Latidos indecisos

Primera vez que me dejo llevar.

Durante el día, Cameron no dejaba de pensar en cómo regresar a buscar el cargador, pero por la prisa ni siquiera había sacado la billetera o su pasaje de bus. La mayoría de sus compañeros no quiso ayudarla, alegando que estaban ocupados o que no tenían vehículo. Mientras buscaba a alguien que pudiera echarle una mano, un muchacho de otro curso escuchó que necesitaba ayuda. Pensó que sería una buena oportunidad para conversar con ella y conocerla mejor.

Con amabilidad, se acercó a Cameron y le ofreció su ayuda. Sin pensarlo mucho, ella aceptó. Rápidamente se dirigieron al parqueo y subieron a una motocicleta. En menos de treinta minutos ya estaban frente al complejo donde vivía Cameron.

Con prisa, entró al edificio y subió a su habitación —gracias a Dios había llevado las llaves—. Allí encontró a su perrito acostado junto a la cama, y la bolsa donde quedaban el resto de las donas. En ese momento se le ocurrió el nombre para su perro: Donita.

Sin perder tiempo peleando con Donita, tomó las cosas que había olvidado: las hojas del proyecto, apuntes, cuadernos de otras materias… y esta vez no se le pasó el detalle del cargador, que había dejado la última vez y que ahora, por suerte, estaba a la mano. Rápidamente se echó un poco de perfume y se puso un abrigo; no soportaba el frío, ya que había salido con un suéter fino, lo único que tenía a la mano.

Cuando bajó, el muchacho estaba afuera, revisando su celular. Al verla, subió a la motocicleta y la encendió. Antes de que Cameron pudiera subirse, decidió hablar.

—Pensé que ibas a ser diferente. No pareces alguien introvertida.

—Lo sé. Todos se sorprenden. Perdón si esperabas que hablara de mi vida a cada instante.

—Si las demás supieran que eres así, no tendrían problema con que sus novios quisieran hablar contigo.

—Pues… qué triste tiene que ser tu vida como para molestarte porque tu pareja hable con alguien más. Celar de esa manera se me hace estúpido e infantil.

—Bueno, no deberías decírmelo a mí, sino a quienes te tienen envidia.

—No tengo tiempo para fijarme en los chismes de los demás. Solo quiero estudiar, trabajar y vivir en paz conmigo misma.

—Me gusta cómo piensas. Si mi novia pensara así, no pensaría en dejarla.

—¿Me llevarás de regreso a la universidad o vas a seguir haciendo preguntas?

Con un gesto de la cabeza, le dio la señal para subirse a la motocicleta. En el camino de regreso no hablaron; ninguno mencionó lo que habían comentado antes.

Al llegar a la universidad, Cameron se sintió más aliviada al tener todas sus cosas en mano. Tenía que entregar varias tareas, la mayoría de ellas almacenadas en su laptop.

Entregó la tarea justo a la hora indicada y también las demás. Salvó la materia, al igual que muchos de nosotros. En ese momento, sonó su celular. Al ver el contacto, notó que era Casey y contestó.

—¿Vas saliendo de la universidad?»

—Sí. Hoy fue mi día de mala suerte, pero ya voy de regreso a casa.

—¿Fuiste a hablar con el muchacho del supermercado?»

—No, pero ahora tengo que pasar a comprar la comida de Donita. Así llamé al perro.

—Déjame adivinar… ¿Se comió las donas que te quedaron?»

—Sí… eso pasó. Olvidé guardarlas. Aunque me dormí tarde, llegué tarde a la universidad y, para colmo, olvidé algunas cosas en casa. Tuve que pedir de favor que me llevaran.

—Bueno… por lo que me dices, tuviste un día horrible. Solo espero que le hables al cajero. No pierdes nada. Y si sale mal, Cameron, no me vuelvas a obedecer en cuanto a citas, ¿vale?»

—Eso espero. La última vez no tenía muchas ganas de hacerte caso. Bye.

Cameron caminó hacia el supermercado. Justo en ese momento, el muchacho salía del lugar, así que se acercó y, con un poco de pena, le habló:

—Hola, solo quería pedirte disculpas por cómo me comporté la vez pasada. No fue muy amable de mi parte.

—No te preocupes. El apenado soy yo. Me gustaría compensarlo.

—Estaba pensando en un café… un cappuccino ahora no caería mal.

—Conozco una cafetería no muy lejos de aquí. Si te parece, yo invito.

Cameron asintió y sonrió. El muchacho comenzó a caminar, y ella se colocó a su lado. Durante todo el camino intercambiaron palabras normales, pequeñas preguntas; el muchacho se mostraba un poco incómodo, pero pronto entendió la personalidad de Cameron.

Al llegar al café, se sentaron y ordenaron.

—El café es muy bueno. He venido aquí bastante desde que trabajo en el supermercado. Me gustan sus postres y el café americano.

—Se ve agradable. Aunque no me gusta salir mucho, por lo general lo hago con mi amiga o sola.

—Bueno, al menos sé que tienes amigas. Eso ya es un gran progreso.

—Nos conocemos desde hace años. No recuerdo cuántos, pero sí… muchos años.

En ese momento, llegó el mesero con la orden. Cameron tomó un sorbo de su café, y el resto de la noche siguieron platicando. Poco a poco, Cameron comenzó a desenvolverse más, hablando sobre sus estudios, gustos y algunas cosas un poco más personales.

Salieron del café alrededor de las 9:16, ya que el lugar estaba cerrando. Una noche agradable. Antes de despedirse, Cameron se dio cuenta de que no le había preguntado su nombre:

—¿Cuál es tu nombre?

—Manuel —respondió él.

Caminaron algunos metros juntos y luego tomaron rumbos distintos.

Mientras Cameron regresaba a su departamento, no pudo evitar sonreír y repetir en su cabeza el nombre del muchacho. Se dio cuenta de que había disfrutado mucho su compañía, y que, además, comenzaba a encontrarlo atractivo en varios aspectos.

Ya en su habitación, Cameron se desvistió y se metió a tomar el baño que no se había dado en la mañana. Fue relajante y reconfortante. Al acostarse, abrió Instagram para perder un poco el tiempo, como era habitual. Revisó los likes y comentarios, y luego recibió otra llamada: era Casey.

—¡Cuéntame todo! ¿Qué pasó en la cita? —preguntó con alegría y curiosidad.




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