Cuando era niño, su padre, que no era tan insensible y frío como lo era en la actualidad, solía contarle la historia de los laveths todas las noches. Para Micael Back nunca había sido una narración extraordinaria como lo era para otros niños lavithios, pero nadie podía culparlo, hasta el mejor de los relatos perdía el encanto después de escucharlo con tanta frecuencia. Y ojo, no es que Micael no fuera leal a su raza, realmente lo era, solo estaba cansado de la misma historia que lo afligía desde la infancia.
Para él la historia de los laveths no era un cuento para dormir, era un sermón de un padre fanático de la historia, un reproche de su progenitor por no lograr que su «gente», los lavithios, pudieran ser más poderosos como lo fueron los laveths en algún momento.
Los laveths, también conocidos como los protectores, fueron los seres más poderosos que existieron jamás en la tierra. Seis deidades de apariencia humana, aunque según se cuenta más bellos, que contaban con habilidades increíbles destinadas a proteger al mundo y a sus habitantes de la destrucción.
Condenados a alejarse de cualquier placer carnal y humano, los protectores desconocían la amistad, los sueños y el amor. Su único objetivo era regalar tranquilidad y bienestar a los tres continentes humanos.
El mundo era sinónimo de paz. Generaciones de laveths diferentes, cuidaron a la humanidad por años y ninguno se revelaría jamás a su causa. O eso se creía. Cuando Maukho, uno de los últimos seis laveths, se enamoró de Adelie, una hermosa joven humana, rompió con el equilibrio que sus antecesores habían preservado hasta el momento.
Deslumbrado por el sentimiento y la belleza de la humana, Maukho decidió escoger el amor y abandonar su cometido, creando la mayor de las revoluciones: la Guerra Vieja, como se le conoce. Con ella llegaron las enfermedades y las pestes, el hambre y la destrucción en Luquesia, Fithura, Atalania, Nawebe, Lih y Wiettude, los seis países del mundo antiguo; y por primera vez los humanos desconfiaron de sus protectores.
«El descendiente del primer láveth enamorado marcará el fin de su era», presagiaron los textos antiguos el final de los laveths. El resto de las deidades, guiadas por Yena, la Máxima líder de los protectores, lucharon a muerte contra Maukho para evitar a toda costa que tuviera un hijo con la humana, pues no estaban dispuestos a desaparecer como lo marcaba la profecía. Sin embargo, todo el egoísmo de los protectores por no querer esfumarse no fue suficiente para destruir el sentimiento de Maukho. Los laveths terminaron autodestruyéndose uno a uno y el embarazo terminó por ser un hecho.
Cuando Yena se convirtió en la única adversaria viva, buscó incansablemente a Adelie. Si no podía con su colega, entonces debía matar a la humana y a su descendiente aunque eso marcara su fin, pero cuando Maukho se dio cuenta de lo que pasaba se presentó para la última batalla. Ambos lucharon hasta el final, Yena cegada por la ira y Maukho motivado por el amor. La batalla fue atroz e inesperadamente los últimos dos protectores murieron.
Con esto sucumbirían los últimos laveths, cumpliendo así la profecía de su desaparición, pero abriendo el camino a una nueva era en donde el amor ganó. La lucha de Maukho, aún con su muerte, había dado sus frutos.
El hijo de Adelie y Maukho nació como una mezcla de las dos razas. Un ser con destrezas sobrehumanas, capaz de expresar sus sentimientos y de ser libre como los humanos, pero con el precio de no poder contar con la totalidad de las habilidades y fuerza de los laveths.
Mauro, el primer híbrido, creció siendo el primero de su especie. Con el tiempo algunos de sus descendientes heredarían las mismas habilidades que él. Autodenominados lavithios crearon su propia sociedad escondida de los humanos, pues sabían que tras la mayor guerra que la Tierra había visto, su raza sería odiada, sin embargo, aprendieron a vivir en paz con ellos, infiltrados, para poder seguir existiendo.
Fue así como el amor y valentía de Maukho, el padre de nuestra especie, formó a los primeros lavithios, condenados a vivir ocultos hasta el día de hoy y esperando el día en que un nuevo láveth naciera, dándoles la primera oportunidad de mostrarse al mundo y dejar de vivir a la sombra de los humanos, y así comenzar una nueva era de paz y convivencia.
«Irónico», pensó Micael mientras veía fijamente a su padre mover sus labios, no oía lo que decía, sus pensamientos se escuchaban más fuerte.
Habían pasado cientos de años y aún seguían ocultos, corrección, habían pasado miles de años y no había llegado ningún nuevo láveth. Además, él sabía lo que muchos lavithios ignoraban, la guerra había comenzado de nuevo. Un grupo, un pequeño grupo de lavithios, cegados por la ambición de Yena y los demás laveths, se revelaron en contra de sus iguales, naciendo así los rebeldes y enemigos del Concejo, mejor conocidos como: reacios.
Era una suerte que su padre, Lorenzo Back, fuera parte de los jefes lavithios, o los miembros del Concejo Superior, como eran llamados. Este grupo de líderes dedicaba su vida a la justicia, buscando a los traidores y enemigos, creando el balance necesario para poder vivir en paz entre ellos mismos y con los humanos.
—¡Micael! ¿Me estás poniendo atención? —preguntó Lorenzo, vestía un elegante traje como acostumbraba siempre y caminaba desmedidamente por la gran sala de estar.
—Sí, padre —exclamó levantándose del enorme sofá verde esmeralda que colmaba el lugar, sacudió su cabello y dejó atrás todo pensamiento, había regresado al mundo verdadero.