Layan: "Primer amor, primer caos"

1. Reencuentro.

Layan

Miro mi reloj, son las diez de la noche. Alison está demasiado alegre, al igual que Izan, nunca los había visto así.

Se inventaron un juego, mientras vamos bailando, deben beber de la misma botella y el que se caiga pierde y debe cumplir una penitencia. Me aparto del grupo, no pienso jugar eso. Ellos no lo aceptan, intentan obligarme, pero no cedo, no es no y punto.

Me alejo del grupo y me voy a sentar en el segundo escalón de la escalera que conduce al siguiente nivel de la casa.

Observo cómo baila de manera graciosa una pareja, están en otro mundo. Me estoy aburriendo, no pensé que esta fiesta iba a ser así, me imaginé otra cosa. Todos parecen estar en otra dimensión, claro que se ve que la están pasando bien, pero será que mañana recuerdan lo que hicieron.

Esto no está bien, ¿a quién quiero engañar? Yo no pertenezco a este lugar, creo que mejor le llamo a mi papi para que me venga a ver.

Me levanto con mi celular en las manos, y para mi sorpresa, mi teléfono está apagado.

—¡No puede ser! Qué tonta soy —reniego y de la nada aparece Izan. —Me puedes prestar tu teléfono para hacer una llamada.

—¿Y a quién vas a llamar?

—A mi papá, quiero que venga por mí.

—Tan rápido —se me acerca y no me gusta la manera en que lo hace. Tiene un vaso en la mano—. No, ven toma un poquito —intenta obligarme y no lo acepto.

—¡No, déjame! —elevo la voz, de fondo se escucha reggaetón. Lo aparto de un empujón y se le cae el vaso al piso, rápidamente busco la salida, él viene detrás de mí, no me gusta su actitud.

—Ven, no te hagas la difícil, chocolatito, solo quiero saborearte —expresa de una manera asquerosa, no sé cómo lo logra, pero me detiene del brazo.

—¡Ve a saborear a tu abuela! —Le doy un golpe en el abdomen, pero me agarra más fuerte. —¡Suéltame! —insisto.

—Te dijo que la sueltes —aparece chillando uno de los jóvenes mayores. Lo toma de la camiseta por la espalda y lo lanza hacia un lado. —No te enseñaron en tu casa a respetar a las mujeres, niñito.

—¿Por qué te metes, es mi amiga?

—Nuestra amistad hasta aquí duró —le dejo claro.

—Creo que mejor te vas, nene. No quiero que me pongan cargos por darle nalgadas a un menor —habla mi salvador.

Izan se marcha asustado, vuelve corriendo a la fiesta.

—Gracias —expreso nerviosa. El héroe se da vuelta y camina hacia mí, y no lo puedo creer: es el mismo chico que le quita el sueño a Alison. Agacho la cabeza.

—¿Estás bien? —me pregunta y con suavidad, usando dos de sus dedos, me levanta el mentón obligándome a verlo a la cara.

Los ojos se me ponen redondos, él achica los suyos cuando nuestras miradas se detienen. El iris azulado de sus ojos es hipnotizante. Alison tenía razón. Ese azul parecía esconder secretos que me daban curiosidad y un poco de vértigo.

—Sss-í, sí. Estoy bien, gracias, por defenderme —digo sin dejar de verlo. Parezco una tonta, qué va a pensar de mí. Desvío la mirada rápidamente, pero puedo sentir cómo mi cara se calienta. Es como si algo nuevo se hubiera encendido dentro de mí, algo que nunca había sentido antes.

—Un momento yo te visto en algún lado, pero no sé dónde. Mucho gusto soy Andrés Smith —estira su mano derecha.

—¿Andrés? —repito apretando su mano. Mi memoria está trabajando a full, su nombre se me hace conocido, pero no sé de dónde. —Yo soy Layan Collins.

—Layan —repite con dulzura y sonríe, juro que es la sonrisa más bonita que he visto en mi vida, después de la de mi papi. Me pongo nerviosa, unas sensaciones desconocidas se apoderan de mi estómago, como si mariposas quisieran salir volando. Andrés me mira como si yo fuera algo más que una chica cualquiera en una fiesta. —Claro, que te conozco, bueno, quizá tú no me recuerdas, eras muy pequeña, tenías cuatro años, nos conocimos en una playa de Barcelona.

Me quedo con la boca abierta al escucharlo. Hasta que vagamente me llega un recuerdo de un niño de ojos azules en la playa. Me dan ganas de sonreír, y no sé si es por la memoria o por cómo me habla.

—Andrés —digo nerviosa.

—Qué grande y linda estás. Ya tienes quince.

—Sí, bueno, los cumplo en un par de semanas —respondo sintiéndome tonta, pero también un poquito halagada. Me mira como si de verdad le interesara lo que digo, me hace sentir diferente, especial.

—¿Y qué hace una señorita linda en una fiesta de locos como esta? —investiga sin dejar de mirarme, su inspección me intimida. Me encojo de hombros.

Le cuento lo ocurrido con mi querida amiga y el idiota de Izan. Se ofrece a llevarme a casa, pero no lo acepto. Me da su celular para que le hable a mi papá. Así lo hago. Papá me dice que en minutos llega.

—Gracias —siseo entregándole su dispositivo.

—Te acompaño hasta que tu papi llegue —manifiesta y le sonrío. El gesto de quedarse conmigo hasta que llegue papá por mí, lo tomo como un acto de protección y caballerosidad y eso es lindo.

Esperamos en la calle, pegados a un muro que es división entre la propiedad de los James y la calle. La noche es fresca y, aunque estoy un poco temblorosa, no es solo por el frío.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.