Las galletas de papá

4 - Encuentro casual

Sara pasó toda la semana siguiente observándola también.

Cuando ella y su padre salieron temprano en la mañana para ir a la escuela, el coche de Laura no estaba allí, lo que significaba que tuvo que salir temprano en la mañana para ir a trabajar al hospital. Sin embargo, cuando regresaban, sobre las cuatro de la tarde, ella ya estaba allí, lo que significaba que sus noches eran teóricamente libres.

— ¿Por qué no le pides que venga a cenar con nosotros? — Sara le hizo esta pregunta a su padre varias veces durante cada día de la semana, pero de una manera diferente. La respuesta, sin embargo, fue siempre la misma.

—No.

Sergio era realmente un tipo difícil de tratar, incluso su hija lo admitió. Lo cual sólo angustió más a la niña porque, sabiendo cómo funcionaba la ciudad, era más que obvio que los solteros de la zona iban a conquistar a Laura primero y de hecho así fue.

Sara casi tuvo un ataque de nervios un día mientras miraba por la ventana, porque vio a su vecino Nicolas, el último divorciado de la cuadra, hablando y riendo con Laura al otro lado de la calle.

—¡Papá, necesitas hacer algo! ¡Rápido! — Exigió la niña a su padre, quien la miró con desdén mientras desmoldaba un pastel.

— No seas ridícula, Sara ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres qué lo golpeé?

— ¡Sí! — respondió ella, casi escupiéndole.

Fue ese día que Sara realmente se dio cuenta de que, si tanto quería tener a Laura como su mamá, tendría que hacerlo ella misma.

Por eso, cuando la señora Begoña Mondragón invitó a todo el vecindario a su tradicional fiesta de Navidad, Sara le sugirió “delicadamente” que invitara también a la chica nueva.

— ¿No cree que sería genial para ella tener esta oportunidad de conocer a todos?— le dijo la niña a la anciana.

Como siempre, Sergio era el encargado de traer los postres dulces, y Sara quería asegurarse de hacer lo mejor que podía con todo, especialmente con las famosas galletas navideñas.

— Papá, tienes que hacer muchas para asegurarte de que ella pueda comer una, si lo hace, estoy segura de que se enamorará de ti. — le dijo de manera convencida.

Sergio encontró divertida la forma preocupada de su hija de tratar de complacer a la señorita Puccio.

Lo que él no le había contado a su hija era que una mañana cuando fue a hacer una entrega de galletas para los niños que estaban internados en el hospital, allí se encontró con su nueva vecina, que estaba tomando un té con trozos de tarta. Laura estaba con la cabeza gacha y mirando la taza de té de una manera un tanto desolada.

Él la observó mientras esperaba que los asistentes tomaran sus cajas con las galletas. Parecía cansada, por lo que debía haber hecho horas extras en el trabajo. Él ya estaba a punto de irse, pero decidió detenerse y saludarla.

—Buen día. —murmuró deteniéndose junto a ella. Laura levantó la cabeza y lo miró sonriendo.

— Ah, hola señor Sánchez. — dijo con simpatía, pero permaneció abatida.

— ¿Terminando el día? — preguntó, mirando su abrigo, doblado dentro de su bolsa abierta.

— Sí, acabo de terminar un turno. —ella contestó.

Sergio miró el trozo de pastel en el plato y notó que era uno de sus pasteles. Laura pareció seguir su mirada.

—¿Tú hiciste esto, verdad? Es muy bueno. — dijo sonriendo. — Siempre pido un trozo. O una de las galletas, en la panadería y me las traigo para mi desayuno. Todos son muy buenos.

—Sí, yo los hago. — él respondió sin saber de que más conversar.

—¿Quieres sentarte? — ella le señaló la silla del frente.

Sergio miró el reloj, viendo que ni siquiera eran las cinco todavía, y teóricamente sólo necesitaba despertar a Sara a las siete. Podría sentarse durante diez minutos, tal vez. Mientras lo hacía, notó que ella en realidad parecía estar de un humor ligeramente más bajo de lo habitual, ya que siempre sonreía naturalmente, pero ahora parecía estar esforzándose por mostrar un poco de simpatía.

— ¿Un turno agotador? — preguntó mirándola a la cara.

—Sí, es que… — tenía una mirada distante mientras dirigía su atención al trozo de pastel sin terminar. — Acabo de perder un paciente.—Sergio se quedó en silencio porque no sabía qué decir.— Sólo tenía once años. —murmuró suavemente, todavía en ese tono abatido. —Llevaba tres años luchando contra el cáncer. Todos los médicos anteriores ya se habían rendido.

Ahora algunas cosas tenían un poco más de sentido. Ella era medica pediatra Oncóloga, por cierto. Eso explicaba su simpatía, su pelo rosa, y su manera de tratar a los niños.

—Lo siento mucho. — dijo suavemente, mirando también el trozo de pastel.

— Falta sólo una semana para Navidad. — Dijo Laura desolada. — Ya había hecho una lista de regalos para sus padres.

Sergio se dio cuenta de que este era uno de esos momentos delicados, donde la gente se abraza y llora junta. Pero nadie le enseñó nunca a llorar con alguien, así que no estaba seguro de qué hacer. Ni siquiera qué decir.

— También perdí a mi esposa por esta época. — murmuró y sus ojos se encontraron con los de Laura, quien se acercó a mirarlo.




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