Las otras novias

Prólogo (1a parte)

Varios años antes…

 

- Dianita, hija, despierta… - Ubaldo sacudía suavemente a la pequeña. Eran las 2 de la madrugada y le urgía levantar a la niña para poderse ir antes que lo atraparan.

Había cometido el terrible error de enamorarse de Eleonora De la Fuente, la hija de su jefe, el poderoso empresario Julián De la Fuente. Pero su error más grande no fue enamorarse de ella, sino el creer que ella también estaba enamorada de Ubaldo. Él era un simple contador que había trabajado en las fábricas De la Fuente, cuando la conoció sin saber quién era. Fue amor a primera vista para él. Fue un capricho para ella, ahora lo sabía.

Eleonora era rebelde por naturaleza y, ante la prohibición de su padre de estar con un miserable empleado, planeó fugarse con él. Ubaldo estaba ciego, creía que, realmente, la hermosa y elegante Eleonora correspondía a sus sentimientos.

La verdad llegó cuando se quedó sin trabajo y no pudo acomodarse en otro lado porque don Julián había movido influencias para que él no fuera contratado en ninguna otra empresa.

A Eleonora no le gustó el papel de esposa de un pobretón y, cuando por accidente quedó embarazada, fue peor. Odiaba atender a la pequeña, cambiar pañales o preparar biberones. Extrañaba las reuniones con sus amigas, las compras exorbitantes a las que estaba acostumbrada, los vestidos y las joyas. Así que acabó haciendo sus maletas para regresar con sus padres, a su antigua vida de lujos y fiestas, dejando a Ubaldo con la bebé.

Él puso la denuncia correspondiente contra ella, ante las autoridades, por abandono de hogar pidiendo la custodia de la niña. Pero las influencias de los De la Fuente llegaron incluso hasta lograr corromper a los jueces y ahora a él se le acusaba de secuestrar a la pequeña. ¿Por qué? ¿Cómo se les ocurría que él podría dañar a la niña? ¿Y por qué querían quitársela si su propia madre la había rechazado y jamás se había preocupado por ella? Todo era un capricho de los abuelos de la pequeña, porque estaba seguro que su exmujer no estaba interesada para nada en la niña. Y no, Ubaldo no iba a permitir que le quitaran a su Dianita, y mucho menos que la convirtieran en una mujer sin corazón, ambiciosa y descerebrada como Eleonora.

Desesperado, se echó al hombro la mochila donde había guardado lo más indispensable, tomó a la niña en brazos, una de sus muñecas y salió a la oscuridad de la noche…

 

Época actual

 

Juan esperaba impaciente a Silvana en las afueras del pueblo. Tenía unos meses viéndose a escondidas con la mujer porque ella no quería que la vieran con un peón de rancho. Silvana Villa era hija del dueño del único almacén del pueblo, y siempre había sido muy pretenciosa, Juan lo sabía, pero no le importaba.

Estaba totalmente encandilado con Silvana ¿Y cómo no? Si era una mujer preciosa, además de ardiente y apasionada.

Encendió un cigarrillo y miró hacia el camino por donde ella tenía que venir. Estaba nervioso. La noche anterior Silvana le había dicho que creía estar embarazada.

A Juan lo tomó por sorpresa. No había planeado tener una criatura, pero se había puesto feliz al saberlo. Iba a hacerse responsable y tenía planeado esta noche decirle a Silvana que se casaran. Él tenía unos ahorritos y, si bien no le iba a poder dar lujos, sabía que podría proveerla de todo lo necesario para vivir humildemente, pero sin faltarle nada. Él quería al bebé, le hacía mucha ilusión tener una familia.

Se había quedado huérfano muy joven. Y aunque llevaba toda la vida viviendo y trabajando en el rancho Corso y los patrones lo trataban bien, él quería tener más compañía que los otros peones con los que compartía casa, como lo hacían todos los solteros del rancho.

Planeaba hablar al día siguiente con don Diego para pedirle una casita para él y su nueva familia, y estaba seguro que el patrón no se le iba a negar.

Unos pasos interrumpieron sus pensamientos, se giró para encontrarse con Silvana, que llegaba a toda carrera.

- Vengo a decirte que tú y yo ya no vamos a vernos otra vez. – Le dijo la mujer.

- ¿Qué? – Preguntó Juan sorprendido. – Pero… ¿Y nuestro hijo?

- Ya no hay niño. – Dijo ella bajando la mirada.

- ¿Cómo que ya no hay niño? – Preguntó intrigado - ¿Te bajó la regla?

- No. – Dijo ella negando con la cabeza. - ¿No lo entiendes? ¿Cómo crees que me iba a vivir al rancho de los Corso como la mujer de un peón? ¿Te imaginas lo que iban a decir de mí en el pueblo? Fui con doña María y pues…




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