Caminábamos de regreso al bosque, los pasos lentos, casi imperceptibles. El silencio nos envolvía, pesado, expectante. Liora había trazado una runa de protección que flotaba sobre nosotros como un escudo de hojas translúcidas, respirando con el entorno, apenas visible si no se prestaba atención. Nos ocultaba… por ahora.
Nadie hablaba. Solo se oían nuestras respiraciones contenidas y el crujido leve de ramas rotas bajo nuestros pies. El bosque otoñal parecía observarnos, y cada sombra sugería una amenaza. Hasta que un jadeo desgarró el aire.
Nos detuvimos de golpe. El sonido no era animal.
De inmediato, nos pusimos en posición de guardia, espalda con espalda, los sentidos aguzados. No veíamos a nadie, pero algo… algo se movía más allá del escudo. Mi instinto me empujó a mirar hacia arriba. Era una punzada en el pecho. Una urgencia que no sabía explicar.
Y entonces la vi.
—¡Nim! —grité antes de poder contenerme.
Ella estaba encadenada en una rama gruesa, jadeando, con el rostro pálido y la mano presionando una herida abierta en el abdomen. Su respiración era errática, su expresión tensa de dolor.
Pero apenas escuchó mi voz, sus ojos se agrandaron de terror.
—¡No! —murmuró, negando con la cabeza—. No, no, no, no vengan…
Un segundo después, lo comprendimos.
Desde las sombras del follaje, docenas de figuras emergieron. Soldados del Reino de las Mareas, con la insignia negra de Erwin en el pecho. Armados con espadas líquidas, redes vivas de algas encantadas y niebla cortante que se extendía como garras.
—¡Trampa! —gritó Liora, lanzando una runa de contención al aire.
Los árboles estallaron en movimiento. Las ramas se agitaban, las raíces crujían bajo la tierra.
Liora convocó raíces secas que salieron disparadas desde el suelo, enredando piernas y torciendo las armas enemigas. Yo por mi parte, invoque una lluvia de runas ígneas que estallaban al contacto, creando brechas y desorientando al enemigo. Pero fue Milo quien nos dejó sin aliento.
Concentrado, alzó sus manos hacia la niebla húmeda que los soldados habían conjurado. Sus dedos se movieron con precisión, casi con danza. El rocío de las hojas, la humedad de las cortezas, incluso el vapor del suelo… todo comenzó a brillar.
—¿Qué está haciendo…? —susurró Liora.
Milo murmuró un encantamiento bajo, y el rocío se alzó en pequeñas esferas suspendidas. Luego, con un gesto firme, las lanzó como dardos cristalinos. Cada gota atravesaba las defensas líquidas de los soldados, cortando, golpeando, empapando las armas hasta desarmarlas. Con cada conjuro, el agua respondía a él. Como si siempre lo hubiese estado esperando.
—¡Atrás! —grité, lanzando una ráfaga de raíces hacia un soldado que se acercaba por la derecha. Liora desvió una espada con una red de ramas y luego se impulsó hacia Nim, que seguía atrapada en lo alto del árbol.
Los enemigos caían uno por uno, asfixiados por raíces, cegados por niebla invertida, o empapados por las invocaciones de Milo. Una última ola de soldados cargó contra nosotros, pero dibuje una runa ancestral en el suelo. El bosque respondió.
Un temblor recorrió la tierra y un agujero se formo en el suelo, atrapando a todos los soldados en él. Gritaron, lucharon… pero ya no pudieron salir.
El silencio volvió, repentino y brutal.
—¡Nim! —gritó Liora, trepando por el tronco—. Ya pasó, te tenemos.
La alcance y juntas bajamos a Nim, que apenas podía mantenerse consciente. Su piel estaba fría, y la herida sangraba con fuerza.
—Tenemos que estabilizarla —dije, ya sacando un paquete de hojas curativas que Liora me pasó—. Esto huele a veneno.
Rápidamente me puse a preparar lo que Nim y Rebecca me habían enseñado. De su bandolera saque lo necesario: raíces secas de norvalia, savia de ébano rojo y musgo.
—Liora necesito que transformes este musgo en musgo lunar, como lo ensayamos. — murmuro tendiéndole el frasco.
Liora asintió suavemente y se puso a conjurar una runa lunar. Nim se había desmayado y mi pánico crecía a montones.
Triture raíces secas hasta que liberaron un polvo con olor amargo, lo mezcle con unas gotas de savia de ébano rojo que llevaba en un frasco de cristal oscuro. El líquido espeso se tornó cobrizo al contacto con el aire.
Cuando termine de mezclarlos Liora ya había transformado el musgo. Lo exprimi entre mis dedos y un par de gotas cayeron al instante sobre la mezcla. De esta salió un humo de color rojo.
—Resiste, Nim —murmuro Liora tomando su mano—. Ya casi estás a salvo.
—Vel'ena daelmin ka'ruhn vethor, ilen var’selem na Elixiarra— exclame mientras untaba la mezcla en el estómago de Nim.
Liora apoyo la cabeza de Nim sobre sus piernas a la espera de que recobre la conciencia. Un gemido suave detrás nuestro nos hizo girar.
—¡Los demás! —exclamó Milo.
En las copas de otros árboles, encontramos más cuerpos. Varian, Rebecca, Aiken… todos colgaban de ramas como marionetas rotas. Inconscientes. Rebecca tenía una gran herida en su cabeza, mientras que Aiken y Varian estaban solamente inconsciente o eso parecía
La escena era devastadora. El escuadrón entero había sido capturado y usado como carnada. Cada uno herido, cada uno marcado por la crueldad de Erwin.
Con una precisión que ni yo conocía en mí misma, destruí las ramas en donde se encontraban colgados los chicos
Me agaché junto a Rebecca. Tenía el rostro cubierto de sangre seca, y una herida abierta en la sien que aún latía como si el dolor tuviera voz propia. No podía arriesgarme a perderla.
—Le voy a aplicar lo mismo que a Nim —dije, mientras preparaba la mezcla con manos temblorosas pero precisas.
Volví a triturar raíces de norvalia, mezclé savia de ébano rojo, y Liora sin que le pidiera ya transformaba el nuevo musgo en musgo lunar. Una sincronía natural que solo compartimos cuando el mundo se derrumba.
Al contacto con la mezcla, el musgo chispeó. Esta vez, el humo que emergió fue violeta, no rojo. Tal vez por la intensidad de Rebecca. Tal vez por otra cosa que aún no sabíamos nombrar.