Layan
Las clases comienzan y entregamos nuestros trabajos. Alison me dedica una mirada y, al verla, recuerdo las palabras de Andrés. Atrevida, cómo pudo besarlo de sorpresa y encima venir a decirme que se besaron. Y yo, de tonta, creyéndole todo.
La maestra anuncia que realizará un test sorpresa y el ambiente en el salón se pone tenso. Sin disimulo, volteo hacia Alison, que se ha puesto pálida.
—Miss, ¿lo vamos a hacer en grupos? —pregunta.
—Por supuesto que no, señorita James. Realizaron la investigación, así que supongo que estudiaron. Hall, Collins y Clarke, salgan, por favor —menciona. Emma me mira; no sé por qué se sorprende si siempre nos exoneran en química y matemáticas.
—¿¡Qué?! ¿Por qué ellos tienen que salir? No es justo —se queja Alison.
—Porque están exonerados —camina hasta ella con paso lento—. Y en vez de estarse quejando, debería poner más empeño en mi materia, señorita. Salgan, por favor, y nos vemos en la próxima clase.
Veo el terror en la cara de Alison. Ella no es buena en esta materia y, si no estudió, le irá mal.
—Vamos a la cafetería por algo de comer —propone Henry.
—Vayan ustedes, yo no tengo hambre. Iré a la biblioteca —respondo.
—Entonces nos vemos allá en un momento —me dice Em.
Llego a la biblioteca y busco una mesa lo más alejada posible. Pongo mi mochila encima y, para disimular, abro un cuaderno. Desde anoche tengo en la cabeza stalkear las redes de Andrés. Ya sé que en su Facebook no comparte mucho, pero veamos qué encontramos en Instagram.
Empiezo a buscar cuentas con el nombre de Oscar, pero hay demasiadas que nada que ver; no es él. Busco una por una y nada. Así que decido buscarlo por su otro nombre, Andrés, y voilà, lo encontré: Andrés Lions, haciendo alusión al nombre de su equipo de básquet. Y lo mejor es que su cuenta es pública.
Me quedo admirando su linda carita. Es que es hermoso, su nariz, sus ojos, su boca... todo en él es perfecto. Sigo observando. Veo que tiene muchos amigos, siempre está rodeado de gente. Tiene fotos de su equipo de básquet, videos de sus partidos.
—Pero no veo ninguna fotografía con su casi novia. Qué raro... Entonces quizá ella no sea tan importante, porque cuando yo tenga novio lo voy a presumir por todas mis redes sociales —musito. Agacho la cabeza cuando la mirada de la bibliotecaria me alcanza. Se me olvidó dónde estoy.
Sigo en lo mío hasta que me aparece una fotografía que me hace sonreír de la nada. Me quedo con la mirada fija en la pantalla, admirándolo. Está con una barra de chocolate en la boca y en la descripción dice:
¿Alguien más ama el chocolate como yo? 🍫 #Adicto.
—Le gusta el chocolate —sonrío. Y no despego la mirada. Parpadeo tres veces y decido descargarme la fotografía. Mis dedos tiemblan. Tras varios pasos, la foto está ahora en mi galería. Me muerdo el labio inferior, y mi voz interior grita como niña chiquita que ha conseguido un gran logro.
De repente, el sonido de una silla arrastrándose abruptamente me saca de mis pensamientos. Levanto la mirada, sobresaltada, y el aire se me queda atrapado en la garganta. Mis ojos se abren como platos cuando lo veo allí, frente a mí. Andrés me dedica una media sonrisa mientras coloca su laptop en la mesa.
—¿Te asusté? Lo siento, no fue mi intención —se disculpa con tranquilidad, ajeno al caos que acaba de provocar en mi pecho. No consigo articular palabra, así que solo asiento en silencio, tratando de recuperar la compostura. —Listo —dice—. Tarea enviada. ¿Cómo estás, Layan? —pregunta sin verme a la cara, sigue viendo la pantalla de su portátil.
—Bien —tartamudeo, aún un poco sorprendida por su repentina aparición.
—¿Qué haces? —pregunta levantando la mirada, y solo entonces me doy cuenta de que tengo mi teléfono en su cuenta de Instagram. Me pongo nerviosa.
—Aaah. Eh... —balbuceo, buscando una excusa, pero mi mente se pone en blanco. Veo mi cuaderno abierto y leo lo apuntado. Son notas de química—. Estoy estudiando química —miento.
—¿Química? Parecías concentrada en el celular. En fin. ¿Tienes problemas con esa materia?
—Pues... un poco —digo, y no sé por qué lo hago, ya que soy buena en esa materia.
—¿En serio? ¿Qué no entiendes? ¿Puedo? —dice y me quita el cuaderno. Lee los apuntes—. Compuestos químicos, pero eso es fácil. Claro, para esto debes saber muy bien la tabla periódica.
Asiento.
—Sí —respondo, y como me doy cuenta de que estoy quedando como tonta, me explayo—. Es que todavía no me la sé toda bien, entonces se me complica un poco.
—Bueno, cuando gustes te puedo ayudar con eso. Yo era bueno en esa materia.
—¿De verdad? —pregunto, prestándole atención, me gusta conocer más de él.
—Sí, si necesitas alguna explicación, yo con gusto te ayudo. Soy bueno. De niño quería ser médico, como mi abuelo y mi papá. Quizá por eso me interesaron tanto la química, la biología, la anatomía.
—¿Médico?
—Sí, ellos son ginecólogos obstetras.