El cielo sobre el claro estaba cubierto de nubes delgadas, apenas un velo traslúcido que filtraba la luz con suavidad. Había algo en el aire, una tensión que vibraba entre los troncos, como si el bosque mismo contuviera la respiración.
Habiamos decidido juntarnos a hablar y a discutir sobre el siguiente paso.
Planeamos la reunión lejos de la Resistencia, no queríamos que nadie nos escuchara. Después de lo que dijo Corven no dudaba que tuviéramos algún intruso por algún lado.
En el bosque, frio y espeso, se formaba una especie de anfiteatro natural, donde las piedras formaban una circunferencia perfecta alrededor de un roble antiguo. Los del Reino de las Mareas habían llegado primero: Ezren, de rostro imperturbable; los mellizos Sevrik y Zeven, apoyados uno contra el otro como espejos en equilibrio; Evyne, con los brazos cruzados y la mirada gélida; Kaela, sentada en silencio tallando un trozo de madera con un cuchillo; Auren, el más joven del grupo, atento y nervioso; Rhydan, con su lanza apoyada en el suelo; y finalmente Corven, que ahora mantenía la espalda recta y los ojos abiertos, aunque las ojeras bajo ellos hablaban de otra noche sin descanso.
Del otro lado estábamos nosotros, el Reino de Nostralis. Aiken y Varian encabezaban el grupo. Hay algo en la necesidad básica y primitiva de los hombres que les hace creer que ellos son cabeza de equipo. Bastante patético si me preguntan a mí.
Yo venía atrás de ellos, negando levemente con la cabeza al ver como abrían sus pechos haciéndose los “machos alfas”. Mis heridas habían sanado y mi cuerpo no dolia, lo cual era bastante bueno. A mi lado, Milo caminaba con seguridad, pero con una leve renguera. Nada muy grave.
Liora saludó con una inclinación de cabeza, seguida de Nim y Rebecca, quien no podía quedarse quieta, girando una gema entre los dedos.
El silencio se extendió por un instante cuando todos estuvimos presentes, unos frentes a otros.
Decidí cortar con la absurda tensión inmediatamente, no teníamos tiempo que perder.
—Sabemos la verdad —dije sin rodeos—. Sabemos que Malakar no es quien dice ser.
Corven bajó la mirada. Fue Ezren quien habló.
—Erwin. El Primordial del Olvido. Usó a Corven para proyectar su imagen, para mantener bajo control al Reino del Invierno. Usó su magia para manipular las memorias de una nación entera.
—Lo que enfrentamos es peor que un rey —intervino Zeven—. Es una entidad ancestral, antigua como el tiempo. No tiene moral, ni patria. Solo propósito.
—Y ese propósito es la aniquilación del equilibrio entre los Reinos —completó Varian.
Rebecca frunció el ceño.
—¿Y qué posibilidades tenemos contra algo así? — pregunto preocupada.
—Muy pocas — respondo Kaela. — Según las líneas temporales que mi muestra el agua, tenemos muy pocas chances de ganar.
—Conocemos la estructura del Reino del Invierno —intervino Rhydan con firmeza—. Al menos lo suficiente como para saber dónde atacar... y cómo.
Asentí lentamente. Los mellizos se adelantaron y, con sus manos, conjuraron figuras de agua que comenzaron a tomar forma frente a nosotros.
—Primero están los Umbreth —comenzó Ezren con el rostro tenso—. Los llaman "Los Eternos". Generales congelados en el tiempo, que no envejecen y dominan el frente con magia temporal. Controlan regiones enteras y pueden frenar ejércitos completos. Son casi inmortales.
Una figura translúcida tomó forma en el aire: alta, envuelta en capas de escarcha, con ojos que no parpadeaban.
—Luego están los Cryssari, los comandantes del Frío —añadió Kaela—. Pueden invocar nieblas que congelan los pulmones, estalactitas capaces de atravesar acero. Son líderes de escuadrones y todos llevan capas de cristal vivo.
Los mellizos conjuraron otra imagen: guerreros armados con lanzas de hielo negro, rodeados de un halo gélido.
—Los Theryon —continuó Evyne—, son los Centinelas del Tiempo. Espías, recolectores de secretos, expertos en manipular recuerdos. Pueden ralentizar el tiempo o leer el pasado en cualquier objeto congelado.
Una figura más pequeña apareció, con tatuajes brillantes en los brazos y ojos que veían más allá.
—Después están los Freythas, los Luchadores del Silencio —dijo Sevrik—. Infiltradores entrenados para no dejar huellas ni sonidos. Se vuelven invisibles en la nieve y pueden reflejar la magia elemental.
—Luego vienen los Keryndil —agregó Zeven—. Reclutas, jóvenes iniciados. Para ingresar, deben sobrevivir a una caminata solitaria por los Páramos de Eirwen. Si regresan, ya no son los mismos.
Las figuras conjuradas se hicieron más pequeñas, más humanas, temblorosas.
—Y por último… los Nivrak —dijo Rhydan, con la voz tensa—. Los Olvidados. Criaturas invocadas por magia ancestral. No tienen alma ni dolor. No hablan. Son las armas de aniquilación de Erwin.
Una figura oscura y monstruosa emergió en medio del círculo. Sus ojos estaban vacíos, su cuerpo cubierto de hielo fragmentado.
Liora bajó la mirada. Los Nivrak habían asesinado a su familia. A Rhydan también le tembló la mandíbula.
—Conociendo esta información —dijo Rhydan, sombrío—, cualquier ataque frontal sería un suicidio.
—No atacaremos primero —respondí con calma —. Vamos a buscar aliados.
Ezren la miró con atención.
—¿Crees que los demás Reinos se involucrarán? ¿Que se arriesgarán por una verdad que quizás ni comprendan?
—Mi plan es simple chicos. — conteste con voz calma, pero por dentro una sed de venganza y guerra crecia. — Vamos a hacer que Erwin desee no haber vuelto. Y para eso necesitamos toda la ayuda posible. No todos los Reinos se involucraron, pero alguno si.
— No necesitamos todos los ejércitos. Solo los suficientes para abrir una grieta. — secundo Aiken posicionándose a mi lado.
—Vamos a empezar por Floravelle —dijo Liora—. El Reino de la Primavera. Siempre han permanecido al margen, como si nada de esto les afectara. Es hora de cambiar eso.