La semana había terminado, y con ella mi breve y falsa sensación de paz interior. Los entrenamientos con Rebecca y Nim ya eran parte del pasado… y eso debería haberme alegrado, si no fuera porque lo que seguía era mucho peor: entrenar con Varian.
¿Tenía miedo? Por supuesto.
¿Iba a terminar con el cuerpo lleno de moretones y el alma pidiendo asilo político en otro plano? No me cabe la menor duda.
Varian tenía fama de convertir hasta al más atlético en un trapo emocional. Dicen que una vez hizo llorar a un chico solo con una mirada. Y no por tristeza… sino por pura humillación.
Pero ahí estaba yo, en pie (más o menos), con el estómago revuelto y la esperanza colgando de un hilo. Lo único que me mantenía a flote —además del miedo a decepcionar a medio Nostralis— era Milo. Él estaba demasiado entusiasmado con la idea de verme sufrir, lo cual era preocupante, pero también… adorable, a su manera retorcida.
—Va a estar bueno —dijo Milo, sonriendo como si me estuviera invitando a una fiesta y no a una sesión de tortura con aroma a sudor y desesperación—. Además, Varian no es tan malo si le caes bien.
—¿Y si no le caigo bien? —pregunté, genuinamente preocupada.
—Entonces… bueno, siempre puedes fingir tu muerte. Yo te cubro.
Él —y algunos otros valientes del grupo— decidieron entrenar conmigo esta semana “para darme fuerzas”. Aunque yo sospechaba que era más por curiosidad morbosa que por solidaridad. Según decían, entrenar con Varian podía hacerte replantear tus decisiones de vida. Y eso era ser generoso.
—¿Estás lista? —preguntó Milo mientras se ataba las botas con una energía que claramente no era humana.
—¿Para una sesión de tortura controlada? Más que lista —resoplé, estirando los brazos con dramatismo.
El campo de entrenamiento estaba vacío, excepto por él. Varian.
De pie en el centro, con la espalda recta, los brazos cruzados y esa mirada suya, mitad sombra, mitad juicio eterno. Su presencia lo decía todo: no estábamos ahí para jugar.
—Astrid Vale —dijo, sin saludar—. Estás tarde por tres minutos.
—¿Tres minutos? —miré el cielo. —Pensé que en este reino el tiempo era relativo.
—No para mí. Corre una vuelta completa. Ahora.
Y así comenzó.
La primera parte fue “resistencia”: correr, saltar, trepar, agacharme, esquivar obstáculos que parecían tener vida propia. Varian gritaba indicaciones como si estuviera en una guerra y yo fuera su soldado más inútil. Milo corría a mi lado, riéndose por lo bajo cada vez que me tropezaba o decía alguna grosería entre dientes.
—¿Sabes que esto es bueno para tu estado físico? —jadeó, mientras esquivábamos un tronco.
—También es bueno dormir ocho horas, y sin embargo nadie me grita para que lo haga —repliqué, con el corazón golpeando mis costillas como un tambor de guerra.
Lo siguiente era concentrar con tu esencia en medio del entrenamiento. Consistia en esquivar golpes, mantener el equilibrio sobre troncos mojados y sostener posturas imposibles mientras recitábamos conjuros en Vaelith. Es decir, usar mi energía sin que me explote en la cara mientras hago sentadillas.
Spoiler: fracasé.
Varias veces. En una casi quemo una soga.
—¿Qué estás haciendo? —gritó Varian, sujetando la cuerda que se había prendido fuego—. ¡No estamos en un festival de luces!
—Estoy… innovando —dije, sin aire, mientras me tiraba al suelo.
A mitad del día, estaba convencida de que no iba a sobrevivir. A fin de jornada, lo único que podía mover era la lengua, y solo para maldecir en todos los idiomas que conocía (e inventar nuevos).
—Cuando tus músculos tiemblan, tu magia despierta —repetía él.
Y yo solo quería tumbarme en el suelo y dormir por una semana entera.
—Vamos, Astrid —me animaba Milo entre jadeos—. Solo faltan... creo que faltan como tres horas más de esto.
—Oh, maravilloso. Justo lo que soñaba.
Varian observaba en silencio, como si supiera exactamente en qué momento cada uno de nosotros iba a romperse. Pero no lo permitía. Su control era total. No solo del espacio, sino también de nuestra voluntad. Tenía esa clase de energía que podía ordenar sin levantar la voz, y uno obedecía.
Para el cuarto día, ya no sentía las piernas. Ni los brazos. Ni el alma. Varian, en cambio, parecía no agotarse nunca.
—Si no controláis vuestro cuerpo, menos podréis controlar la energía que fluye a través de él —decía muy tranquilo él.
Yo sudaba como si me estuviera derritiendo. Milo, en cambio, se reía. Al menos hasta que Varian empezó a corregirle la postura con la punta de su bastón.
Cuando le llegó el turno a Liora, la corrección se volvió… más suave. Apenas un murmullo, una indicación sutil. A mí me mandaba a hacer todo de nuevo. A ella, una sonrisa apenas perceptible.
Estaba claro. Varian era muchas cosas, pero sutil no era una de ellas.
Para el quinto dia cambiamos de ejercicios, gracias a Dios por que mi cuerpo ya no hacia lo que le pedia.
—Canalización. — murmuro Varian con una sonrisa. —Formad una línea
Una vez que todos estábamos en fila, colocó frente a nosotros una especie de piedras marcadas con runas.
—La energía no es fuerza bruta —explicó—. Es una corriente. Si la forzáis, se rompe. Si la ignoráis, se dispersa. Debéis aprender a escucharla.
Agarro una piedra y un runa flotante surgió de ella, levitando como si la gravedad no existiera. Era distinta a las que había visto con Nim o Rebecca. Esta se movía. Cambiaba.
—Son los hijos de un reino que se construye sobre el equilibrio entre la vida y la decadencia. —exclamo con voz grave y marcada. — Su magia no proviene solo de la flor que cargan, sino de la conexión entre ustedes con el ciclo. Para canalizarla, primero deben contenerla. Sentirla. Nombrarla.
—¿Nombrarla? — pregunte desorientada.
—Sí. El caos tiene nombre, Astrid. Solo si lo nombras, podrás controlarlo.
No entendí mucho, pero asentí como si sí.
Entonces, extendió una piedra plana frente a mí, tallada con símbolos. Me hizo arrodillarme, colocar ambas manos sobre la superficie, cerrar los ojos… y escuchar.