Las Hijas del Bosque: Nostralis - Libro 1

Capítulo 13: Mi estrategia secreta eres tú

El día amaneció envuelto en una neblina suave, como si la tierra, aún conmovida por lo vivido, necesitara un respiro antes de continuar. Caminé entre los senderos del bosque que rodeaban la Academia, con los ecos del Valle del Umbral latiendo todavía en mi pecho. Todo parecía más quieto, más denso, como si el mundo estuviera conteniendo la respiración.

—Es un sueño...—escuché la voz de Edith, lejana, como si brotara del susurro de los árboles.

Continué mi andar, envuelta en una calma extraña, descomunal. Hasta que algo me detuvo: un tirón en el centro del pecho, como una cuerda invisible vibrando en una frecuencia distinta a la mía. Mi cuerpo se llenó de una ansiedad contenida, una desesperación que no me pertenecía.

Miedo.

Cerré los ojos, intentando disipar esa sensación, pero no se iba. Era una presencia palpitante, persistente.

—Milo Wren—volvió a hablar la voz ancestral—. Tu vínculo te une a él.

Y entonces lo comprendí. Estaba en el sueño de Milo. Era su mente, su refugio. Y yo estaba allí.

Corrí en su búsqueda, con el pecho oprimido, guiada solo por el instinto. El bosque se difuminaba a mi alrededor como si el sueño obedeciera a un corazón que no era el mío.

Lo encontré junto a la fuente de ingreso de la Academia, el mismo lugar donde había sido abandonado. Estaba sentado, con la cabeza gacha y las manos temblorosas. La fuente murmullaba un cántico que no entendía del todo.

Me acerqué con cautela, sabiendo que no me vería como en el mundo real. Pero cuando levantó la mirada, sus ojos me encontraron. Había asombro, sí, pero también una súbplica muda, desgarradora.

—No puedo más, Astrid —susurró, con una voz que apenas era aire—. Hay momentos en que me siento vacío, como si algo me hubiese sido arrebatado cuando regresé. Camino entre ustedes, sonrío, entreno... pero dentro, hay un silencio que no logro llenar. No es oscuridad, no es dolor. Es... una ausencia.

Me arrodillé frente a él. No sabía cómo había llegado hasta allí, pero sí por qué. Nuestro lazo me había llevado. Su angustia me había invocado.

Tomé aire, sintiendo el temblor de su voz como si fuera parte de la mía.

—Milo —dije con suavidad—. No tienes que encontrar todas las respuestas ahora. A veces, cuando algo dentro de nosotros cambia, no significa que perdamos lo que éramos, sino que estamos creciendo hacia algo nuevo. Y crecer duele. Sentirse perdido no es una señal de debilidad... es una señal de que estás en movimiento.

Él bajó la mirada, pero no soltó mi mano. Apreté sus dedos con los míos.

—La fuerza que te sostiene es tu corazón, Milo. Incluso cuando crees que estás roto, eres tú quien nos ayuda a no caer. Lo has hecho por mí más veces de las que sabes.

Sus ojos se humedecieron. Había un temblor en sus labios, como si quisiera hablar, pero no pudiera.

—No tienes que ser igual que nadie. Solo tienes que ser tú. Y yo... yo estoy aquí, Milo. Siempre lo estaré.

Una risa breve, sin alegría, escapó de sus labios, y luego se frotó los ojos con el dorso de la mano.

—No sé cómo haces para verme así... cuando yo ni siquiera logro verme.

—Porque te escucho —respondí sin dudar—. Porque cuando hablas, puedo sentir lo que no dices. Y porque lo que sea que estés buscando, no tienes que hacerlo solo.

Guardamos silencio. El aire se volvió más espeso, como si el bosque contuviera la respiración. Las ramas sobre nuestras cabezas se agitaron sin viento. Y entonces susurraron. Palabras antiguas cobraron forma en mi mente:

"El alma que no pertenece ya fue tocada por el agua dormida."

Tragué saliva. Sentí un estremecimiento profundo, como si esas palabras activaran algo dormido en mí.

—¿Estás bien? —preguntó Milo, al notar mi sobresalto.

Asentí, aunque una parte de mí seguía escuchando ese murmullo ancestral.

—A veces —dijo Milo, con la voz quebrada—, siento que estoy atrapado entre lo que fui y lo que no sé si quiero ser. Y temo que en ese espacio... no haya lugar para mí.

—Yo también tengo miedo —confesé—. Todos lo tenemos. Pero tú me enseñaste que incluso en medio del miedo, uno puede elegir quedarse. Elegir seguir.

Sus ojos me buscaron, y en ellos ya no había súbplica. Solo una calma tenue, como la luz que asoma entre las hojas al amanecer.

—Gracias —murmuró—. No sabía cuánto necesitaba oír eso.

Le sonreí, aunque mi corazón latía desacompasado. Había un calor en mi pecho que no era magia ni sueño: era de él, de nosotros. De lo que se había tejido en el silencio compartido.

—Lo vas a encontrar, Milo. Sea lo que sea... está esperándote. Y yo estaré aquí cuando lo hagas.

Nos quedamos así, sin prisa. Porque a veces, cuando el mundo duele, basta con que alguien se siente a tu lado y no se vaya.

El bosque seguía susurrando.

Y aunque no entendía del todo lo que decía, sabía que ese encuentro era el inicio de algo más.

Me desperté con la piel aún tibia por el sueño. Las imágenes no se deshacían del todo, como si parte de mi alma hubiese quedado allá, suspendida entre ramas que murmuraban secretos en una lengua dormida. Me vestí en silencio. El aire de la habitación era denso, y cada movimiento parecía resonar con una gravedad que no comprendía del todo.

Caminé por los pasillos de piedra hasta salir al exterior. La bruma matinal abrazaba los edificios de la Academia con una ternura espectral, como si el mundo se hubiese envuelto en un velo entre lo real y lo onírico. Bajé los escalones que conducían al patio de la biblioteca, y allí estaba él.

Milo, sentado en los peldaños, con la mirada perdida en la niebla. Su silueta parecía recortada en la neblina, casi como si aún perteneciera al sueño.

No dije nada.

Simplemente me acerqué y lo abracé.

Su cuerpo, al principio tenso, se fue relajando contra el mío, como si ese gesto fuera un puente que ambos necesitábamos cruzar. En su respiración contenida había un eco del silencio que habíamos compartido. No hizo falta hablar. Habíamos estado en el mismo lugar, en la misma herida.



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En el texto hay: reinos, magia, bosque jovenes aventura

Editado: 22.07.2025

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