Layan
Cuando llegamos al restaurante, nuevamente las miradas de todos se posan sobre nosotros, como si hubiésemos hecho algo malo. La tensión en el aire se siente.
Mi madre se acerca con cara de preocupación. Me percato de que mi tío Omar también está pendiente, y el gesto en su rostro no es nada amigable. No entiendo nada. Están así porque me desaparecí unos minutos.
—Mi amor, ¿dónde estabas? —pregunta mi madre.
—Fuimos a buscar el celular de Andrés, que se le olvidó en su auto —digo.
Mi papá no dice nada. Miro a Andrés y tampoco me gusta el gesto que tiene. Eso si me preocupa.
Veo a Emma moverse desde donde está.
—Pero la fiesta sigue, ¿verdad? Ven, Layan, vamos a bailar —rompe el incómodo momento mi mejor amiga.
Al parecer todo vuelve a la normalidad. La familia y los amigos siguen: unos bailando, otros conversando y riendo.
—Me tienes que contar, ¿a dónde fueron?, ¿qué hicieron? —pregunta con insistencia Em.
Antes de responderle, busco con la mirada a Andrés. Lo encuentro hablando con mi tío con total normalidad y eso me tranquiliza. No sé por qué pensé que lo pudiera estar regañando.
—No hicimos nada, solo lo acompañé a ver su celular, nada más.
—Y regresaste con su chaqueta encima.
—Pues... es que él me la dio por el frío que afuera está haciendo y no quería que me enfermara. ¿Te das cuenta?, se preocupa por mí.
—Eso lo debo reconocer. Mira que venir hasta aquí y dejar a su novia por ti —sonrío enormemente—. ¿No recuerdas lo que dijo Kaylee en el baño del colegio?
Hago memoria.
—No.
—Le dijo a Alison que no iba a poder asistir a la fiesta que iba a realizar, ya que Andrés tenía un compromiso. Eso quiere decir que ese compromiso por el cual él no fue a esa reunión era aquí, contigo.
—Es cierto, no lo había pensado. Tienes razón —me quedo mirando hacia el lugar en donde se encuentra él.
—Oye, ¿y no hubo un besito?, ¿nada? —investiga curiosa.
—No, Em, pero te puedo asegurar que no le soy indiferente, lo que significa que mi decisión para hacer que se fije en mí es buena. Yo creo que ya me está notando. Si mi papi no hubiese aparecido, a esta hora él y yo ya nos habríamos besado. ¿Te imaginas, Em? Mi primer beso en el día de mi cumpleaños, eso sí habría sido épico —musito emocionada, sintiendo cómo mi corazón late acelerado.
—La verdad, sí. Por cierto, quiero contarte algo que está pasando —habla y agacha la mirada. Dejamos de bailar y nos vamos a sentar en nuestra mesa.
—¿Qué pasa? —Su misterio es extraño, y por lo visto no quiere que nadie nos escuche. Mira hacia donde están sus padres, y como se encuentran con los míos un poco lejos de nosotras, empieza a hablar.
—Henry me pidió que sea su novia.
—¡¿Qué?! —chillo emocionada.
—Sí, pero cállate, no grites —me aplasta la mano por encima de la mesa, obligándome a contener mi emoción—. Nadie más lo sabe.
—Em, era obvio que tú le gustabas. Te venía pidiendo pista desde el año anterior, solo que tú no lo querías ver.
—No sabes todo lo que en este momento estoy sintiendo, Layan.
—¿Cómo qué no? Claro que lo sé, y ahora sí me vas a entender mejor. Oye, ¿pero y qué le dijiste?
—Que lo iba a pensar, que la respuesta se la daría en el colegio —expresa. Nos miramos, chillamos juntas y nos abrazamos, llamando la atención de todos.
Volteo y la mirada de mi padre está encima de mí, como si intentara descubrir un misterio en mi persona.
—¿Te imaginas?, salir los cuatro al cine, o a comer helado, caminar tomados de la mano por el parque, o ver un atardecer juntos —fantaseo.
—O el viaje de fin de año, en la playa. ¡Muero, muero! Eso sería genial, Layan.
Mi mente me lleva a diferentes lugares de la mano de Andrés. El solo hecho de imaginarme dándome un beso con él me hace sentir un montón de mariposas.
La velada continúa, bailo con mis primos y hasta con Grace y Rodrigo. Soplo las velas, pidiendo el mismo deseo que en la mañana, y entre aplausos y felicitaciones, la mejor noche de mi vida se termina.
—Cuídate mucho, Layan —se despide Andrés con un sutil beso en la mejilla—. Ya te envié la fotografía.
—Gracias por todo. Fue lindo que hayas venido a pasar conmigo.
—Bye —expresa con seriedad y frialdad. Lo veo irse.
De a poco, todos se van despidiendo y solo quedamos mis papás, mis hermanos, Grace y yo.
—¿Segura no quieres quedarte en nuestra casa, mamá?
—No, hijo, no te preocupes. Nos vemos mañana en el almuerzo —dice, y prende su mirada en mí. Me toma de las manos y, mirándome a los ojos, dice:
—Los quince años, época de volar, soñar, pero también de aterrizar. No corras, porque recién estás empezando a caminar y te puedes caer —me besa en la frente. Todos están en silencio, viéndonos a las dos.