Latidos indecisos

Cuando nada sale bien

La vida adulta puede llegar a ser un poco movida. Para Cameron, este cambio fue muy evidente cuando decidió irse a vivir sola a la ciudad. Encontró un apartamento decente por un precio relativamente bajo. La universidad, el trabajo y sus gastos eran lo que la preocupaban todo el día; no tenía tiempo para relaciones ni mucho menos para momentos de amor de una sola noche.

De vez en cuando tenía instantes en los que salía a divertirse a su manera: ir al museo (que le encantaba, y además estaba relacionado con su carrera universitaria), asistir a conciertos de música clásica o pasar horas en la biblioteca. Se podría decir que era una mujer culta; incluso le faltaban los lentes para parecer un típico cliché de película adolescente. Alta, de cabello castaño ligeramente ondulado, rostro ovalado y rasgos muy finos, ojos color miel, labios gruesos y figura delgada. Como dije, solo le faltarían los lentes y los brackets para ser la clásica nerd de comedia romántica de preparatoria.

Aunque su vida estudiantil fue algo particular, tenía una única amiga: Casey. Ambas habían crecido juntas, pero su amiga se mudó cuando el padre de esta recibió un ascenso en el trabajo. Más tarde, él fundó una empresa que con el tiempo resultó muy exitosa. Aun así, Cameron y Casey se miraban con regularidad, y Casey se adaptaba bien a esa vida sencilla y llena de conocimiento de su amiga, a pesar de no tener el más mínimo interés en esas cosas.

Físicamente, Casey tenía unos ojos azules que rozaban el celeste, cabello rubio natural, labios gruesos y una figura que cualquiera envidiaría. Además, poseía un estilo único a la hora de vestir. Aunque eran muy diferentes, se llevaban de maravilla y seguían siendo grandes amigas.

Un lunes por la mañana, Cameron se despertó alrededor de las 6 a. m. Apagó con mucha pereza la alarma del celular, que estaba en el pequeño mueble junto a la cama. Se quedó unos minutos viendo el techo, mientras pensaba en lo que debía hacer ese día: comprar la despensa, ir a recortarse el cabello y terminar su tarea de Historia del Arte: Renacimiento.

Finalmente se levantó y, sentada en la cama, dudó si era buena idea darse un baño o simplemente peinarse bien. Al final decidió ducharse y, como era costumbre, llevó el celular para escuchar música. Abrió Spotify, dudó un poco entre algunas de sus playlists y terminó eligiendo Fiesta Latina, una lista con salsa, merengue y algunas bachatas típicas de fiestas latinas. La primera canción que sonó fue Píntame, de Elvis Crespo.

Mientras se bañaba, comenzaron a llegar mensajes a su celular. Para entonces ya eran las 6:45 y le extrañó un poco quién podía estar escribiéndole tan temprano. Al terminar la ducha ya estaba más despierta, y mientras cantaba las demás canciones de la playlist recordó los mensajes. Mientras se cepillaba los dientes, tomó el celular y vio que tenía dos notificaciones de Casey, que le decía:

«¿Estás ocupada entre las cinco y las seis de la tarde?»

«Yo no tengo planes. No quiero quedarme en mi casa sin hacer nada, salgamos a tomar un café o algo.»

Cameron no abrió el chat, sino que leyó los mensajes desde las notificaciones y lo pensó mientras terminaba de cambiarse. Luego de toda su odisea matutina, antes de salir de su departamento, tomó el celular y respondió:

«No hay problema. Creo que sí tendré tiempo; si no, te aviso.»

Cameron se puso los audífonos y salió hacia el supermercado. Aunque quedaba cerca en bus, algunas veces prefería caminar para escuchar sus canciones favoritas.

Una vez dentro, hizo sus compras con calma. Ya en la caja, un muchacho de cabello largo y ondulado comenzó a atenderla. Al verla, sintió un ligero interés y decidió iniciar conversación.

—El clima ha estado muy frío, ¿verdad? —comentó.

Cameron no escuchó nada; aún llevaba los audífonos puestos. Al notar que no le había respondido, se quitó uno, y el muchacho repitió la frase.

—Sí, pero creo que por estas fechas es común —replicó Cameron.

—Es cierto —dijo él mientras pasaba los productos, el pitido de la lectora sonaba una y otra vez—. Parece que fueras a hibernar con toda esa comida.

—Esa es la idea —respondió Cameron con una leve sonrisa.

—Se me hace extraño que no hables mucho. Una chica como tú debe de tener muchos detrás.

—No es por ser grosera, pero yo decido con quién llevarme bien o no. Eso no debería importarte.

—No lo tomes a mal, pero no es común ver a alguien como tú tan reservada.

—¿Vas a terminar de cobrarme o vas a seguir juzgándome?

—Disculpa… solo quería conversar un poco contigo.

—Pues busca otra manera, porque ahora mismo vas por muy mal camin

El muchacho terminó de cobrarle y volvió a disculparse al entregarle el cambio a Cameron. Ella, sin embargo, no lo escuchó: ya se había puesto nuevamente los audífonos. Fue una experiencia rara, pero nada ajena para ella; ese tipo de cosas le pasaban más seguido de lo que cualquiera imaginaría. Y, por fortuna, ya sabía cómo lidiar con eso.

De regreso en casa, recordó que había olvidado comprar la comida para el cachorro —aún sin nombre—. Con un suspiro profundo, tomó las llaves y regresó al supermercado.

Mientras se dirigía hacia allá, recibió una llamada. Era una compañera de la universidad.

—Cameron, ¿ya terminaste el proyecto?

—Aún no. Ni siquiera lo he empezado, pero todavía tenemos tiempo.

—El licenciado lo quiere para mañana. Envío un correo hace rato. Parece que no podrá calificarlo otro día, y lo necesita listo para mañana.

—Carajo… no llevo ni la introducción. Si mal no recuerdo, son veinte páginas.

—Sí, son veinte, pero ya sabes cómo es él. No puedes llevar lo justo, así que te tocará hacer veinticinco como mínimo.

—Bueno, gracias por avisar. Nos vemos.

Colgó la llamada y soltó otro suspiro, más largo que el anterior.

Cameron colgó la llamada y dio media vuelta para regresar a su apartamento. Al entrar, se quitó el abrigo y la bufanda, encendió la computadora y puso agua a calentar para preparar café. El resto del día lo dedicó por completo a su proyecto, sumergida entre apuntes y documentos.




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