Las Hijas del Bosque: Nostralis - Libro 1

Capítulo 8: Tengo una amiga ✌

A la mañana del día siguiente me desperté cansada pero emocionada. Sentía que, por fin, todo estaba comenzando a tener sentido.

Me incorporé en la cama con movimientos pausados, ayudándome con las manos enredadas en las sábanas. Aun así, el frío de aquel lugar caló en mis huesos. Me estremecí, pero no era tanto el aire como el destino lo que me helaba.

Coloqué los pies en el suelo de madera; estaba tan frío que el contacto me hizo dar un pequeño respingo. Dejé atrás el lecho, aquel refugio de sueños, para dirigirme hacia el tocador. Me cepillé los dientes con paciencia y luego entré en la ducha, en busca de aquel calor que tanto necesitaba.

Una vez lista, me envolví en una bata pesada pero reconfortante y, con un peine, desenredé mi pelo, recogiéndolo en una simple pero cuidadosa trenza.

“¿Quién estás siendo, Astrid?”.

Esa pregunta volvió a aparecer en mí como un eco de sueños lejanos. Me vestí con el uniforme de la academia, con una calma poco frecuente en mí. Abroché la camisa lentamente, botón por botón, y ceñí la corbata al cuello de forma prolija. Me miré en el espejo con una expresión tranquila pero decidida. Así era yo… así me había construido. Me llevó años dejar atrás lo que otros querían que fuera para encontrar a la persona que yo deseaba ser. Ese Reino… aquel destino… no iban a cambiar lo que soy.

Salí del baño justo cuando Jenna despertaba, con un rulero en el pelo y una mascarilla en el rostro.

—Pensé que nada era peor que verte con el pelo suelto —murmuró al verme—. Pero me equivoqué… tu trenza es mil veces más terrible.

Levanté el dedo medio sin dejar de caminar, recogí mis cosas y salí de la habitación.

Al cruzar el umbral, el corredor me recibió más gélido que mi propio cuarto.

“¿Qué sucede en este lugar… acaso no encienden la calefacción?”.

—La calefacción está encendida —respondió Milo detrás de mí, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Pero el Reino del Invierno continúa avanzando… y el frío se vuelve más crudo que de costumbre.

Sin decir nada, comencé a caminar más rápido, dejándolo atrás.

—Astrid… —exclamó, alcanzándome—. Perdóname… pero… pero sé que aún no estás consciente de lo que significa que nuestras almas están unidas.

—¡Claro que lo sé, Milo! —respondí, más cansada que enojada—. Siento lo que tú sientes, veo lo que estás dispuesto a dejar atrás… sé que esto no es lo que querías… que estás enamorado de Rebecca. Lo lamento tanto… si tuviera una forma de revertir lo que pasó, lo haría sin dudar. Pero hasta encontrarla, así están las cosas.

Milo guardó silencio, como si estuviera procesando cada palabra, como si estuviera tocando con los dedos lo que yo llevaba años guardándome en el pecho. Finalmente, en un tono más bajo, más vulnerable, susurró:

—¿Tú… estás enamorada de mí?

Dejé escapar un suspiro pesado, tan cargado de emociones que casi me deja sin aire.
Por un lado, mis sentimientos por Milo seguían ahí, vivos bajo la superficie de aquel silencio. Cada vez que pasábamos un nuevo instante juntos, como en los viejos tiempos, florecía en mí algo difícil de expresar… como flores en primavera que reciben luz de golpe. Pero, después del entrenamiento, cuando viví en carne propia lo que él siente cuando está con Rebecca, todo comenzó a perder sentido.

Mi mundo, aquel que había construido con sueños de seguridad y de futuro, se estaba resquebrajando sin que pudiera evitarlo. Pensar en mis sentimientos por Milo me parecía tan irreal… tan lejano… como aquel cuento de hadas en el que solía encontrar refugio cuando era más pequeña.

—Sí… —respondí sin dejar que el drama venciera a la resignada madurez en mi voz—. Bastante… más de lo que estás dispuesto a notar. Me enamoré de aquel niño que lloraba a mares cuando lo separaron de sus padres… pero también sé que eso tiene poca importancia cuando el amor no es correspondido.

Bajé la mirada, jugando con el borde de la manga de mi uniforme, como si así pudiera encontrar fuerza en aquel pequeño acto. La herida en mi pecho era más profunda de lo que estaba dispuesta a demostrar, pero ahí estaba… latiendo junto con cada latido de mi corazón.

—Duele, Milo… —murmuré—. Duele saber que nunca va a haber algo entre nosotros, porque muy en lo profundo, creía en los cuentos de hadas. Pero también me lastima darme cuenta de que el mundo que creía seguro estaba construido sobre ilusiones. Me lastima dejar atrás aquel mundo… pero así tiene que ser. Así tiene que doler primero… para que pueda sanar.

—Perdóname, As… —murmuró, sin dejar de mirarme—. Me duele más de lo que puedes imaginar saber que… que no puedo corresponder de la forma que mereces.

Negué ligeramente con la cabeza. Dejé salir el aire en un nuevo suspiro, más tranquilo, pero más pesado que el primero.

—Ya no importa… —dije con una mezcla de resignada vulnerabilidad y fuerza—. Lo que más necesito ahora es a un amigo en el que pueda apoyarme cuando el mundo que creía seguro se esté desmoronando bajo mis pies. — Hice una pausa, dejándome llevar más por el cansancio que por el resentimiento—. ¿Puedes ser ese amigo… Milo?

—Eso es lo que más deseo… —respondió—. Nunca dejamos de ser amigos… para mí, eso siempre estuvo primero.

Mi expresión se relajó ligeramente, como cuando el sol atraviesa una grieta en el cielo nublado. Aquel silencio emotivo dio paso a una luz tenue pero reconfortante en medio de tanto dolor. La herida permanecería, pero también sanaría… así como el invierno deja lugar a la primavera.
A aquel silencio emotivo le siguió una expresión más juguetona cuando Milo comentó:

—Por cierto… más vale que te prepares en Literatura y Teatro. Mi ensayo de la Divina Comedia tiene toda la pinta de convertirse en la primera pieza en escena de la academia.

Lo miré con sorpresa, pero también con una chispa de alegría en la voz.

—Agradece que me da pánico escénico… porque si no, el elegido habría sido el mío.



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En el texto hay: reinos, magia, bosque jovenes aventura

Editado: 15.07.2025

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