Latidos indecisos

Confesiones al corazón

Cameron cerró y vio hacia la otra calle, esperó ver a Manuel, pero encontró a Casey. Ella estaba con un bolso negro y un abrigo (por la fecha) de color azul marino. Algo dentro de Cameron se movió; el beso aquel lo recordó.

Cameron se dio cuenta de que Casey la miraba, así que cruzó la calle. Su amiga iba a abrazarla, pero Cameron la tomó del abrigo y la llevó a un callejón cercano. Ya estaba oscuro y no se podía ver mucho dentro. Ambas entraron; Cameron se miraba molesta y Casey no sabía qué hacer. Esta fue empujada a la pared por Cameron, quien iba a darle una bofetada, pero en lugar de eso bajó su mano y la volvió a besar. Había esperado un año para volver a sentir los labios de Casey, sentir aquello tan extraño y único que experimentó un año atrás.

Casey le tomó la cabeza y Cameron le acarició la frente. Casey estaba feliz y contenta. Se apartaron, y la sonrisa en el rostro de Cameron era grande; Casey sentía esas mariposas en el estómago.

—Un año, Casey, un maldito año para volverte a besar. ¿Por qué desapareciste?

—Tuve miedo, no sabía que estabas sintiendo lo mismo que yo, y me fui a otra ciudad. Fue una tortura no estar contigo.

Cameron no pudo evitarlo y la volvió a besar.

—No sé qué tienen tus labios. Desde la vez que me besaste, he querido besarte.

—Perdón por dejarte sola este año —dijo acariciando su cabello—, había olvidado lo hermosa que eras.

En ese momento, se escuchó un motor de motocicleta al fondo: era Manuel.

—Carajo, es Manuel.

—¿Son novios? Sí que no perdiste el tiempo.

—Es complicado… eh… ¿tienes el mismo número?

—No, pero aún tengo tu número. ¿Es el mismo?

—Sí, escríbeme y trataré de contarte todo por mensaje.

Cameron se acercó y la besó de nuevo. Casey no quería que se marchara, pero tenía urgencia.

Al salir Cameron del callejón, se estuvo quitando el labial de Casey de sus labios. Manuel la miró y sintió raro que saliera sola del callejón.

—¿Y eso, que sales del callejón?

—Ah, eso… pues fui a tirar basura. Tenía mi bolso lleno de envolturas de chocolates.

—Ya veo. ¿Quieres ir a comer algo?

Su celular vibró en el bolsillo de su pantalón.

—No —respondió con duda—, mejor comamos en mi casa. Hoy fue un día duro.

—Tienes el labial corrido.

—¡Ah! Sí, eso… quizá se me corrió cuando me quité el delantal, no me di cuenta. ¿Nos vamos?

Manuel encendió la moto y se fue hacia sus departamentos. Algo que Cameron hizo fue subir sin esperar a Manuel; eso lo hacía siempre cuando se molestaba o se sentía mal.

Cuando Manuel llegó al departamento, Cameron estaba en la ducha. Encendió la regadera y se sentó en el inodoro con su celular. Había un mensaje de Casey: Hola <3.

—No sabes cuánto extrañaba tus mensajes.

—Igual yo, pero sinceramente anhelaba poder besarte. ¿Me contarás lo de Manuel?

—Básicamente somos pareja, llevamos un año con un par de días. Es algo más serio, sabes.

—O sea, que estás demasiado comprometida. Bueno, no lo esperaba.

—Es lo que te puedo contar por ahora. ¿Tienes libre mañana por la mañana?

—Sí, ¿dónde nos vemos?

—Tomemos un café y luego venimos a mi departamento.

—Te acepto el café, no quiero estar en donde Manuel también vive.

—Lo arreglamos luego. Me iré a duchar. Te escribo luego, besos.

Cameron abrió Spotify y colocó su playlist. Entre todas las canciones sonó Perfecta de Miranda. Mientras se duchaba y escuchaba la canción, sonreía mucho, y cantaba fuerte el coro. Manuel la podía escuchar mientras terminaba de preparar la comida.

Cameron terminó su ducha, se secó el cabello y luego se fue a cambiar. Se colocó su pijama y se sentó en el sofá. Manuel le sirvió la comida y le besó la frente; para Cameron no fue mayor cosa, no como siempre lo sentía. Luego, él se sentó a su lado y comenzaron a ver una película. Mientras la miraban, el celular de Cameron vibraba mucho: eran mensajes varios, de su nuevo trabajo, de viejos compañeros y de Casey. Así que mejor se puso de pie y lo puso a cargar.

Cameron regresó y se tiró al sillón.

—¿Qué harás mañana?

—Pues entro temprano y luego, por la tarde, tengo que ir a ver unos trámites del banco.

—Entiendo. Yo iré a terminar algunos detalles del museo; me acaban de escribir que mañana tengo que llenar los últimos formularios. Ya el lunes por la mañana entraría.

—Me alegro mucho, amor. Me cuesta creer que no hayas aceptado antes.

—La comodidad de la florería. Además, la carrera y esas cosas me presionaban mucho.

—Igual, es un logro que te dejen estudiar.

—Les conviene que estudie —respondió con una sonrisa—, así que es un ganar-ganar.

—Entiendo. Te irá bien, tengo mucha fe en ti.

—Gracias, Manuel.

Cuando la película terminó, Cameron lavó los platos (era su turno), mientras Manuel escribía en su celular. Una expresión de molestia se le dibujó en el rostro, y Cameron lo notó.

—¿Qué sucedió ahora?

—Mi hermano volvió a pelearse fuera de un bar y lo llevaron detenido. Tendré que ir a la comisaría; no me quedaré contigo, cariño. Lo traeré y me quedaré con él.

—Está bien, ve. Ten cuidado y avisa cuando llegues.

Habían quedado a las 9:30. Cameron, desde las 6:30, estaba arreglándose. Se hizo su skincare, luego se retocó las uñas, colocó unas cucharas frías en los ojos, se probó mucha ropa y, al final, se decidió por un pantalón normal, un par de botas negras y un abrigo del mismo color. Sus uñas eran rojas y el bolso igual; su blusa verde musgo y su maquillaje era natural, no muy extravagante, solo retocado.

Casey le envió una foto de su outfit; a Cameron le encantó. Luego ella le envió otra foto, pero no hubo respuesta ni reacción. Solo le dijo que la esperaría en el café donde siempre se encontraban. Ya era tarde, Cameron no se pudo cambiar y se fue nerviosa hacia el café. En el bus pensaba si le gustaría su atuendo o no.




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