Las Hijas del Bosque: Nostralis - Libro 1

Capítulo 1: ¿Qué pasará cuando entierren mi cuerpo?

No soy creyente de un cielo o un paraíso. Tampoco entiendo mucho la parte de la reencarnación. A la definición que más me entrego es a la del “purgatorio”.

Para la religión católica, es un estado intermedio donde las almas que han muerto en gracia —pero aún no están completamente purificadas— se preparan para entrar al Cielo. Para ellos, no es un castigo eterno como el Infierno, sino un proceso de purificación del alma.

¿Qué será “purificar el alma”?

Dios nos impone 10 mandamientos para que los cumplamos en vida, nos da 7 pecados capitales, los cuales no debemos cometer o iremos al Infierno, y nos promete que, si hacemos todo al pie de la letra, como está escrito en la Biblia, nuestro purgatorio será más corto, más ameno.

La Iglesia nos enseña un “Dios” escrito por un hombre. Un Dios que castiga.

Para mí, la definición de Dios es el purgatorio.

Donde encontramos a un Dios que perdona, que entiende, que sabe y protege.

Y llamémoslo Dios, Luna, Jehová, Alá, Buda, etc. Pero toda entidad superior, en algún punto, son la misma.

Como humanos, nos enseñan a creer en algo. Ya sea para buscar un orden, una sensación de que hay un propósito detrás de todo, o simplemente una búsqueda de “tranquilidad” ante lo incierto.

Algunas personas nacen en entornos donde la religión es parte del tejido social o de la identidad colectiva. Otras han tenido experiencias místicas, revelaciones o momentos intensos de conexión.

Y claro está, puedo equivocarme. Soy persona. Y tú, que estás leyendo esto, puedes ser agnóstico o ateo, o ultra religioso católico. Puedes diferir conmigo. Eso es lo lindo de vivir: dialogar, debatir, encontrar, perder, reír.

Pero vuelvo a mi pregunta principal.

¿Qué pasará con nuestra conciencia cuando nos entierren?

Últimamente, a mucha gente cercana a mí la acecha esta sombra llamada “muerte”. Y no puedo evitar querer sentarme con ella a dialogar, a pedir respuestas. Cosa que nunca va a pasar.

Salgo de mis pensamientos un rato y soy consciente de lo que me rodea. Una cafetería llena de adolescentes hormonales.

Estudio en Ravenshade Academy, un instituto ubicado en el condado de Somerset, al suroeste de Inglaterra. Se esconde entre colinas cubiertas de niebla, cerca del pueblo de Hollowmere. Un sitio tan silencioso como olvidado, rodeado de un bosque denso y antiguo, digno de fotografía.

La academia fue construida a finales del siglo XVIII. Regalo de Edmund Ravenshade para su hermosa esposa, Vivian Stell, como muestra de su amor. Funcionó como residencial familiar hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando fue abandonada por un incendio en el ala este de la mansión. Allí se encontró el cuerpo sin vida de Vivian y ningún rastro de Edmund, ni de la causa del incendio.

Décadas más tarde, fue comprada por una viuda filántropa, Lady Cressida Vale, quien la reconstruyó como una academia de excelente nivel.

Ravenshade es un internado. En él duermo, estudio y convivo con adolescentes de todas las edades, tamaños y etnias. Actualmente, la directora de Ravenshade es mi tía, Agatha Vale, nieta de Cressida Vale y la persona más cariñosa que he conocido en mis 17 años de vida.

Después de mi padre, claro está, Thomas Hawthorne. El hombre que me acompañó durante tantos años, el que me enseñó a ser quien quiero ser.

Mi padre es la persona que está muriendo.

Me enteré de la peor manera posible: chusmeando la correspondencia de mi tía.

Un día llegó una carta a su despacho, lo cual era bastante raro porque ya nadie envía cartas hoy en día. Tenía un sello rojo con las iniciales “T.H.” y venía del hospital.

Con mucho cuidado la abrí, tratando de romper lo mínimo posible el papel, porque si mi tía se enteraba de que estaba revisando entre sus cosas, me mataría.

La carta empezaba con:

"Querida Agatha, lamento tener que confirmarlo de esta forma..."

No tenía intención de leerla. Solo quería saber si era algo urgente, algo que debía llevarle. Pero una frase en el segundo párrafo me clavó los pies al piso:

"Ya no hay tratamiento posible. Se ha extendido al hígado. Thomas tiene menos de un año."

Thomas es mi padre. Las iniciales T.H. son las iniciales de mi padre.

No lloré. No pregunté. No le dije nada a nadie.

Esa noche fui a la biblioteca y busqué libros sobre el hígado, el cáncer, sobre cuánto tarda en morir una persona.

Comencé a dormir mal. Revisaba el correo del despacho de Agatha cada vez que podía.

No le guardaba rencor a mi tía, mucho menos a mi padre por no decirme. Sabía que lo hacía para no preocuparme. Pero lo sabía. Y me preocupaba.

Como manera de escape, empecé a escribir. Primero mis pensamientos y mis enojos en una hoja. Hasta ahora, que me encuentro hablando con un cuaderno como si fuera mi diario íntimo.

Más allá de que mi padre me abandone en cuerpo, sé que un pedazo de su alma estará conmigo, acompañándome y guiándome.

Lo que no entiendo muy bien es:

¿Qué pasará con su conciencia cuando lo entierren?

Y por más que busque respuestas en la religión, por más que me agrade la idea de que exista un purgatorio, no hay certeza en absolutamente nada.

Solo fe.

Miro a mi alrededor. Los adolescentes hormonales, todos queriendo llamar la atención. Queriendo ser algo que no son, ni que va a perdurar en el tiempo. Queriendo encajar.

Por un lado, están los "populares" entre ellos, Ezra Merrow, capitán del equipo de cricket, que se cree la última gota de agua en el desierto, y que obviamente es avalado por su séquito de seguidores. Digo, amigos.

Su novia del momento, Chiara, sentada en su regazo, mientras Ezra manosea deliberadamente sus piernas descubiertas.

Chiara y yo solíamos ser amigas, hasta que entró al equipo de porristas. Donde, al parecer, ser cruel forma parte del uniforme.




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