Lasagna Para Cenar

Sesión #15: Lasagna Para Cenar

Debí suponerlo. En verdad, debí haber visto que era evidente. Quizá debería sentirme molesta u ofendida, en cambio, me alegra saber lo que pasó. Natalie me lo advirtió, pero no quise darle tanta importancia. Asumí que simplemente estaba viéndose reflejada en Julian, sin embargo, creo que tenía razón. 

 

Esa tarde, mientras me encontraba preparándome para atender a Julian, pude verlo por la ventana de mi despacho, ahí, parado frente a la puerta del edificio, algo titubeante. Creo que murmuró algo para sí mismo, encendió un cigarro y miró alrededor, luego se fue. Ni siquiera entró al edificio para despedirse, no le dijo nada a Natalie, no dejó un mensaje, no dijo nada. Julian se fue sin decir nada. No estaba molesto, tampoco triste. Siempre me preguntaré por las palabras que murmuró frente a la puerta ¿Fueron para mí? ¿Era una conversación interna con una parte de sí mismo? Sea lo que sea, supongo que fueron necesarias en ese momento, pues no ha vuelto.

 

Ya pasaron dos semanas desde que Julian decidió irse. No pudimos despedirnos. Siento una mezcla extraña de sentimientos… Por una parte, me alegra de que haya tomado esa decisión, que haya tomado las riendas de su vida; sin embargo, por otro lado, me duele no haber tenido la fuerza para dejarlo ir por mi cuenta. Me siento culpable pues nunca me he sentido así por ningún otro paciente, pero Julian era como cualquier otro paciente. No es un caso poco común, no son problemas que no haya visto antes ¿Por qué me duele entonces?

 

Sea como sea, su mundo sigue afectando el mío. Esta mañana me encontré con Emmeline justo afuera de mi departamento. Se ve exactamente igual a como la describió Julian hace semanas. Su aura es distinta, su imagen irradia una idea completamente opuesta a la que tenía antes en mi mente. Se ve… Libre. Conversamos unos minutos. Le pregunté cómo había estado, que ha estado haciendo. Ella, bebiendo agua y limpiándose el sudor de la frente me comentó lo evidente: Ha estado haciendo ejercicio. Parece más saludable, más alegre. No parece cansada a pesar de haber estado tanto tiempo en el gimnasio. Por alguna razón que aun no comprendo, parece haber sentido la confianza necesaria en mí para hablarme de cosas más personales. Algunas, lamentablemente, ya las sabía, como la ruptura que tuvo con su novio, el querer hacer un cambio en su vida o la forma en la que se empezó a vestir. Emmeline me habló de cómo, con el tiempo, se comenzó a sentir insatisfecha con la vida que tenía, se aburrió de la rutina, de fingir que estaba bien y tomó la decisión de buscar su vida deseada, sin importar el precio y el dolor que esto le causara. Una decisión egoísta, asegura ella, pero necesaria, le respondí yo. 

 

Hablé con ella un poco más, en verdad es alguien que me preocupa y siempre ha sido una persona ejemplar en cualquier ámbito. Resulta que abandonó la carrera de arquitectura. Ahora está buscando un trabajo que pague mejor, en el que se sienta más cómoda y quizá se mude a un lugar un poco más grande, quizá algún edificio en el que sí acepten que los inquilinos tengan perros. Me causó curiosidad… ¿Ahora estudiará educación? La respuesta fue que no. Durante estos meses, Emmeline ha estado dudando sobre su verdadera vocación. Se dio cuenta que su afán de ser maestra no fue por el amor al conocimiento o por mejorar el futuro del país ni nada por el estilo, su verdadera razón era tratar de ayudar a los estudiantes con sus problemas, no solo académicos, sino también personales. También se fijó en que tiene la manía de tratar de ayudar a otras personas, por más dañadas que estén. Intenta arreglar a las personas, ayudarlas a ser mejor. Quiere ser psicóloga… Aunque hay algo que le inquieta: La costumbre de tratar de controlar la vida de los demás. Hum, me suena conocido. No pude evitar sonreír al escucharla y le prometí brindarle todo el apoyo que necesite, incluso conseguirle una beca en alguna buena universidad. Esa chica se merece lo mejor. Tomar la decisión de cambiar de carrera luego de tantos años no solo es una decisión difícil, sino también el hecho de querer buscar una vida distinta luego de estar acostumbrada a la forma de vivir que ha llevado hasta ahora. Aún no ha llegado a la versión de sí misma que busca, pero tiene claras sus intenciones, está decidida y está lista para ser mejor.

 

Al mediodía, quería almorzar afuera de mi oficina. Estuve buscando restaurantes a los que no había entrado y recordé el “Serenade del Paladar” así que decidí darle una oportunidad. Al llegar al lugar, noté un gran flujo de personas entrando y saliendo del restaurante. También noté a algunas personas cargando cajas con pescado hacia dentro del local. Una de esas personas era Francis, curiosamente. Tenía una gorra puesta para protegerse del sol, una camiseta sin mangas y unos shorts algo largos. Obviamente, no me reconocería, pero sentía la necesidad de hablar con él. Quizá quería comprobar si estaba mejor últimamente, no lo sé, es una relación parasocial extraña. Entré al restaurante, evitando chocar con los cargadores de cajas, hasta que pude sentarme en una mesa. La comida fue mejor de lo que esperaba, sinceramente. Justo al terminar de comer, noté como el chico tomó asiento en una mesa cercana, en silencio, revisando unas hojas, como comprobando que el pedido estuviera completo. Aproveché la oportunidad para acercarme a él y hablarle. Perdona, tú fuiste el que pintó la entrada y todos esos anuncios ¿Cierto? —Le dije mientras me senté frente a él— Simplemente asintió y me miró de reojo. Le comenté que también lo había visto algunas veces en la pescadería de su familia, eso le llamó más la atención y por fin levantó la mirada. Me dijo que también hizo anuncios para la pescadería, pero muchos no han sido publicados aún. También agregó que, luego del gran trabajo en el restaurante, los dueños le ganaron un gran cariño y confianza por lo que le propusieron hacer una alianza con la pescadería. Ahora ambos se benefician del trabajo que Francis empezó. Cuando le comenté eso, él negó con la cabeza. Dijo que todo se debe a la calidad del pescado y el sabor exquisito de la comida, él simplemente “adornó” los lugares, los hizo vistosos, un anzuelo para consumidores, pero lo que de verdad atrapa a la gente es la calidad del producto. No pude contradecirlo. Conversamos un poco más acerca de cómo funcionan ambos negocios y, al parecer, está en el mejor momento de su vida laboral. Al despedirnos, el chico se acercó a la entrada del lugar, donde lo esperaba un sujeto mayor a él, lo rodeó con el brazo y pareció alentarlo. Simplemente escuché lo que le dijo antes de entrar al camión que llevaba las cajas: Lo estás haciendo bien, hijo. Francis no tiene que esperar más por esas palabras. Estoy segura que todos se sienten orgullosos de él.




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