Salgo de mi ensoñación y sigo a Milo por el internado.
—Primero que nada, debemos alimentarnos —dijo mientras entrábamos a la cafetería—. Me muero de hambre.
Apenas cruzamos la puerta, todas las miradas se giraron hacia nosotros.
Desde que Milo y yo dejamos de ser amigos, los rumores se esparcieron como fuego. Y en ninguno salgo bien parada.
El que más eco tuvo fue el de que habíamos tenido sexo. Porque, claro, ¿qué otra cosa podría imaginar un adolescente? Es como si el 90% de sus pensamientos orbitaran alrededor del sexo.
Según esa versión de los hechos, Milo y yo estuvimos juntos, y como soy una “frígida incapaz de disfrutar”, me dejó. Nunca lo desmentí. Había cosas más urgentes en las que concentrarme. Al parecer, él tampoco lo negó.
—Esto es incómodo... —susurré, apretando los dientes.
—Como digas, frígida —respondió Milo con tono burlón. Le di un golpe en el brazo—. Auch. No les des importancia.
Avanzamos hasta el sector de buffet y nos servimos comida. No me había dado cuenta de cuánta hambre tenía hasta que vi el plato lleno.
—Dios, me muero de hambre.
—Yo también, tengo un agujero negro en el estómago —respondió Milo.
Me sorprendí. Pensé que lo había dicho solo en mi cabeza… Pero lo había dicho en voz alta.
Nos sentamos en una mesa apartada y empezamos a devorar la comida.
—Muy bien, hora de empezar con lo importante —dijo entre bocado y bocado—. Nostralis está compuesto por distintos clanes de poder. A cada persona se le asigna su labor al cumplir quince años, según su afinidad mágica. Hay siete grandes órdenes:
»La Corona: En la cima está la Reina Ophelia, regente del Reino del Otoño y guardiana del equilibrio estacional. Su palabra es ley.
Los Sombralith: Guerreros de élite y custodios del Codex. Dominan la lengua ancestral, el Vaelith, y canalizan encantamientos de alto nivel. Solo ellos pueden alterar el destino.
Los Sylvari: Maestros de la vida vegetal y la curación. Usan raíces, esporas y savia para sanar heridas y purificar almas. Son los curanderos del reino, aunque no pueden alterar la vida ni la muerte.
Los Arkanor: Soldados con fuerza amplificada, sentidos agudos y reflejos sobrehumanos. Son estrategas, líderes de batalla y centinelas de la frontera entre reinos.
Los Phares: Videntes vinculados al Reino de los Caídos. Perciben espíritus, ecos de lo que fue y fragmentos de vidas anteriores. Algunos pueden comunicarse con los muertos, otros los escuchan en sueños.
Los Lunthari: Intérpretes de sueños y reveladores del hilo del destino. Pueden caminar por los pensamientos dormidos de otros y ver eventos futuros, aunque no siempre comprensibles.
Los Myrren: Un grupo más raro, poco documentado. Son recolectores de memorias, capaces de manipular recuerdos, borrar o restaurar fragmentos de la conciencia. Muchos temen su poder. »
—¿Y tú? —pregunté entre dos bocados—. ¿A cuál perteneces?
—Eso es complicado —respondió con una media sonrisa—. Lo dejamos para después.
—¡Oh, vamos! Yo te conté lo de mi padre —exclamé, con un tono más cargado de enojo del que pretendía—. Habla, Wren.
Milo me sostuvo la mirada. Una leve sonrisa melancólica apareció en su rostro, como si recordara algo que aún dolía.
—Mis padres… ya sabes que mi padre fue consejero de la Reina Ophelia. Pero hay cosas que no te conté —dijo Milo, bajando un poco la voz—. En Nostralis, cuando alguien se entrega por completo al Reino, debe abandonar su forma física. Es una antigua creencia: el cuerpo es efímero, una carcasa para moverse entre humanos. Lo que verdaderamente importa es el alma, la esencia. Eso es lo que perdura en el tiempo y en el espacio.
»Mi madre era su mano derecha. Estaba siempre con la Reina. Eran como una sola mente.
Se quedó en silencio unos segundos.
—Se esperaba mucho de mí. Desde pequeño me prepararon para ser un Sombralith. Pero el día de mi ceremonia… no pasó nada. No se manifestó ningún poder. Fue como si el Reino… se evaporara.
» Poco después, me entere de la peor noticia: Nostralis… se durmió. Me entere de la nueva guerra que se avecinaba. »
No supe qué decir. Algo en su voz, en su expresión… era como si su tristeza se hubiese infiltrado en mi pecho. Una parte de mí sentía esa soledad como si me perteneciera también.
Cuando terminamos de comer, Milo se limpió las manos con una servilleta y se puso de pie.
—Ven —dijo con una media sonrisa—. Hora de que conozcas a algunos rostros familiares.
Lo seguí por los pasillos ya casi vacíos. La noche comenzaba a caer, y las lámparas del internado emitían un parpadeo suave y anaranjado. Afuera, el aire olía a tierra húmeda, y un murmullo de hojas agitadas nos acompañaba.
—¿A dónde vamos? —pregunté, intentando seguirle el ritmo.
—Al bosque. Es nuestro punto de encuentro. También es donde entrenamos.
Cuando llegamos al borde del bosque, Atlas apareció de la nada y se posó sobre mi hombro. Me sobresalté, pero Milo solo rió bajo.
Se acercó a un árbol enorme, con raíces gruesas que se enroscaban en la tierra como serpientes dormidas. Con un gesto preciso, presionó una de las raíces con el pie. Un zumbido leve vibró en el aire, y un hueco se abrió en el costado del tronco.
Sin pensarlo demasiado, Milo dio un salto y desapareció dentro. Atlas lo siguió. Dudé por un instante… pero una extraña energía me empujó hacia adelante, como si algo dentro de mí supiera que debía hacerlo. Salté.
La sala subterránea era amplia y abovedada. El techo estaba sostenido por raíces que brillaban con un tono ámbar tenue. Olía a madera antigua, papel envejecido y tierra mojada. Había estanterías con pergaminos, frascos de vidrio llenos de líquidos misteriosos, armas encantadas, mapas de territorios que no reconocía. El lugar tenía el aire de una biblioteca secreta y un refugio de resistencia al mismo tiempo.
Cinco figuras se giraron hacia nosotros.