Las otras novias

Capítulo 1

De vuelta al pasado

Ubaldo sentía la espalda hecha polvo. Llevaba varias semanas trabajando en los campos como jornalero, durmiendo sobre el pasto con apenas una cobija para cubrirse él y su niña, para un hombre que toda su vida adulta se la había pasado detrás de un escritorio, y que estaba acostumbrado a dormir en una cama, el trabajo físico era agotador.

Pero había descubierto que las influencias de los padres de su exmujer eran tan grandes, que el simple hecho de trabajar en cualquier lugar en forma legal, y darse de alta en la seguridad social, les avisaba dónde encontrarlo; así que tenía que estar huyendo constantemente, por lo que había acabado por irse de la ciudad y empezado a trabajar en las cosechas en forma eventual, cobrando por día y sin dar su nombre a nadie.

Lo difícil era cuidar a su niña, unos días antes, les habían robado la muñeca que habían llevado y Dianita había llorado por horas inconsolablemente.

Ese día habían llegado a un Rancho en el que nunca habían estado antes. Se anotó en la lista de jornaleros y se dirigió con su niña al área que le asignaron. Un hombre pasó junto a ellos, iba acompañado de un joven que tenía medio rostro desfigurado por unas profundas cicatrices.

- Hijo, vigila bien esta zona. – Escuchó cómo le decía el hombre al muchacho mientras se acercaban y sacaba de su bolsillo una golosina para dársela a la niña. – No pierdas de vista a esta niña. Está muy bonita y puede llamar la atención de gente mal intencionada. No quiero que corra ningún peligro, ni ella ni ninguna otra criatura.

El joven asintió echándole una rápida mirada a la niña y a Ubaldo, a quien saludó con una inclinación de cabeza para luego seguir caminando junto al hombre, mismo que, ocasionalmente, se detenía donde había algún otro niño y también le daba una golosina.

Por alguna razón, Ubaldo se sintió confortado y seguro. Nunca había visto antes en otros campos que vigilaran a los niños, y menos a su hija. Él tenía que hacerlo solo y nunca se despegaba de ella. Era cierto que Dianita era una muñequita pues se parecía mucho a su madre, y que había notado miradas maliciosas sobre ella de algunos pervertidos en otros sembrados pero, hasta ahora, gracias a Dios no había tenido problemas al respecto.

- ¿Quiénes eran esos? – Le preguntó a otro jornalero que trabajaba junto a él.

- Don Diego Corso y su hijo “La bestia”, los dueños de todo esto, junto con sus otros 2 hijos más que han de estar vigilando otras áreas. – Contestó el hombre sin levantar la vista de su trabajo. – Son muy buenos patrones, y muy cuidadosos con los niños y las mujeres solas, siempre es una suerte conseguir trabajo en este lugar. Ubaldo sólo asintió y siguió trabajando, con la niña junto a él.

Cerca del mediodía, hizo una pausa para darle algo de comer a la niña y aprovechar él para beber un poco de agua. El sol caía a plomo sobre el campo y se sentía muy acalorado. Llevó a Dianita a la sombra de unos árboles y se sentaron en el pasto a comer.

Un jornalero de aspecto rudo se acercó a ellos, cosa que molestó a Ubaldo, pero trató de fingir tranquilidad.

- ¿Esa muñequita es tuya? – Preguntó el hombre sin despegar la vista de la niña.

- Si. – Contestó Ubaldo escuetamente.

- ¿Cómo es que es tan chula si tú estás tan feo?

Ubaldo sabía que no tendría oportunidad en una pelea contra ese hombre, así que se levantó y tomó a la niña de la mano y le dijo.

- Ven mi niña, ahí está la bestia, vamos a saludarlo.

- ¡Te estoy hablando! – Gritó el hombre tratando de provocar - ¿Me vas a dejar con la palabra en la boca?

Eso hizo que los demás giraran hacia ellos y Darío Corso se acercara a Ubaldo.

- ¿Pasa algo? – Le preguntó.

- Mi niña lo quiere saludar. – Dijo Ubaldo dirigiéndole una mirada significativa.

El muchacho apodado “La bestia” si inclinó hacia la pequeña.

- Hola. – Le dijo con una media sonrisa.

- Hola. – Dianita le sonrió y luego se escondió tras las piernas de su padre.

- ¿Ya comiste? – Le preguntó el muchacho.

- Si. – Dijo la niña asomándose con una sonrisa. – Papá me dio taquitos.

- ¡Taquitos! – Sonrió el joven - ¡Qué rico! ¿Me guardaste uno?

- Me se acabadon. – Dijo la niña frunciendo la boquita con preocupación.

- Lástima, yo quería uno. – Acarició la cabeza de la pequeña y luego se levantó y se dirigió al papá. - ¿Te está molestando ese tipo?

- Me temo que le echó el ojo a mi niña. – Susurró este con mucha preocupación. – Por favor no deje que se le acerque, patrón.

- Yo me encargo, quédate tranquilo.

Ubaldo asintió y regresó a los sembrados, llevando a la pequeña de la mano.

Desde ahí, disimuladamente miró como el joven patrón hablaba con el tipo y ambos caminaban hacia otro lado hasta que se perdieron de vista.

Mucho rato después, el joven se acercó a él.

- Lo mandé a otro campo, quédate tranquilo. – Le dijo antes de darse la vuelta para retirarse.




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