Layan: "Primer amor, primer caos"

18. Explicación.

Nolan

Salgo de casa y empiezo a manejar directo a la constructora. Tengo en mente las palabras de Layan y no entiendo de dónde sacó esa absurda idea. Todo estaba bien hace algunas semanas; mi hija era otra, ahora la estoy desconociendo. Ese no es el comportamiento de mi hija. ¿Qué será lo que está pasando en su entorno?

No sé qué hacer. Quiero desencantarla, mostrarle que no se trata de una simple cirugía y ya.

—¿Qué debo hacer? ¿Qué debo hacer? —repito.

Estaciono el auto. Me froto la frente, pensando en hacer lo correcto. Enciendo el auto nuevamente y voy a la constructora.

—Arquitecto, buenos días.

—Hola, Kate, hazme un favor: llama al banco y que bloqueen o cancelen esta tarjeta —agarro un lápiz y le anoto el número de la tarjeta. —No canceles la cuenta, solo...

—Solo que bloqueen la tarjeta.

—Exacto.

Me dirijo a mi oficina. Al poco tiempo, Omar ingresa. Cuando le cuento lo sucedido con su ahijada, tampoco lo puede creer.

—Aquí está pasando algo. Mi muñeca no es hueca. ¿Desde cuándo acá ella quiere verse con bubis grandes? Eso debe ser un capricho de secundaria.

—Pero yo no puedo esperar a que se le pase. Así que ya tomé medidas. Cancelé su tarjeta.

—Pero no es mucho lo que puede hacer con ella, además tú tienes el control absoluto de esa cuenta. Si ella saca plata, te lo avisan a ti, ¿no?

—Sí, lo sé. Por eso mismo le di una tarjeta de débito, una que nunca ha usado. Pero como están las cosas, no me quiero arriesgar a que mañana o pasado falsifique mi firma y saque el dinero que tiene y que cometa una locura... ya sabes, cualquiera sin ética por dinero puede cumplirle el capricho.

—No creo que llegue a tanto.

—Eso espero. No entiendo por qué tiene esa necesidad de crecer tan rápido, de verse mujer cuando no lo es todavía.

—Desde niña... ¿no lo recuerdas?

—No, es algo más —insisto.

—¿Será que tiene que ver con Andrés? —Lo enfrento con la mirada. Y en el fondo sé que sí, y me cuesta aceptarlo.

—Andrés y algo más —suspiro. —Tengo que hacer algo —musito, y de a poco una idea va tomando fuerza en mi mente.

—Claro que sí... pero ¿qué?

—Te cuento después —expreso, agarrando mi saco, y abandono la oficina.

—¿Qué vas a hacer, Nolan? ¡Nolan!

Cuando me subo al auto, ejecuto mi idea. Lo primero que hago es hablar con Rodrigo, él me puede ayudar.

Después de tener claros mis próximos pasos, me dirijo al colegio. Llego a la oficina del coordinador para hablar con él, y en cuanto me ve, la secretaria se pone de pie y baja el teléfono. La noto nerviosa.

—Señor Collins, buenos días. Precisamente lo iba a llamar —saluda. Me resulta extraña su actitud.

—Buenos días. ¿Por qué? ¿Les pasó algo a mis hijos? —me adelanto. La mujer permanece callada; al parecer, no sabe cómo darme la noticia.

—Sí...

—¿Qué? ¿A quién?

—Tranquilícese, por favor. La señorita Layan.

—¿Layan? —la interrumpo y me acerco a ella con desesperación, en busca de más información. Se me olvida todo en cuanto me dice que se trata de mi niña. Me imagino un sinnúmero de situaciones. El corazón me golpea con fuerza.

—Sí, tranquilo, señor. Está bien. Fue llevada a la enfermería. Recibió un golpe con un balón y perdió el conocimiento.

—¿Pero ella está bien? —exijo respuestas.

—Sí. Precisamente me acaban de avisar que se encuentra bien.

Cierro los ojos y me alejo de la mujer. Voy corriendo a la enfermería para cerciorarme por mí mismo de que mi hija está bien.

La puerta de la enfermería está abierta. Me detengo, frunzo el ceño, achico los ojos al ver cierta escena que me preocupa. Andrés sostiene su mano y la mira con ternura.

—Tranquila, ya deben estar localizando a tu papá para que te lleve a casa a que descanses —le dice, sosteniéndole la mano.

—Gracias por ayudarme. Al parecer siempre estás en el momento exacto en el que te necesito.

—Layan, mi amor —digo e ingreso pronto. Andrés me saluda al verme, suelta su mano, se retira de su lado dándome espacio y mi lugar.

—Papi...

—¿Qué pasó, mi amor?

—Estábamos en el gimnasio y alguien lanzó un balón de básquet que fue directo a mi cabeza. Producto del impacto, me desvanecí. Andrés me trajo hasta aquí —revela. Giro hacia Andrés y le agradezco.

—Yo los dejo solos para que hablen. Que te recuperes, Layan.

—Gracias, Andrés —le digo nuevamente y me concentro en mi niña. La miro detenidamente, buscando algún golpe, sangre—. ¿Segura que te sientes bien? Yo creo que mejor te llevo a una clínica para que te revisen.

—Papi, no tengo nada... Estoy bien —la veo tocarse la frente y me agito. No me gusta que tenga ningún dolor, ningún sufrimiento. Ella no.




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