Las chicas de Taler

Capítulo 1

Dominika

Siento mucho calor con esta peluca y las gafas me resbalan por la nariz. Me pica la nariz, quiero estornudar, aguanto desesperadamente. Y, de hecho, toda esta mascarada me exaspera tremendamente.  Pero parece que salió bien, Timur no me reconoció.

— ¿Y cuál es su experiencia de trabajo?, — pregunta. En su voz me parece oír burla, pero me convenzo empecinada de que no es así. Sólo me pareció, me estoy imaginando demasiadas cosas.

— Trabajé como maestra en el jardín de infantes, trato de hablar con voz gruesa y no muy alto. Trato de representar el papel tía maestra a quien no le interesa nada más que el trabajo.

— Está bien, — Timur me mira de pies a cabeza. Su mirada se desliza por la peluca, las gafas y, por alguna razón, se detiene en mi pecho lleno. Las palmas de las manos me sudan por el miedo, las seco furtivamente con la ropa y las escondo detrás de la espalda.

Elegí deliberadamente una blusa voluminosa para que el pecho no sobresaliera tanto. Si no fuera por el calor, me hubiera puesto una chaqueta. El pecho está hinchado por la leche, tengo mucha. En casa, me la extraigo de acuerdo a un gráfico para que no se pierda, pero hoy no lo hice especialmente. Espero tener suerte, que Timur no me reconozca y poder alimentar a mi bebé en secreto.

Si al menos me dejara alimentar a mi niña, juro que vendría caminando desde mi pueblo hasta aquí todas las mañanas. Pero el padre de mi hija es un bloque de piedra que no puede ser penetrado con nada. 

Es la tercera vez que vengo a casa de Taler para emplearme de niñera de mi hija, a quien no he vuelto a ver desde el parto. Timur se la llevó, llevándose mi corazón junto con ella, y ahora estoy haciendo todo lo que puedo para estar a su lado.

Timur me echó dos veces, y hoy decidí dar un paso desesperado.

La madre de Oleg y su amiga Ninel me vistieron con su ropa, somos de un tamaño más o menos igual Me dieron los documentos de la hija de Ninel y vine a emplearme.

— Necesito servicios de niñera las 24 horas, dice Timur, y trato de no mirarlo a los ojos. Temo que me puedan traicionar los ojos, incluso bajo las gafas. Pero yo lo miro con avidez.

Su rostro, que fue tan entrañable y querido, se ha vuelto completamente ajeno. No puedo creer que fue él quien me llevó en brazos al hospital de maternidad. Que fue él quien me tomó de la mano y me dijo todas aquellas palabras que me ayudaron a dar a luz a mi niña.

— Lo entiendo, y le puedo asegurar que yo...  ... — asiento con la cabeza de tal forma que la peluca casi se me cae de la cabeza, y de repente me quedo paralizada y desorientada.

Se escucha el llanto de un niño desde la habitación vecina, y siento con horror lo rápido que se moja la blusa, y en ella aparecen huellas húmedas. Es la leche que corre de mis senos, me baja por el vientre, toda la ropa interior que llevo ya está empapada.

La expresión de la cara de Talerov cambia y arroja los documentos sobre la mesa.

— ¿De verdad crees que soy un idiota sordo y ciego?, — sisea, cerniéndose sobre mí. — ¿Para qué este espectáculo, Nika? Te reconocí de inmediato, me preguntaba cuánto duraría esta comedia. ¿Cuántas veces tengo que repetirte que dejes de venir aquí? ¿Qué tengo que hacer para que lo comprendas?

No le hago caso a sus palabras porque la niña detrás de la pared sigue llorando. Ya tengo toda la blusa mojada, me quito la peluca, me quito las gafas y me pongo las manos sobre el pecho.

— Ella está llorando, Timur, — digo casi en un susurro, — déjame darle de comer. Por favor... Me duele mucho, me duele el pecho por la leche y tú la alimentas con fórmula. ¿Qué padre eres si actúas así? Compadécete de tu hija, una niña tan pequeña necesita leche materna. La alimentaré y me iré, te lo prometo.

Timur me mira con el ceño fruncido, luego se vuelve hacia la habitación.

— Está bien, — le sale ronco y tose, — ve allí.

Se sienta a la mesa y se cubre la cabeza con las manos, pero eso ya yo no lo veo.

Corro, desabrochándome la blusa mojada, entro volando a la habitación de al lado. Mi niña grita en los brazos de una mujer desconocida, me apresuro hacia ella y le arrebato a mi bebé. ¿Otro cerberus que Timur contrató para detenerme?

Ahora estoy lista para luchar por mi hija contra todo el mundo, pero para mi sorpresa, la mujer no trata de detenerme.

— Límpiese el pecho, — dice en voz baja y me extiende una toalla húmeda.

Me bajo la blusa, me desabrocho la solapa del sujetador: lo tengo todo preparado para dar el pecho, como debe hacer una madre lactante. Me froto rápidamente con una toalla y le doy el pecho a la niña. Ella comienza a chupar con avidez, me agarra con sus pequeñas manos y solloza resentida, como si me reprendiera por haber estado ausente tanto tiempo.

Yo también sollozo aliviada, — finalmente lo logré. Sostengo a mi bebé en mis brazos, presiono el cuerpecito tan querido, la alimento. Me siento tan mal sin ella…

— Siéntese en la butaca, estará más cómoda, — la mujer me ayuda a sentarme y sale, finalmente, echándome una mirada sorprendentemente cálida.

Mi niña sigue sollozando y gimoteando resentida y yo lloro en silencio para que nadie me oiga y me acuse de poner nervioso al bebé. Todo el tiempo me seco las lágrimas, para que no goteen sobre la niña.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.