Había pasado algún tiempo desde que Sergio había dejado de entender cómo funcionaba la mente de una niña, pero ahora estaba realmente sorprendido y confundido. Si se detuviera y tratara de entenderla, probablemente pasaría el resto de su vida enloqueciendo.
Sara corrió hacia la ventana de la sala, abriendo las cortinas para seguir observando a Laura desde allí mientras cargaba lentamente las cajas del baúl del coche hacia su casa.
Parecía que Papá Noel finalmente había respondido a sus oraciones, ya que aún era principios de diciembre y su tan esperada madre ya parecía haber llegado.
Al día siguiente, Sara hizo lo mismo cuando llegó a casa de la escuela. Mientras Sergio estaba en la cocina preparando algunos pasteles por encargo, ella estaba sentada en la ventana observando la conmoción en la casa al otro lado de la calle.
Laura estaba limpiando la nieve en el jardín, vestida con una camisa y un sombrero de colores brillantes mientras empujaba la nieve con un rastrillo.
— ¿Qué estás haciendo? — preguntó su padre luego de poner los pasteles en el horno y darse cuenta de que la niña seguía allí en la misma posición durante más de una hora.
— Veo a la señorita Laura limpiando su jardín. — respondió Sara con sencillez.
Sergio fue allí para ver que pasaba exactamente, mirando hacia la ventana también.
—¿Qué está pasando? Nunca te habías emocionado tanto con ninguno de nuestros vecinos — preguntó confundido, observando también a la mujer.
— Es que nunca antes habíamos tenido una vecina como ella. — explicó Sara como si fuera obvio. — ¿No crees que es la cosa más perfecta del mundo?
Sergio miró a la mujer al otro lado de la calle. En realidad le parecía que era muy atractiva y amigable. ¿Pero necesitaba todo ese alboroto?
—Ella es bonita, sí. — Él aceptó.
—¿Lo es? — Sara se emocionó aún más cuando escuchó el comentario de su padre. No recordaba haberlo oído nunca elogiar a alguien así, y mucho menos a una mujer.— Y creo que sería una gran esposa.
—¿Qué es esta charla ahora? —preguntó mirando perplejo a su hija.
— ¡Para esta navidad, quiero que me des una madre! — la niña prácticamente se lo gritó en la cara, dejándolo estupefacto ante una orden tan directa.
— ¿Es por eso que...? — preguntó y volvió a mirar por la ventana, viendo que Laura los miraba y les sonreía.
Ella saludó con esa brillante sonrisa, lo que sólo puso a Sergio aún más nervioso.
— ¡Muy bien, ya es suficiente! — Corrió las cortinas para cerrarlas y bloquear la vista del exterior. — Sara, te estás volviendo loca.
— No es una locura, papá. — la niña golpeó con el pie. —Es la verdad. ¡Soy la única chica de mi edad que no tiene madre en todo el mundo! Y además tú estás solo desde que tengo memoria.
En eso Sara tenía razón, desde que Sergio enviudó siendo tan joven, jamás volvió a interesarse por ninguna otra mujer, su vida estaba centrada en ser un padre soltero.
— Bebé, escúchame. — Volvió a agarrarla por la cintura y la sentó en el sofá, sentándose él en el suelo y tomándole las manos. — Quiero que te detengas y pienses un poco. — dijo muy serio. — ¿Por qué crees que nuestra nueva vecina querría casarse conmigo?
—Porque está soltera. — Sara lo dijo como si fuera obvio.
— No es precisamente así cómo funcionan las cosas. — dijo Sergio con un poco de ironía.
— Porque eres el chico más guapo del mundo. — agregó la niña cruzándose de brazos, sin entender por qué su padre intentaba buscar tantas excusas.
—¿Quién dijo que yo...? — quiso reír.
— Luci y su mamá. Y todos mis amigos. — Respondió Sara de manera convencida y Sergio se rio.— Y además cocinas muy bien. Principalmente dulces. Apuesto a que si le dieras una de tus galletas a Laura, ella definitivamente se enamoraría de ti.
Sergio solo se rio aún más fuerte, encontrando gracioso cómo la infantil e inocente mente de Sara pensaba con tanta certeza. Ojalá ser cocinero fuera una profesión tan atractiva y cool para el resto del mundo, y no sólo para los niños.
— Ve a hacer los deberes, hija y deja de espiar a tu vecina por la ventana, que sino pensará que estamos locos. — le dijo, todavía riendo un poco.
Sara hizo lo que le dijo su padre, pero de todos modos él continuó espiando desde la ventana de su dormitorio, en el segundo piso de la casa.
Al parecer a su nueva vecina le gustaba mucho hacer todo ella misma, como ella misma decía.