Manuel y Cameron se estuvieron enviando mensajes; hablaban de todo e incluso le contó sobre una exposición muy importante para la cual se había estado preparando durante mucho tiempo. Estaba nerviosa, y cuando llegó el día, lo hizo muy bien; fue una de las mejores. No tenía muchas ganas de celebrar, pero sí quería hablar con Manuel, aunque le daba un poco de pena.
Cameron tuvo el valor de ir a hablar con Manuel. Después de su exposición sobre la historia del arte, fue directo al supermercado donde él trabajaba. Caminó con disimulo, emocionada de haber terminado finalmente una exposición que definía su nota del semestre. Al llegar, comenzó a buscar comida para Donita. Quería comprarle algo especial para celebrar, así que llegó al pasillo de alimentos para mascotas, y ahí estaba Manuel, llenando los estantes.
—Es un gusto verte, Cameron. Creí que aún estarías en la universidad.
—Sí, esa era la idea, pero recuerda que hoy era mi exposición sobre historia del arte. Te lo conté.
—Ahora lo recuerdo, disculpa. ¿Cómo te fue?
—De lo mejor —dijo con una gran sonrisa—. Creo que no he tenido una exposición tan buena en todos mis años estudiantiles. El profesor me dijo que fui la mejor. Algunos compañeros también me felicitaron; lo hice bien, aunque quizá no para todos.
—Sí, se nota que estás emocionada.
El bolso de Cameron sonó: era Casey llamando. Manuel la miró y, sin decir nada, se alejó con una sonrisa. Cameron contestó y escuchó la voz emocionada de su amiga por teléfono.
—¿Ya saliste de la universidad? Cuéntame cómo te fue, dímelo todo.
—¡Me hubieras mandado un mensaje! Estaba hablando con Bryan —dijo un poco disgustada—. Ya no importa, me fue bien, me felicitaron la mayor parte de la clase.
—¡¡Eso amerita una celebración!! —gritó Casey. Cameron alejó el celular de su oreja y sonrió.
—Qué alegría —dijo con sarcasmo—. ¿Tienes algo en mente?
—Bueno —respondió Casey con duda—, no tengo nada planeado. ¿Vienes a mi casa y vemos qué pedimos?
—No tengo mucho tiempo. Mañana tengo que hacer doble turno en la florería; llegué a fin de mes con el presupuesto apretado. Si quieres, vienes a mi casa y hablamos un rato, no sé… pide pizza o algo así.
—Está bien. Llevaré gaseosas, chocolates y… ¿quieres pizza o hamburguesa? Mi hermano pidió pizza para el almuerzo y me dejó un poco empalagada.
—Lo que tú quieras, pero si traes hamburguesas, que sean de aquellas que comimos cerca del parque.
—¿Las hamburguesas de Martín? Son exquisitas —comentó Casey.
—Sí, aunque es irónico el nombre; en el local no hay nadie que se llame Martín —rió Cameron mientras buscaba la comida para Donita—, pero que sean de esas. Luego trae lo que quieras; tengo antojo de una hamburguesa con barbacoa.
—Está bien, te llevo lo que gustes. Nos vemos en la noche, bye —se despidió tirando un beso—.
—Te veo en la noche, bye.
Cameron colgó, buscó entre la comida de perro la mejor y más sana según el empaque, encontró una que le agradó y la tomó. Luego fue al área de bebidas, eligió un jugo natural y se dirigió a la caja. Mientras hacía fila, su celular vibró, pero no le dio importancia.
Cuando llegó a Manuel, él le sonrió. Cameron colocó las cosas en la caja; el total era 70.60. Sacó su cartera, pero al abrirla, no había nada de efectivo. Sacó su tarjeta y se la entregó a Manuel, quien intentó pasarla, pero fue rechazada.
—Carajo —susurró para sí—. Solo pasa el jugo, disculpa la molestia.
Borró la línea y pasó el jugo, pero igualmente la tarjeta fue rechazada.
—Me lleva —volvió a susurrar—, entonces no pases nada. Perdón por molestarte.
—Si quieres, puedo pagarlo yo.
—No, en serio, no te preocupes. Gracias, pero no me gustaría que gastaras en la comida de mi perro.
—No te preocupes, me ha pasado más de una vez y es vergonzoso. Pero si no quieres, no te obligaré.
Cameron lo pensó; quizá no iba a poder darle comida a Donita en un par de días hasta que le pagaran. Al final, aceptó.
—De verdad te lo agradezco. Me apena, pero gracias.
—No te preocupes. Me gustan los perros y sé lo que se siente.
—Gracias, de verdad.
—Antes de que se me olvide, ¿mañana qué harás?
—Trabajaré hasta tarde. Tengo que hacer horas extras.
—Vamos a tomar algo, un café, o solo a platicar.
—Nunca me habían invitado solo a platicar; eso es nuevo. Pero está bien, a donde quieras ir, por mí está bien.
—¿A las 10?
Cameron afirmó con la cabeza y salió del supermercado. Mientras caminaba, su celular volvió a vibrar. Pensó que sería Casey, pero era Manuel: un emoji de corazón y la confirmación de la hora para mañana. Debajo, otro mensaje de su tarjeta: el pago de Spotify había sido efectuado. Por eso no tenía dinero en la tarjeta.
Estos cuatro días voy a comer Spotify —pensó—. Esto me pasa por no piratear la música. Carajo, eso significa que tendré que caminar hasta mi casa; ojalá haya algo guardado.
Cameron caminó veinte minutos con sus audífonos puestos, escuchando a Lewis Capaldi, lo que solo empeoró un poco su humor. Al llegar a su departamento, se dio cuenta de que había olvidado las llaves dentro. Tuvo que bajar y pedir la de repuesto, abrir la puerta y volver a subir.
Cuando finalmente entró, se tiró al sofá, prendió la computadora y quiso continuar con su serie, pero Netflix no le dejó ver por falta de pago.
Menos mal vivo en un edificio, sería el colmo que se fuera la luz —pensó—. Bueno, mejor leeré algo después de darme un baño. Dejé a medias el libro de la clase de literatura.
Cameron se puso de pie, se alistó para ducharse y así lo hizo. Luego le dio comida a Donita y se acostó, ya bañada y con ropa cómoda. Mientras leía, se quedó dormida hasta las 7:33, cuando recibió una llamada. Con los ojos entreabiertos, tomó el celular y contestó sin siquiera mirar quién llamaba.
—Te estoy enviando mensajes desde hace media hora —dijo Casey—. Estoy afuera de tu departamento, ¡ábreme!
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Editado: 28.08.2025