Layan: "Primer amor, primer caos"

19. Detonante.

Nolan

Rompo el silencio.

—¿Estás molesta? —pregunto, bajando la velocidad.

—No —contesta, hablando bajito.

—¿Entonces? Estás muy callada.

Ingreso en una gasolinera, me estaciono y apago el auto.

—No sé. Me siento confundida.

Asiento y la miro.

—Eso es normal. Lo importante es que no estás tomando decisiones sin pensar.

Se queda callada, pero sé que mis palabras resuenan en su mente.

—¿Tú crees que soy superficial?

Me mira con atención y volteo hacia ella.

—No. Pero creo que estás tomando decisiones apresuradas y, sobre todo, equivocadas. No siempre es bueno seguir lo que la sociedad impone.

—¿Impone?

—Sí. Una sociedad que le hace creer a niñas hermosas e inteligentes como tú que, si no tienen un cuerpo de modelo, no valen.

Agacha la cabeza, compungida.

—Yo solo quería sentirme más segura —susurra—. No sé… A veces siento que si me viera diferente, ciertas cosas cambiarían.

Guardo silencio unos segundos, y luego pregunto con voz suave:

—¿Esto tiene que ver con algún chico... con Andrés? —indago, con cierto temor a su respuesta.

—No. Tiene que ver con todo. Papi, se siente feo escuchar comentarios de tus compañeros, decir eres linda, pero te falta esto o aquello. A tus amigas decir que sus mamás les compraron sujetadores nuevos porque aumentaron la talla. Y aparte ver chicas con el pecho perfecto... A cualquiera le hace dudar, envidiar.

Me quedo en silencio, buscando una respuesta que no la confunda más.

—Lo que estás sintiendo se llama presión social. A tu edad es complicado manejarla, porque estás construyendo tu identidad y quieres sentirte parte de un grupo. Pero si no tienes información clara y apoyo, puedes tomar decisiones que te hagan daño... como lo de la cirugía, por ejemplo.

—¿Qué debo hacer?

—Lo primero que debes hacer es aceptarte tal como eres. Mi amor, tú eres valiosa por lo que eres, no por lo que aparentas. Las personas que quieran estar a tu lado, amigos, familia... o incluso un novio, deben quererte por lo que hay dentro de ti.

—Siempre me has repetido eso.

—Sí. Porque siempre quise que mi niña tuviera una autoestima muy fuerte, tan fuerte que nada ni nadie la derribara.

—A veces es complicado. Ni yo entiendo qué me pasa. Y sé que me vas a decir que soy inteligente, y todo eso, pero es tan complicado... Solo quiero ser aceptada.

—Hace unos meses no pensabas así, y, por un lado, eso es bueno, porque demuestra que mi niña está creciendo —le topo un cachete—. Estás en una etapa compleja, lo sé. Pero aquí estoy, como siempre, para escucharte, ayudarte, abrazarte, amarte… y también corregirte cuando sea necesario.

—Lo sé.

Le acaricio el cabello con ternura y, de la nada, rompe en llanto. No espero más y la acerco hacia mi pecho.

—No llores, mi cielo —la consuelo.

—Lo siento, papi… Te amo.

—También te amo, mi niña.

Permanecemos en silencio por unos minutos, hasta que enciendo el motor otra vez.

—¿Qué te parece si vamos por un helado? —se lo propongo, muy entusiasmado, para que se le olvide lo ocurrido—. Creo que ambos lo necesitamos.

Se seca las lágrimas con ambas manos, me mira y sonreímos al mismo tiempo.

—Prefiero una hamburguesa con patatas fritas y mucho kétchup.

—¿No estabas a dieta? Recuerdo que le hiciste un berrinche a Nancy por la comida.

—Papi... —hace pucheros.

—Está bien, mi amor. Vamos por hamburguesa, entonces.

La llevo a su restaurante favorito, como cuando era una niña. Decido yo también comer lo mismo. Ella se sorprende al verme. Este tipo de comida no es mi fuerte, pero por ella y por el momento hago una excepción.

Mientras comemos, no hablamos de lo que acaba de ocurrir. Nuestra plática se centra en el futuro, en su carrera, en su proyecto de vida.

—Bueno, tienes dos años para decidir qué carrera vas a seguir. Eso sí, siempre pensando en lo que te apasione de verdad —sonrío cuando un recuerdo me llega a la memoria—. Cuando eras pequeña, decías que querías ser modelo para ganar mucho dinero y tener muchos novios, ¿lo recuerdas?

—No —contesta, un poco avergonzada.

Nos damos prisa. Vamos a casa. Mi celular no deja de sonar; son cosas del trabajo. Trabajaré desde casa.

—¿Te sientes mejor? —le pregunto antes de bajarnos del auto.

—Sí —me lo confirma con una sonrisa forzada.

Ingresamos y escuchamos risas, voces vienen de la sala. Están viendo fotografías de Hallie en la pantalla: mi mamá, Sabik y los niños. Me detengo con el celular en la mano concentrándome en el mensaje y no me doy cuenta de que Layan se ha detenido también al final del pasillo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.