Layan
—Hazlo, habla —digo, bajando la voz.
Kaylee voltea hacia nosotras. No pierdo mi postura: mi mirada sigue fija en Alison.
—Sí, dime, nena —dice Alison, con fingida dulzura.
Levanto una ceja, como en las películas de mafiosos. Me veo malísima. Poderosa.
—Te quería invitar a una fiesta el sábado. Puedes venir con tu novio, obvio. Tu mejor amiga —o sea, mi cuñada— está invitada también —sonríe con falsedad.
—No te aseguro nada. Andrés está muy ocupado y ya tiene un compromiso el sábado.
¿Un compromiso? ¿Con quién? La duda me golpea el estómago.
—Oh. Bueno, piénsalo —dice, como quien ya ganó.
No tengo nada más que decir, así que me doy vuelta. Emma me sigue. Nos marchamos.
—No dijo nada, solo te asustó —dice ella.
—Le demostré que yo también sé jugar sucio.
—Ella es la que más va a perder.
—¿Tú también? —Me detengo y la miro, buscando una explicación.
—Porque estás dando por hecho algo que ni ha pasado, Layan. Date cuenta: Andrés ni siquiera sabe que te gusta. Y, honestamente, no creo que te haga caso. Él ya es un adulto, con otras metas, otros sueños. Hasta trabaja.
—Hace pasantías —le recalco.
—Es lo mismo. Eso muestra que ya se está preparando para ejercer.
—Todavía falta. Además, Em, no me lleva muchos años. Mi papá le lleva tres a mi mamá, y ya ves... —Sigo caminando.
Emma ya no dice nada. Llegamos a la cafetería y ocupamos una mesa.
—¿Qué vas a pedir? Yo quiero un sándwich y una malteada de chocolate.
—¿Eso? —Me asombro.
—Sí.
—Tiene muchas calorías. Además, estás con la regla. No deberías comer chocolate porque te van a salir granitos.
Ella pone cara de tristeza.
—Comamos una ensalada César.
—¿Hierba?
—Es por nuestro bien. Estaba pensando que deberíamos empezar a hacer ejercicio.
Su cara se desencaja.
—¿Ejercicio? —repite—. El único ejercicio que yo hago es caminar del salón al parqueadero. Bueno, y nadar los fines de semana en la piscina del club. Lo mío son los números, no el deporte.
—Pero no nos vendría mal. Endurecer el abdomen, fortalecer las piernas...
—Layan, si sabes contar conmigo... no cuentes. Olvídalo. Estoy bien así. No necesito impresionar a nadie. Porque a mí no me engañas: estás haciendo todo esto por Andrés. Y eso no está bien.
—Cuando te guste alguien, me vas a dar la razón. Solo quiero verme mejor. Sentirme bonita. Más mujer. Que dejen de verme como una niña.
Ella no dice nada. Se queda callada. Sé que va a ser difícil convencerla. Tanto ella como yo no somos de hacer lo que otros dicen. Siempre opinamos, siempre discutimos. Bueno, allá ella. Si no quiere hacer un cambio en su vida, yo sí.
Emma se levanta y se acerca al mostrador para ordenar. Yo aprovecho para revisar mis redes sociales. Antes de venir subí una foto a Instagram.
Al revisar los “me gusta”, me doy cuenta de algo que me hace estallar por dentro: Andrés no solo vio mi foto, también le dio like.
—¡Ahhh! —Grito bajito, emocionada. Varias personas se giran a verme.
Emma me mira desde el mostrador y hace una mueca.
—¿Qué pasó? —pregunta con mímica.
—Nada —le respondo con una sonrisa gigante.
Cuando vuelve a la mesa, me mira con ojos entrecerrados.
—¿Qué fue?
—¡Andrés le dio like a mi foto!
Me siento, todavía temblando. Entonces se empiezan a escuchar risas y gritos. Volteo. Son los chicos del equipo de básquet. Y ahí está él. Andrés. Sonríe, habla, se ríe a carcajadas con Ian, el hermano de Alison.
Mi corazón se acelera. Me muerdo los labios y finjo que no lo he visto.
—Ahí está tu amor —dice Emma, con ironía—. Disimula, que viene.
Agarro el celular y empiezo a revisarlo nerviosamente.
—Chicas lindas, ¿cómo están? —saluda Ian—. ¿No está mi hermanita con ustedes?
—No —responde Emma, seca.
—Layan, te estás poniendo cada día más linda —dice Ian, y le da un leve golpe a Andrés.
—Sí —agrega Andrés, mirándome—. Layan es una chica muy bonita.
Chica, dijo. No niña. ¡Eso significa que me está viendo diferente!
—Y tú también estás muy bonita —le dice a Emma, que se queda muda.
—Gracias —respondo por las dos.
—¿Cómo has estado, Layan? —pregunta, mirándome con sus ojos azulados.
—Hola. Bien, gracias.
—¿Lista para ese cumpleaños?