Láveth. Desprestigio

Capítulo 1

—¡No vuelvas a confiar en ellos! —dijo un joven dormido, con un tono de depresión y miedo, temblando, sudando frío, como si estuviera en la mitad de una pesadilla, una horrible pesadilla.

El joven abrió sus grisáceos ojos como relámpago y exasperado inhaló una bocanada de aire como si nunca hubiera respirado. Una luz blanca inundó su vista, cegándolo por un momento. Blanco. Cuando el deslumbre pasó, cuando creía distinguir bien, blanco era todo lo que podía ver. Blanco. Blanco. BLANCO.

Un escalofrío originado por el pánico invadió su rígido cuerpo, no podía moverlo. Su respiración estaba agitada y con cada exhalación llegaban pequeñas nubes de neblina que desaparecían como si fantasmas frígidos fueran. Si cualquiera pudiera oírlo, verlo, intuiría el miedo y la desesperación de Joshua.

No podía ver la habitación completa. Todo el lugar donde se encontraba era blanco, aunque no era difícil de intuirlo. La sala era amplia para solo tener una pequeña camilla del color de la nieve en medio y una silla blanca al contiguo. Una mesa adornaba el espacio y un inodoro lo desaliñaba. No había rastros de ventanas y solo había una puerta de hierro en uno de los costados. Los muros eran igual de pálidos que la gran lámpara que iluminaba el lugar. La vista era inquietante para cualquiera, como un castigo para los desdichados como él.

Joshua no entendía lo que estaba pasando, quiso gritar, pero tampoco lo logró. Unas nauseas lo irrumpieron para agregar miseria a lo que ya sentía. Quiso saber dónde estaba. Tenía la mente nublada y recuerdos entrecortados que llegaban como en bombardeos a su cabeza, no le permitían saber cómo había llegado hasta ahí.

Ibea Kittel era la última persona que había visto. Recordaba la lluvia de aquella noche y el atribulado cielo gris relampagueando a cada instante. Las pequeñas gotas heladas le provocaban escalofríos al contacto y por un momento, las sintió reales, no como un recuerdo. La noche lloraba como si presagiara la desgracia que pasaría, aunque Joshua no recordaba aquel infortunio.

La mujer había sido su mentora los últimos meses, no solo de él, sino de muchos inexpertos que querían aprender a dominar las artes de los lavithios en La Presentación. La Presentación es el nombre que se le da al periodo que dan los lavithios para el aprendizaje de los conocimientos de su raza, cuatro años destinados a mejorar sus habilidades para poder integrarse al mundo adulto. Ibea era buena y sabia, pero también estricta, eso la convertía en la maestra ideal para los jóvenes. En poco tiempo Joshua le había tomado un cariño especial como si fuera la madre que jamás tuvo.

Kittel llevaba un libro viejo como su rostro en sus largos brazos y el viento agitaba su ondulado cabello gris. Se dirigían al árbol Clamoris, un descomunal árbol similar al sauce llorón, solo que este cambiaba de aspecto según el clima. En aquella noche lluviosa, como si de sutiles espejos se tratara, las hojas tornaban a un color plata que de sus puntas liberaban pequeñas cápsulas de agua que brillaban a la par de los rayos y flotaban hacia el cielo achicándose hasta desaparecer. Una vista increíble que ningún humano pudiera creer posible, pues árboles como aquel solo nacían en Levithe, el cuarto continente que los humanos desconocían.

El Clamoris determinaba el fin de los terrenos del Colegio Baike, una institución especializada en enseñar las habilidades lavithias a los lavithios de 15 años cumplidos. Tan solo unos metros después comenzaba la frontera del Bosque de los clamores, una floresta llena de árboles, algunos comunes para los humanos y otros que ni siquiera se pudieran describir, ubicados en la zona inhabitable de Levithe. «¿Por qué iríamos ahí?», trató de recordar el joven.

Los laveths adultos contaban leyendas a los niños donde el bosque contenía la totalidad de los lamentos del mundo: todos los gritos o llantos que alguna vez un humano, un lavithio o un láveth hubieran exclamado, además, se sabía que todo el que usaba las habilidades lavithias en aquella zona terminaría muerto. De solo pensarlo, Joshua sintió como su piel se erizaba de miedo. La zona inhabitable de Levithe estaba conformada en su mayoría por este bosque y ocupaba al menos una tercera parte del continente.

No lograba recapitular más. Solo aquello. El árbol, el libro, la lluvia, la noche, el bosque e Ibea. Anhelaba con todas sus fuerzas saber qué había pasado después y entender por qué estaba en aquel níveo lugar. Y aunque no comprendía muy bien lo que sucedía, un mal presentimiento invadió su alma.

***

—Odio las alturas. —Y con un gesto involuntario tapó su boca para evitar devolver el estómago.

Jeanette Jouvet se había mareado. El aroma a óxido en el ambiente, los ocho mil metros de caída bajo sus pies y la constante oscilación del suelo no le ayudaban a sentirse mejor.

—Es la sexta vez que lo dices —comentó risueñamente un joven de la misma edad, rubio y grande, que se sentó frente a ella.

Con odio, la joven dirigió su mirada hacia Aleksánder, aunque luego, su expresión cambió ligeramente a un tono burlesco. No podía creer que alguien del tamaño de Alek, porque en verdad era de gran tamaño, pudiera entrar en un helicóptero tan pequeño como aquel. Y es que era un helicóptero de guerra, diseñado para ser lo más chico posible y poder esconderle en lugares prácticos. El helicóptero se encontraba dividido en dos zonas, la primera de ellas la zona frontal, la parte donde el piloto y el copiloto se encontraban; la segunda, la zona trasera, era solo un poco más grande, era un área casi rectangular con asientos alargados y bastante incómodos en cada pared lateral. Cabrían un máximo de ochos personas y a diferencia de helicópteros convencionales no había ni una sola ventana, algo que agradecía la chica. Por fuera la nave parecía un pequeño platillo volador alargado, algo semejante a un grano de arroz gigante, no tenía cola y de cada lado sobresalía una pequeña turbina. A pesar de que el helicóptero no hacía tanto ruido fuera del mismo para evitar su detección, por dentro era imposible cubrir el escándalo de la máquina, «ingenio lavithio», pensó Jeanette mientras torcía los ojos. Alek imaginó, erróneamente, que el gesto era para él.



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En el texto hay: fantasia, literaturajuvenil, romance

Editado: 28.12.2025

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