¿Lo sientes por qué? ¿Por ser tan hermosa? ¿Por seducirme con tus faldas y tus bailes?

—Por el parche, juró que me di cuenta la semana pasada —se retorció las manos angustiada.

Mi pobre Lucía.

Cubrí sus manos con las mías.

—Estaremos bien, prometí. 

Promesa que escapaba de mis manos, las mentiras tienen patas cortas y tarde o temprano te alcanzan.

»y no eres tú, somos nosotros —completé porque no sabía cerrar la boca ni guardarme las manos.

Pero ese "nosotros" incluía a las tres madres de mis hijos, aunque eso, por mi bien, lo callé.

 




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