Las Sábanas de Wilbert

2: Mis mejores amigos.

Los días pasaron lentos, unos tras otros con una rutina monótona y tortuosa. No Los días pasaron lentos, unos tras otros con una rutina monótona y tortuosa. No tenía con quién compartir mis travesuras o conversar antes de irme a dormir, solo porque ese ser tan indispensable para mí le había arrebatado la vida, como si de un animal se tratase.

Después del funeral, me vi obligado a ir para la escuela. Allí, recordaba constantemente la ausencia de mi hermano; aunque me distraía siempre en medio de las clases, no podía culpar a nadie. Ellos no debían ser mi saco de boxeo, en el cual embistiera mi ira cada vez que me bombardeaban con preguntas sobre lo ocurrido.

Sin embargo, a pesar de todo, mis mejores amigos siempre me andaban cuidando la espalda. Siempre atentos a mí.

Una tarde tranquila, donde nos encaminábamos a la salida de la escuela, Jaden se nos acercó para invitarnos a una pijamada; veríamos películas, comeremos hasta no poder más, o hasta que su madre nos la prohibiera como si fuese una sustancia ilegal, y jugaríamos en la consola tan apreciada por él. Aunque mis ánimos no eran los mejores, le dije que lo conversaría con mi madre.

Con días de antelación y el permiso de nuestros padres, nos reunimos un sábado.

De camino a su casa, el sol de la tarde elevaba la temperatura a grados insoportables, hasta hacer que espirara nuestra piel. El tránsito congestionado causó que fuera el último de mis amigos en llegar. Jaden, Francis y Josías me esperaban al frente de la casa.

—¡Al fin llegaste, Wilbert! —me recibe Jaden mientras chocamos los puños, creyéndonos unos chicos geniales.

—Aquí los dejo, niños —se despide mi madre antes de dirigirse a mí—. Cuídate mucho, amor, y obedezcan a Jenny.

Con un beso en la frente y una mirada preocupante, mi madre se aleja de la casa.

Al llegar la noche, nos reunimos en la sala de estar a jugar y, durante la cena, vimos dos películas de acción. Todo el tiempo que jugamos y reímos como nunca, estuve distraído de los demonios que carcomían mi cabeza. Me sentía feliz a pesar de todo y sin importar nada.

Con la hora de dormir, nos acomodamos entre las sábanas y bolsas de dormir; sin embargo, yo no poseía una bolsa ni sábanas, por lo que Jenny se encargó de conseguirme alguna sábana, pero me quedaba pequeña y mis pies afuera, donde una brisita siniestra se colocaba.

Durante un extraño sueño, escuchaba gritos vivaces, los cuales erizaban mi piel y helaban mi sangre. Sentía vendas en mis ojos y la incertidumbre invadía mi cuerpo de infante.

Hoy recordando un detalle: sentí la misma inquietud igual a la noche que mataron a mi hermano.

—¡Wilbert!

El grito estruendoso de una mujer me sacó del trance; la venda de mis ojos se había ido y la escena a mi alrededor me dejó traumado.



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En el texto hay: muerte, pesadillas, revelaciones sobrenaturales

Editado: 07.07.2021

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