Las otras novias

Capítulo 3

Luego que pasara la conmoción y una ambulancia con custodios viniera por el hombre, don Diego se acercó a Ubaldo.

- ¿La niña está bien?

- Si patrón. – Contestó el hombre muy agradecido. – Gracias a su muchacho que llegó a tiempo.

- Me dijeron los policías que el tipo tiene varias órdenes de aprehensión. Al parecer ya tiene antecedentes. Entre otras cosas, una exmujer lo denunció por haber abusado de sus hijos

- ¡Santo Dios! – Exclamó Ubaldo consternado. – Ese hombre se merece todo lo malo del mundo.

- ¿Dónde está la mamá de la criatura? – Preguntó don Diego mirando fijamente a Ubaldo.

Este se sonrojó y bajó la mirada.

- Sólo somos mi niña y yo. – Dijo en un murmullo de voz.

- ¿Eres viudo? – Insistió don Diego.

Ubaldo empezó a sudar… Un escalofrío recorrió su espalda. El terror de perder a su hija se apoderó de él.

- No señor, soy separado. – Dijo angustiado.

- ¿Qué pasa hombre? ¿Por qué tan alterado?

- Yo… - Miró para todos lados abrazando fuertemente a su niña. – Por favor no me delate patrón. No permita que me quiten a mi hija.

- ¿Quién te la va a quitar? – Preguntó don Diego intrigado.

Ubaldo lo miró con angustia. No sabía si confiar o no en los Corso. Miró al hombre y a sus hijos, que estaban junto a él, mirándolo con curiosidad.

- Los abuelos de la niña. – Se atrevió a decir luego de dudar un momento. – Me acusaron falsamente de secuestrarla. Tengo los papeles que prueban que no es cierto. Pero tuve que huir, me echaron a la policía y me andan buscando para quitármela y meterme a la cárcel. Se lo suplico patrón, no me la quiten. Dianita es todo lo que tengo.

Don Diego lo miró un momento pensativo y luego habló.

- Trae los papeles que dices, déjame verlos.

- Si patrón, voy al campamento a buscarlos.

- Dame a la niña. – Dijo Darío. – Voy a llevarla a que coma algo a la casa grande.

Ubaldo lo miró con temor.

- Hombre ¿Luego de lo que viste de verdad crees que alguno de mis hijos lastimaría a tu criatura? – Preguntó don Diego con el ceño fruncido.

Ubaldo se acercó a Darío y le entregó a la niña.

- Por favor patrón, no dejes que me la quiten. – Le dijo suplicante.

- Ve por tus papeles. – Le contestó Darío tomando a la niña. – Si alguien puede ayudarte, es mi papá.

- Tienes sangue. – Dijo la niña mirando al muchacho. - ¿Te duele?

 - No. No me duele. – Dijo Darío mientras empezaba a caminar. – Vamos con doña Tere para que nos dé algo de comer. ¿Tienes hambre?

- Si. – Dijo la niña sacudiendo enérgicamente la cabeza.

Ubaldo los miró un momento con aprehensión, y luego echó a correr a su campamento a buscar sus cosas.

- ¿Crees que diga la verdad? – Preguntó Diego a su padre.

- ¿Y si en serio se robó a la niña? – Preguntó David, el otro hijo.

- Nunca juzguen un libro por la portada. – Dijo don Diego mientras empezaba a caminar hacia su casa. – Escuchémoslo primero y luego sabremos qué decidir.

 

Un rato después, Ubaldo llegó todo apurado a la casa grande, lo hicieron pasar a la cocina donde encontró a los Corso sentados ante la mesa. Su niña estaba sentada en las piernas del joven Darío comiendo muy tranquila.

- ¡Mida papi! ¡Huevitos! – Exclamó la chiquilla en cuanto lo vio.

Ubaldo le sonrió desde la puerta.

- Pasa muchacho. – Dijo don Diego. – Ven a comer algo.

- Gracias señor, no quiero molestar.

- Venga joven. – Dijo una mujer poniendo un plato en la mesa. – Ya está servido.

- Ven y siéntate. – Insistió don Diego. – Las penas con pan son menos.

- ¿Dónde puedo lavarme? – Preguntó Ubaldo dándose por vencido.

- Acá en el fregadero. – Dijo la mujer haciéndose a un lado.

Ubaldo comió en silencio mientras los demás conversaban de las cosas cotidianas del rancho. Se sentía tan angustiado de perder a su hija que a duras penas pudo pasar bocado mientras, Dianita, estaba muy tranquila en brazos del joven patrón, quien seguía sin despegarse de ella.

Una vez que tomó el último bocado y dejó la cuchara sobre el plato, los Corso quedaron en silencio y se giraron a mirarlo.

- Ahora sí muchacho. – Dijo don Diego. – Platícanos qué es lo que ocurre con ustedes.

Ubaldo bajó la mirada, y luego, dando un gran suspiro empezó a narrar todo. Incluso sacó de su mochila el acta de divorcio, la resolución de un juez dándole la custodia de la niña, y la demanda que había puesto contra su exmujer por abandono de hogar.

- Pero esto ya no sirve para nada. – Dijo angustiado. – A los abuelos se les metió entre ceja y ceja que la niña debe estar con ellos y me acusaron de secuestro, quitaron de los juzgados mi expediente, y estos papeles ya no valen, dicen que los falsifiqué. ¡No es cierto! ¿Y para qué se la quieren llevar ahora si su madre jamás se preocupó por ella?




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