El Umbral se deshizo a nuestras espaldas como una bocanada de humo en la oscuridad. Apenas dimos un paso fuera de esa niebla ancestral, el mundo volvió a vibrar con fuerza real: viento, hojas, sonidos.
Comenzamos a caminar de vuelta a casa, de manera tranquila. Nim y Liora iban abrasadas, conteniéndose entre ellas. Rebecca y Milo estaban sumidos en sus mundos, murmurando cosas entre ellos.
Varian estaba a mi lado junto con Aiken, caminando pensando en nuestras cosas.
—¡Agáchense! —gritó Liora.
Una lanza de agua endurecida atravesó el tronco a mi lado, clavándose hasta la mitad con un silbido metálico.
Desde los árboles, sombras vestidas con capas azul oscuro emergieron, silenciosas como espuma, pero letales. No eran los mismo que nos habían atacado en el internado, no había escarcha en sus pasos ni hielo en sus manos. Había agua fluyendo, cambiando de forma entre cuchillas líquidas y escudos ondulantes.
—¡Son del Reino de las Mareas! —gritó Varian, retrocediendo mientras alzaba una runa de escudo.
—¡Tienen la insignia de Erwin! —grito Rebecca, con una voz cargada de ansiedad y preocupación—. ¡No puede ser bueno!
Mi corazón golpeó contra mi pecho. Los soldados me buscaban con la mirada. Sabían quién era, yo era el objetivo.
—¡Me quieren a mí! —grité.
Aiken se puso delante sin pensarlo, aún pálido, temblando, pero con su baston desenfundado. Su magia chispeaba en su piel, desordenada.
—¡No te van a tocar! —dijo entre dientes.
Los ataques comenzaron. Un látigo de agua le rozó el brazo, abriéndole un corte que no sangraba, pero ardía. Liora respondió con runas de contención, creando raíces que se cerraban como puños sobre las piernas de los enemigos. Nim y Varian se cubrían mutuamente, retrocediendo con precisión. Rebecca invocó un muro de tierra que se agrietaba bajo el embate líquido.
Eran muchos mas que nosotros, era casi una batalla perdida.
—¡Nos superan en número! —gritó Milo, dándose cuenta de la realidad de la batalla.
Yo intentaba mantenerme en el centro, esquivando ataques que parecían buscarme directamente. Una figura alta se abalanzó hacia mí, con ojos ocultos tras una máscara de escamas. Aiken saltó delante, pero cayó de rodillas tras bloquear el golpe. Aún no estaba recuperado.
—¡Separémonos! —grité—. ¡Nos están cercando!
—¡No! ¡Astrid, no te alejes! —dijo Liora, desesperada.
Pero ya era tarde. Un segundo grupo se descolgaba desde los árboles, intentando atraparnos. Los enemigos se movían con coordinación. Sabían que, si me aislaban, ganaban.
Corrí hacia la izquierda, seguido por Milo y Liora. Escuché gritos detrás. La niebla del Umbral aún flotaba entre los árboles, pero no podía esconderlos ya.
Corrimos. El bosque otoñal se cerraba sobre nuestras cabezas como un túnel de ramas doradas. Las hojas crujían bajo nuestros pies, el aire era húmedo, denso, cada vez más líquido.
Y entonces lo escuchamos.
Un susurro, tenue como una caricia, pero tan claro como una orden:
—Milo…
Nos detuvimos en seco, miramos para todos lados y empezamos a caminar siguiendo la voz que llamaba a mi amigo.
Un lago estaba allí. Un espejo perfecto entre los árboles, inmóvil, profundo, casi negro bajo la luz filtrada del atardecer eterno de Nostralis. La voz parecía haber brotado del centro del agua. Del fondo mismo.
Milo retrocedió un paso.
—¿Escucharon eso? —preguntó.
—Sí… —susurré, helada. Me temblaba todo el cuerpo, hasta el pecho.
Liora se quedó quieta, los ojos fijos en la superficie.
—"Y cuando el lago susurre tu nombre…" —dijo con voz baja, como si recordara algo de muy lejos—. "Sumérgete."
—¿Qué? —Milo la miró como si se hubiera vuelto loca.
—¡Confía en mí! —gritó ella.
Y sin esperar más, Liora se lanzó al agua.
—¡Liora! —grité llena de pánico.
Milo dudó una milésima de segundo. Otro susurro volvió a sonar. Su nombre, esta vez en una voz aún más clara.
Entonces también saltó.
Sin ánimo de quedarme atrás, salte al lago esperando que este me proteja.
El impacto con el agua fue suave, pero no frío. Era como caer en un abismo sin fondo, donde la luz no venía del sol, sino de dentro del agua misma.
Abrí los ojos en búsqueda de mis amigos, Milo estaba igual que yo, sus pelos flotaban por el agua y sus cachetes estaban inflados en un intento de mantener la respiración.
Los ojos de Milo brillaban de una manera que no podía describir. Sus pupilas estaban dilatadas y sus mejillas un tanto sonrojadas.
El aire empezaba a extinguirse en nuestros pulmones, pero no podíamos salir a la superficie. Si un soldado del reino de las Mareas nos ve, estábamos muertos.
Un destello de desesperación cruzo por los ojos de Milo, y sin querer su boca se abrió, liberando docenas de burbujas que salieron disparadas a la superficie.
Vi como su pecho se inflo nuevamente, como si pudiera respirar. Como si el lago hubiera cambiado sus reglas para recibirnos. Intente respirar yo también, y sorpresivamente pude hacerlo.
—¿Liora? —giré bajo el agua y vi su figura retorciéndose con desesperación.
Ella no podía respirar. Sus manos golpeaban el agua, su cuerpo se agitaba con los ojos abiertos de par en par.
Senti como el miedo me atravesó el pecho. No podía perderla, no así.
Estiré una mano hacia ella, y sin pensarlo, murmuré algo que no sabía que sabía.
Una palabra antigua, como una corriente escondida en la lengua de Nostralis.
—Thal’enri.
La runa se dibujó sola en mi mente, y una burbuja de luz azul emergió de mis labios. Tocó la boca de Liora, se quebró… y ella respiró.
Sus ojos se abrieron con un brillo nuevo. Dejó de luchar y nadó hacia nosotros.
—¿Qué… fue eso? —susurró, aunque no había aire, solo agua.
—No lo sé —respondí, igual de desconcertada—. Pero funcionó.
Una luz nos llamó desde las profundidades. No era intensa, pero sí constante, como una antorcha encendida en una caverna marina.