Estábamos terminando de almorzar cuando Evyne y Auren nos guiaron hacia una sección del río que desembocaba en un lago profundo y sereno, cuya superficie quieta reflejaba el cielo como un espejo bruñido.
—Bienvenidos a la danza de la marea —anunció Evyne, con esa sonrisa enigmática que nunca sabías si era burla o admiración.
Auren se mantenía a su lado, con los brazos cruzados, observándonos como si ya supiera quién sería el primero en caer.
—Hoy no vamos a hablarles de teoría —añadió Evyne—. Hoy sus cuerpos aprenderán a pelear con el agua... o a perder contra ella.
Con un simple gesto de sus manos, columnas líquidas emergieron desde el lago, transformándose en plataformas circulares que flotaban a diferentes alturas. Eran inestables, en constante movimiento. Vivientes.
—¿Tenemos que... pararnos ahí arriba? —pregunté, alzando una ceja.
—Y mantenerse en pie —respondió Auren—. Si pueden.
Subí a una de las más bajas, intentando encontrar el equilibrio. Pero el agua no se dejaba dominar. Apenas di tres pasos, la plataforma vibró bajo mis pies y terminé cayendo al lago con un chapuzón torpe.
Milo soltó una carcajada. Lo fulminé con la mirada mientras me apartaba el cabello empapado del rostro.
—Otra vez —ordenó Evyne.
Volví a intentarlo. Y volví a caer.
Lo repetí tres veces más. Pero las plataformas no reaccionaban a la fuerza. Reaccionaban a mí.
—Estás peleando contra ella —gritó Auren desde la orilla—. ¡La estás desafiando! El agua no responde a la imposición, Astrid. Solo al movimiento.
Me quedé en el agua, flotando boca arriba. Sobre mí, el cielo se extendía como un manto silencioso. Cerré los ojos. Mi mente viajó a las palabras de Isveran, a la calma que había sentido cuando sané sin pensar, solo permitiendo que el cuerpo hablara.
Respiré hondo. Decidí que no iba a subir a la plataforma. No esta vez.
Extendí las manos hacia la superficie del agua... y le pedí ayuda.
Una ola suave se formó bajo mi espalda, elevándome con lentitud. Me sostuvo sin resistencia, como si supiera exactamente cómo hacerlo. No había rigidez en mis músculos. No buscaba control, solo fluía. Y el agua, como respuesta, me sostuvo.
—Así sí —murmuró Evyne, apenas audible.
Cuando abrí los ojos, ya no estaba sobre una plataforma. Estaba de pie sobre una ola que se deslizaba firme, como si fuera un puente en movimiento.
Milo silbó, impresionado.
—¿Cómo hiciste eso?
—Dejé de luchar —respondí con una sonrisa—. Me rendí… y el agua me sostuvo.
—¡Hora de ponerlo a prueba en batalla! —exclamó Auren. Con un salto ágil, aterrizó en una plataforma cercana, generando una onda que sacudió todo a su alrededor.
—¿Batalla? —repitió Varian, arqueando una ceja.
—Amistosa —aclaró Jenna, aunque ya tenía una sonrisa cómplice en los labios.
Nos miramos entre todos, apenas unos segundos. Entonces Rhydan alzó la voz, divertido:
—¡Nostralis contra el Reino de las Mareas! —proclamó, uniéndose de inmediato a su grupo—. El equipo perdedor lavará los trastes.
Las plataformas se multiplicaron sobre el agua, formando un campo irregular en constante cambio. Las reglas eran simples: no tocar el agua, usar solo las habilidades de cada Reino, y pelear con el corazón.
Milo y yo nos posicionamos al frente del equipo de Nostralis, flanqueados por Varian, Aiken, Liora, Nim y Rebecca. Al otro lado, Evyne lideraba al equipo de la Marea con Ezren, Kaela, Auren, Sevrik, Zeven, Corven y Rhydan.
El campo de plataformas era un caos danzante de magia y agua. Todo se movía: el aire vibraba, el agua susurraba, y las decisiones tenían que tomarse en segundos.
—¡Agrúpense! —ordenó Varian, su voz firme cortando el estruendo de los hechizos cruzados—. Formamos una línea: Milo y Astrid al frente. Aiken, distrae a Corven. Liora, toma altura. Rebecca, contigo. Nim, a mi señal, raíces de contención. ¡Ya!
Nos movimos sin cuestionar. Cada paso era una coreografía impensada que habíamos aprendido por supervivencia. Las plataformas respondían a nuestro peso, a nuestra voluntad. Milo y yo nos colocamos al frente, flanqueando a Varian.
—¿Cuál es el plan? —susurró Milo mientras se cargaba de energía acuática.
—Desgastar su centro —respondió Varian—. Ezren y Kaela son los nodos mágicos. Si los aislamos, el resto perderá coordinación.
En ese momento, Zeven lanzó una niebla espesa que cayó sobre nosotros como un sudario húmedo. Liora reaccionó al instante: caminó con los ojos cerrados, conectando su visión a los pensamientos que la rodeaban.
—No es real. Es niebla emocional —dijo—. Está manipulando nuestra percepción.
Rebecca cerró los ojos y canalizó savia purificadora. Desde su palma brotó una flor brillante que giró como un torbellino de esporas, disipando la niebla y revelando el verdadero campo.
—¡Nim, ahora! —gritó Varian.
Desde una plataforma elevada, Nim alzó las manos y del agua surgieron raíces como látigos de luz. Se enroscaron en las piernas de Ezren, obligándolo a detenerse. Kaela intentó liberarlo, pero Aiken intervino con una visión ilusoria: Kaela se quedó paralizada al ver algo entre los reflejos del agua.
—¡No bajen la guardia! ¡Los Lureth se están replegando! —alertó Liora, que se movía como sombra por entre los sueños ajenos.
Milo extendió los brazos e invocó una corriente cálida que chocó contra la niebla de Sevrik, rompiéndola con una onda expansiva que lo lanzó fuera de equilibrio. Aprovechó para impulsarse sobre una ola y atacar con tres impactos precisos: uno a Corven, otro a Auren, y el último directo al centro de gravedad de Zeven, que por poco cayó al lago.
Auren respondió con un látigo líquido que Milo apenas esquivó. Yo me interpuse, fusionando mis dones: proyecté un escudo nostraliano en forma de espiral metálica, y sobre él, tejí una armadura de agua que absorbió el golpe.
—Necesitamos abrir una brecha —grité—. ¡Rhydan viene por la derecha!