Las Hijas del Bosque: Nostralis - Libro 1

Capítulo 17: Tres brujas, un bosque y una sombra emocional.

Volvimos a la ciudad cuando el sol apenas se alzaba sobre los tejados, todo se sentía distinto.

Caminábamos entre casas que comenzaban a abrir sus puertas, puertas que llevaban cerradas años. Los primeros habitantes se asomaban con rostros envejecidos y ojos que no sabían si creer lo que veían: una ciudad que volvía a latir.

Esta vez, no era solo la ciudad la que parecía más viva. Eran las personas.

En la plaza central, un grupo de gente nos esperaban. Hombres y mujeres mayores, tímidos, rostros marcados por los años y por el silencio. Todos de pie, como si un hilo invisible los hubiese llamado desde sus casas para recibirnos. Y allí estaban, con las manos entrelazadas, como si recordaran algo olvidado al vernos aparecer por el sendero.

—Nos estaban esperando —dijo Liora en un susurro.

—No a nosotros. — respondí segura. — Al recuerdo de lo que Nostralis fue y a la promesa de lo que podía volver a ser.

Una mujer se acercó. Tenía los ojos como el musgo, la espalda encorvada, pero su voz era firme.

—Gracias por devolvernos el sonido de las campanas.

No supe qué responder. Solo incliné la cabeza. Ella tomó mi mano y depositó en ella un pequeño lirio seco.

—Tomen esto —continuó—. Lo llevábamos en el pecho cuando partimos. Para no olvidar que alguna vez fuimos un Reino.

Todos nos quedamos en silencio, esperando algo que no sabíamos nombrar. Y entonces, sin aviso, una nube de polillas emergió entre la multitud.

Volaban lento, como si no pertenecieran del todo a este plano. Sus alas parecían hechas de polvo estelar, y cuando nos envolvieron, no sentí miedo. Sentí… memoria.

Me encorvé al principio, por instinto. Pero los demás no. Milo extendió los brazos como si recibiera una lluvia cálida. Liora giró entre ellas con una sonrisa temblorosa.

Rebecca soltó una risa suave, casi un sollozo.
—Mamá… —murmuró, mientras una polilla se posaba en su hombro.

La criatura empezó a brillar. No de forma violenta, sino como una llama pequeña que no quiere apagarse. El humo a su alrededor se arremolinó, y de él surgió una silueta.

La misma mujer de cabellos oscuros que había estado con ella en la Sima. No era sólida. Era bruma que recordaba un cuerpo. Un eco amable del pasado.

—Pequeña luciérnaga… —susurró, rozándole el rostro con los dedos que no eran dedos, sino bruma.

Rebecca se paralizó. No hablaba. Solo las lágrimas caían, como si su cuerpo recordara cómo llorar antes que su mente supiera por qué.

—Siempre supe que ibas a lograr grandes cosas —continuó la figura—. Solo necesitabas tiempo… y raíces que no te apretaran.

Rebecca cerró los ojos y contuvo la respiración.

—Te amo, mamá —susurró. — Te amo y te extraño.

La mujer sonrió. No con tristeza. Con aceptación.

—Entonces no me perdiste. — murmuro y se deshizo. La polilla volvió a danzar, y se elevó entre otras hasta fundirse con el cielo.

Algunas polillas no desaparecieron. Flotaban aún entre nosotros, como si cada una llevara una historia en sus alas.

Una revoloteó frente a Liora, que alzó la mano temblorosa. La criatura se posó en su palma como si la reconociera. La envolvió con un leve resplandor, y por un instante, vi a una mujer mayor. Tenía el pelo blanco y la piel oscura, opacada completamente por sus grandes ojos color turquesa.

—Talia… —susurró Liora, como si su voz tuviera miedo de romper el momento.

La imagen no habló. Solo sonrió, y se desvaneció en polvo dorado. Liora apretó los labios y dejó caer una lágrima muda. Pero sus ojos no tenían dolor. Solo amor.

Otra polilla se acercó a Milo. Esta no se posó. Se quedó flotando frente a él, como esperando algo. Milo la miró en silencio, y entonces sacó de su chaqueta un viejo trozo de tela desgastado. Un retazo con bordes azules, doblado con cuidado.

—Era de papá —murmuró.

La polilla se acercó, rozó la tela con una de sus alas y luego se transformó. Por un segundo, vi la figura de un hombre alto, de perfil firme, con una capa flotando detrás. No dijo nada. Solo levantó la mano y se llevó dos dedos al corazón.

Milo hizo lo mismo, con la barbilla tensa y la mirada húmeda.

Cuando la figura se deshizo, guardó el trozo de tela de nuevo

—Todavía estoy intentando estar a la altura. — susurro para sí mismo.

Nim no recibió una polilla, sino una hoja de color naranja.

Esta se encendió como si estuviera en plena combustión. Flotó a su alrededor, dejando un rastro de chispas que no quemaban, solo acariciaban el aire.

Nim la miró y sonrió, con esa mezcla de ironía y ternura que solo ella podía tener.

—Así que era cierto —murmuró—. El fuego no se apaga. Solo cambia de forma.

La hoja finalmente se posó sobre su frente y desapareció en una pequeña llamarada que no dejó ceniza. Nim rió por lo bajo y apretó el puño como si acabara de recuperar algo que no sabía que había perdido.

Por último, Varian.

Él no se movió. Parecía estar esperando. Y la polilla lo eligió sin dudar. Revoloteó a su alrededor y comenzó a formar figuras. Letras antiguas. Fragmentos de frases. Como si el aire escribiera solo.

Varian las leyó. Y sus ojos, por primera vez en todo este tiempo, se llenaron de algo que no era cálculo ni lógica. Era nostalgia.

—Papá —susurró—. Sabías que vendría.

El aire le respondió con un símbolo: el mismo que él llevaba grabado en el anillo que usaba. Una runa de unión.

Varian asintió, como si acabara de recibir una instrucción silenciosa. No dijo nada más. Pero se lo veía más erguido. Más completo.

Mi vista fue a Aiken, quien permanecía inmóvil. Ninguna polilla se le acercaba. Ningún eco del pasado parecía buscarlo.

Yo lo observé en silencio. Su rostro era el de siempre: duro, contenido. Pero sus manos estaban cerradas con demasiada fuerza.

Me acerqué a él con paso lento, como quien no quiere asustar. Tomé sus manos entre las mías. Sus ojos se posaron en mí, pero los apartó rápidamente, avergonzado.



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En el texto hay: reinos, magia, bosque jovenes aventura

Editado: 18.08.2025

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