El día 24 de diciembre, Sergio estaba en la cocina, muy ocupado en la tarea de hacer las galletas de mantequilla que siempre hacía para Navidad. Sara permanecía a su lado, queriendo probarlo todo para asegurarse de que haría todo perfecto.
—¡Permiso! — peleó con ella más de diez veces por las molestias.
— Papá, no puedes vacilar. Esta puede ser tu única oportunidad. — la niña se defendió.
Sergio se sintió como si estuviera en una competencia por conquistar a la mujer de cabello rosa que ya venía rondando en su mente desde las últimas noches.
Cuando llegó la noche, ni siquiera necesitó ayudar a Sara a prepararse. La niña pasó tres horas encerrada en su habitación trabajando en sí misma. Se puso ropa y zapatos nuevos, se peinó y se perfumó. El padre casi se asfixia por el fuerte olor que llegó hasta todo el segundo piso de la casa.
Alrededor de las nueve, caminaron hasta la casa de la señora Begoña, al final de la calle, donde ya se encontraban la mayoría de los vecinos. Sara llegó con sus ojos escaneando todo el lugar, buscando a Laura.
La mujer estaba siendo “rehén”, según Sara, por Pablo y Roberto, quienes estaban hablando de jardinería con ella.
Laura saludó sonriendo a la niña y a Sergio cuando los vio, pero mientras tanto siguió conversando con los demás vecinos.
— Papá, llámala. — Sara le susurró suavemente a su padre mientras ordenaba las galletas en la mesa donde estaba toda la comida.
— ¿Por qué? Sería de mala educación. Ella está hablando. — respondió Sergio en voz baja también, aunque realmente quería que la mujer fuera “liberada” al resto de los invitados.
Evidentemente, no era el único que quería cinco minutos de charla con la médica. Porque fue solo después de que los hombres tuvieron un pequeño descanso, que Nicolas logró atraerla para que se sentara en el sofá con él y comenzara una conversación sobre el trabajo.
Sara tuvo ganas de pegarle a su propio padre por ser tan mula. Pero incluso ella estaba teniendo problemas para acercarse a la mujer.
Al final llegó la medianoche y todos fueron a comer y felicitarse, y Laura quedó como rehén de los demás vecinos. Sin embargo, alrededor de la una de la mañana, Sergio decidió irse con Sara. Y al despedirse de los vecinos, la niña sintió que alguien le tocaba el hombro. Cuando se dio vuelta, tenía la sonrisa más grande del mundo al ver que era su vecina del cabello rosa.
— Hola, corazón. — Laura le sonrió como siempre. —¿Ya se van tú y tu papá?
— Ejem, vamos a ver películas en la sala. ¿Quieres ir con nosotros? — preguntó inmediatamente la niña y ni siquiera le dio tiempo a Laura de responder cuando fue agarrándola de la cintura.
— Está bien. — Laura se rio y Sara ya estaba tirando a la mujer hacia el jardín delantero.
Cuando Sergio salió, las dos lo estaban esperando en la acera con enormes sonrisas.
—¡Papá!, Laura va a ver una película con nosotros. — Declaró Sara en voz alta, aún agarrándose de la cintura de la mujer.
— Ah, está bien. — asintió un poco sorprendido, porque no creía que ella recordara que él la había invitado a hacer eso, días antes.
Los tres caminaron por la calle hacia la casa. Sara no soltó a Laura por nada, como si la mujer pudiera escapar o algo así. Sergio la miró como disculpándose por eso, pero la médica solo se rio del hombre y la actitud de su hija.
Tan pronto como entraron, Laura miró a su alrededor con atención.
—Ustedes tienen una casa hermosa. — comentó radiante. — Y huele delicioso, por cierto.
— ¿A qué huele nuestra casa? — preguntó Sara sorprendida.
— A dulce. — respondió la mujer.
— Es porque mi papá trabaja con eso. — Respondió Sara nuevamente, muy orgullosa. — ¿Has probado sus galletas de mantequilla? Son muy sabrosas.
— Intenté conseguir una en la fiesta, pero no pude. Todos volaban sobre ellas a la hora de comer. — respondió la mujer riendo.
— ¡Ah, noooo! — Sara empezó a quejarse porque sus vecinos habían arruinado sus planes.
— Guardé algunas aquí. — anunció Sergio, sorprendiéndolas a ambas.
—¡¿En serio, papá?!— Sara volvió a animarse.
—Las traeré. Puedes encender la televisión mientras.
—¡Siiiii!
Las dos fueron a la sala y comenzaron a buscar películas navideñas mientras Sergio recogía las galletas que había dejado en la bandeja del horno para mantenerlas calientes.
Las puso en una fuente y las llevó a la sala, donde Sara todavía estaba aferrada a su vecina.
—Gracias. — Laura le sonrió cuando recibió la fuente. Miró las galletas con forma navideña hasta que cogió una con forma de árbol.
Los miembros de la familia Sánchez la observaron con grandes expectativas.
Laura mordió y masticó lentamente, sintiendo cuatro ojos oscuros sobre su persona. Cuando tragó, todavía fingió estar seria por un momento antes de sonreír.
— Ni siquiera necesito decir que son maravillosas, ¿verdad? — se rio de Sara, quien todavía tenía los brazos alrededor de su cintura. —Tenías razón, Sara. Tu padre hace los mejores dulces del mundo.