Layan
Llegamos a la casa y es la misma rutina de siempre: saludar, lavarse las manos, cambiarse de ropa, almorzar y hacer las tareas. Nada cambia, siempre es lo mismo. Qué aburrido.
Debería hacer otras cosas interesantes y no estar aquí encerrada. Ir al cine, salir con amigos, pasear por algún mall, tomar un café con mi mejor amiga, qué sé yo. Miro la ropa que llevo puesta y no puedo evitar compararme con las chicas del colegio, tan seguras, tan libres. Camino hasta el espejo de mi habitación y me observo en él.
Golpean la puerta tres veces y, tras mi autorización, ingresa mi mamá.
—Hola, mi amor. ¿Cómo vas?
—Bien —respondo, alejándome del espejo. Ella no aparta su mirada de mí; siento que quiere decirme algo.
—¿Qué te sucede? —pregunta sentándose en el borde de mi cama.
—Nada.
—¿Seguro? —insiste, buscándome con la mirada, como si pudiera leer mis pensamientos—. En el comedor estuviste callada, y supe que mientras venían para acá también estabas extraña.
—Estoy bien, solo... —Me quedo callada. No quiero hablar de lo que pasó. Me da vergüenza. ¿Cómo explicarle que últimamente siento cosas que no entiendo? Que me confundo cuando me miran o me ignoran, que tengo miedo de no ser suficiente. Mejor me callo.
—Ven aquí —me indica, dando golpecitos en el colchón. Dudo un momento, pero obedezco. Me siento a su lado, sintiendo su calor cercano.
—Hablé con la mamá de Izan. Me pidió disculpas por el comportamiento de su hijo. Me dijo que él se disculpará contigo, y que está preocupada porque Izan ha cambiado mucho últimamente. Cree que está en malas compañías.
—Ya lo hizo, hoy se disculpó conmigo.
—¿De verdad?
—Sí, pero le pedí que no se acercara más a mí. Ya no le tengo confianza y no quiero amistades así.
—Eso es muy maduro de tu parte, cariño. Y, ¿qué pasó con Alison?
—Pues... me di cuenta de que Alison no es lo que yo creía. Me contó que se besó con Andrés.
Ella frunce el ceño, confundida.
—¿Andrés?
—El chico que me defendió de Izan en la fiesta.
—Ah, ya... se besaron —dice, sorprendida, mirándome a los ojos. Por un momento ninguna dice nada. Estoy segura de que me dirá algo más—. Eso no está bien, y peor para el chico, porque eso le puede traer problemas.
—¿Problemas? —repito, mi voz tiembla un poco.
Por dentro, imagino ese beso y me duele no haber sido yo. ¿Por qué me siento así? ¿Será que estoy celosa? Pero eso no tiene sentido. No me puede gustar una persona apenas la conozco... o sí. ¿A quién engaño? Ese chico me gusta, pero tengo miedo de no ser suficiente, de que me vea como una niña nada más.
—Sí, mi amor, porque no es correcto que un chico mayor tenga una relación con una jovencita como Alison. Eso se llama estupro, y aunque ellos se quieran, es ilegal. Podría terminar en serios problemas.
—Pero si se quieren... el amor no ve esas cosas. —Mi voz suena más débil de lo que quería, y bajo la mirada. Yo misma me estoy poniendo en el lugar de Alison.
—Oye, ¿desde cuándo hablas así del amor? Pero no, cariño, la ley es clara. Es para proteger a las personas jóvenes como tú y tus amigas. No siempre se trata solo de amor; a veces también es manipulación, y eso no está bien.
—Pero... mami, ¿y si lo mantienen en secreto? Muchas relaciones son así. Además, Alison ya ha tenido novios mayores que ella.
—¿Qué? Perdón —se sorprende, su tono cambió a uno más serio—. A esa niña le hace falta orientación, cariño. Pero a mí me importas tú, mi amor, ¿qué piensas de todo esto?
Desvío la mirada, el nudo en mi garganta está apretando más fuerte. ¿Qué pienso? No lo sé. Tal vez envidio a Alison, porque ella no parece dudar, no se queda atrapada en sus miedos. Pero también me asusta lo que eso podría significar. ¿Qué pasa si también me arriesgo?
—¿Saber esto te molestó? —pregunta, sus ojos están fijos en los míos.
Siento que me sonrojo y bajo la mirada. Hablar de esto me hace sentir tan expuesta, tan confundida. ¿Y si lo enfrento? ¿Y si un día le digo a Andrés cómo me siento? ¿Me mirará como si estuviera loca? ¿Se reirá de mí? O peor, ¿me dirá que solo soy una niña para él? No sé si podría soportar eso.
—Layan —dice con suavidad, levantando mi rostro al sujetarme con delicadeza del mentón—. Mi amor, puedes contarme lo que sea. Estoy aquí para escucharte, para entenderte, para guiarte, sin juzgarte. No tienes que guardar secretos conmigo. Sé que estás en una etapa bonita, pero también complicada. A veces los sentimientos se enredan y confunden.
Sus palabras me alivian un poco, pero el nudo en mi garganta sigue ahí.
—Lo sé, gracias, mami —la abrazo, buscando refugio en su abrazo. Me da un beso en la frente y me deja sola.
Mami siempre me dice que puedo contarle todo, pero a veces me pregunto si sabría cómo lidiar con lo que realmente pienso. Tal vez algún día me atreva a ser completamente honesta, pero por ahora, es más fácil mantener mis secretos donde nadie pueda verlos.